La eliminación de toda forma de discriminación, en cuanto lesivas de la integridad y los derechos del ser humano, es una de las batallas de la sociedad moderna. Desde lo jurídico, político, cultural, etc., se buscan vías para borrar las manifestaciones que denigren, oculten e impidan un tratamiento igualitario para las personas. En esta ingente empresa se inscribe el problema del sexismo lingüístico. Las investigaciones que se han venido realizando en torno al tema coinciden en que las mujeres son tratadas de forma diferente a los hombres. Como esta representación se lleva a cabo de manera sistemática, contribuye a crear estereotipos sobre la mujer. Aun cuando hay quienes sostienen que el sexismo lingüístico solo representa una parte de los auténticos problemas de la mujer en la actualidad, es indiscutible que constituye uno de los elementos esenciales del andamiaje ideológico que sostiene tales hechos.

“La tendencia a la neutralización de género (…) ha facilitado la aplicación de fórmulas no sexistas en inglés”.

El movimiento feminista ha propiciado que la sociedad “empiece a autoanalizarse” y a cuestionar comportamientos sociales que tienden a perpetuar la opresión de la mujer. La lengua, como reflejo de la conducta social, es el espejo de actitudes y prejuicios de los seres humanos. Las denuncias contra el sexismo lingüístico, así como los esfuerzos que se acometen por fomentar el empleo de procedimientos igualitarios, han sido uno de los temas más polémicos desde finales de la década de los setenta hasta el presente. En esta etapa han proliferado estudios, en los que se denuncia la discriminación que tradicionalmente ha sufrido la mujer en nuestra lengua. En ellos, se han destacado la violencia y la agresividad que esconden algunos refranes, piropos y expresiones insultantes. Se ha puesto de manifiesto la asimetría de las fórmulas de tratamiento a través del estudio de ciertos fenómenos, tales como los duales aparentes o el léxico con que se designan las profesiones y los cargos de responsabilidad en una comunidad, desempeñados por personas de ambos sexos. En estos trabajos se ha subrayado también el sexismo que se evidencia tanto en la macroestructura como en la microestructura de muchos diccionarios, especialmente en los académicos, por la carga ideológica que ha tenido la lexicografía. De todos estos problemas, la punta de lanza ha sido, y sigue siendo, el género gramatical del español.

Los trabajos sobre este aspecto abordan diferentes posturas. Por un lado, se encuentran aquellos que se centran en la transformación radical de la lengua, a partir del criterio de que esto sería el modo de transformar una realidad sexista. Y por otro, se hallan quienes analizan el problema desde una perspectiva más contextual. Desde esta óptica, no es en la lengua, sino en los usos que se hacen de ella, donde se pone de manifiesto el sexismo. Si se repasan los estudios que han recibido críticas por asumir las posiciones más extremas, las guías ocupan la primera posición. Estos manuales constituyen una de las estrategias más extendidas, para establecer pautas que contribuyan a propiciar el tratamiento igualitario entre hombres y mujeres. En ellas, lo más relevante es el análisis a nivel léxico. Muchas de las guías recientes incluyen, además, una sección en la que exponen sus argumentos en contra de las críticas recibidas contra las reformas lingüísticas que ellas proponen para evitar el sexismo en la lengua oral y escrita.

Es necesario destacar que estas guías surgieron en la tradición anglosajona, donde el apoyo institucional que recibieron fue mayor que en el ámbito hispánico, lo cual influyó en que proliferaran numerosas guías sobre este tema en dicho contexto. La diferencia cuantitativa de las guías publicadas en ambos espacios podría deberse también a que la diversidad de propuestas y estrategias que se presentan para la erradicación del sexismo lingüístico resulte mucho más funcional en el espacio anglosajón. Debido a la propia estructura lingüística del idioma inglés, las estrategias y soluciones propuestas al tema son, en cierta manera, más homogéneas en dicha lengua. La tendencia a la neutralización de género, por la ausencia de la relación entre género–género gramatical–sexo del referente ha facilitado la aplicación de fórmulas no sexistas en inglés. Mientras que, en español, la existencia de género gramatical ha dificultado esa homogeneidad. Aun cuando dichas soluciones en español parecen tender hacia la especificación de género, hay también un gran número de autores que abogan por la neutralización, basándose en cuestiones más pragmáticas y no puramente morfológicas (García Meseguer, 1996 y Calero, 1999). Dicho de otra forma, apoyadas en el discurso, más que en la oposición masculino genérico/femenino específico, para detectar manifestaciones sexistas.

“La lengua, como reflejo de la conducta social, es el espejo de actitudes y prejuicios de los seres humanos”.

Si bien es cierto que el género gramatical parece dificultar, de cierta manera, que los estudios de género evolucionen de forma transparente en español, hay que tomar en cuenta el rechazo que gran parte de la sociedad siente hacia este tipo de guías o manuales de estilo, por su carácter prescriptivo o, simplemente, por cuestiones ideológicas, sin contar que muchas personas desconocen la existencia de estos manuales. Además, la variedad de estrategias que proponen para eliminar el sexismo lingüístico, unida a su falta de sistematización, dificulta la uniformidad de este tipo de manuales y que sean una herramienta eficaz contra el problema. A menudo se ofrecen soluciones poco funcionales acordes con la estructura lingüística de nuestro idioma.

Como reacción a las propuestas de las guías de lenguaje no sexista, se ha desarrollado otro grupo de investigaciones que presentan el problema desde la posición académica. En estos trabajos hay que distinguir dos líneas: a) la de aquellos que están más apegados a la pragmalingüística y b) la de quienes alegan que no tendría sentido tratar de buscar soluciones a lo que está profundamente arraigado en el sistema de la lengua (masculino genérico), lo cual significaría también que la estructura lingüística del español dejaría de funcionar tal y como la conocemos. Lo cierto es que estos criterios y enfoques no pueden sustraerse de buscar respuestas a un problema real: la necesidad de suprimir hábitos perniciosos y de ofrecer alternativas a los hablantes. Basta con que les demos una rápida pasada a los roles desempeñados mayoritariamente por mujeres (enfermera, ama de casa, etc.), o hagamos una cronología de las definiciones lexicográficas que ofrecen los diccionarios de palabras como gobernante, por ejemplo:

Gobernante: 1. adj. Que gobierna. Partido gobernante. U. m. c. s. 2. m. coloq. Hombre que se mete a gobernar algo. Gobernanta: 1. f. Mujer que en los grandes hoteles tiene a su cargo el servicio de un piso en lo tocante a limpieza de habitaciones, conservación del mobiliario, alfombras y demás enseres. 2. f. Encargada de la administración de una casa o institución.[1]

Lo erróneo es atribuirle todo el peso a la lengua y desatender factores que contribuyen al sexismo, pero que exceden el terreno lingüístico.

Sexismo lingüístico: el debate en torno al tema

I. Masculino como género no marcado. Soluciones aparentes

Desde hace varios años, se ha ido generalizando en todo el mundo hispánico el uso denominado no sexista de la lengua, que se expresa en el discurso, por ejemplo, mediante la mención explícita de ambos sexos: “los cubanos y las cubanas”, “los y las artistas”. El intento se concentra de manera especial en textos escritos, pero también se manifiesta en expresiones orales de cierta formalidad. Este uso surge en reacción al valor genérico que en español estándar tiene el masculino, como se ilustra en la oración Todo trabajador debe exigir sus derechos. En este caso, el término masculino trabajador es extensivo a las mujeres, es decir, se refiere tanto a un sexo como al otro. Para algunos autores (guías mayoritariamente), la aplicación de esta función abarcadora del masculino ejemplifica lo que se llama sexismo lingüístico, porque creen que resulta discriminatoria. Sería un reflejo en la lengua de la preponderancia que históricamente han tenido los hombres sobre las mujeres en los diversos ámbitos de la vida: el social, el laboral, el político, etc.

Quienes asumen esta posición consideran que dicho uso constituye una manifestación de la desigualdad existente entre los sexos, y que implica además “una ocultación de la mujer a través del lenguaje”. En su opinión, lo apropiado sería que la afirmación Todo trabajador debe exigir sus derechos fuera transformada en Todo trabajador y toda trabajadora deben exigir sus derechos o Todx trabajadxr debe exigir sus derechos. La consideración anterior nos obliga a realizar varias aclaraciones importantes, para que se entienda que la alusión explícita a ambos sexos es aceptable en algunas situaciones muy concretas de énfasis (pero no en todos los casos, sin mencionar que el uso inclusivo de la x es inaceptable a los ojos de la gramática española), por ejemplo, al iniciar un discurso con la frase Señoras y señores, o en un contexto como no tiene primos ni primas. En el uso ordinario el doblado resulta innecesario y no se puede justificar su empleo con argumentos lingüísticos. Generalmente se promueve la estrategia de la duplicación genérica, desde la perspectiva de lo políticamente adecuado.

Como premisa inicial, en cualquier debate sobre el sexismo es necesario tener presente que los conceptos género y sexo corresponden a esferas completamente distintas. El sexo es un carácter físico, una condición orgánica, que permite distinguir en cada especie individuos machos de individuos hembras. El género, en cambio, es una categoría gramatical, una propiedad que indica las relaciones del sustantivo con otras palabras del enunciado y que, en el caso del español, clasifica los términos en masculinos o femeninos. Dicho en palabras de Alarcos Llorach, “el género es un accidente o morfema que caracteriza al sustantivo, dotándole de una de las dos posibilidades combinatorias que llamamos masculino y femenino, las cuales, mediante la concordancia, permiten la manifestación explícita de ciertas relaciones entre las unidades (o palabras) del enunciado”.[2]

“Las denuncias contra el sexismo lingüístico, así como los esfuerzos que se acometen por fomentar el empleo de procedimientos igualitarios, han sido uno de los temas más polémicos desde finales de la década de los setenta hasta el presente”.

A todos los sustantivos, sin excepción, se les asigna un género: masculino o femenino. Y no hacen falta análisis minuciosos para descubrir que la inmensa mayoría de tales palabras hacen referencia a realidades, abstractas o concretas, sin sexo. Por ejemplo, por cada nombre de persona, como sería el caso de niño–niña, existe un sinnúmero de otros sustantivos, de referentes inanimados, que designan las partes de su cuerpo (cabeza, corazón, ojo, oreja, hueso, espalda, uña, dedo, etc.), su vestimenta (camisa, pantalón, zapato, blusa, falda, etc.), a los que se les ha fijado un género gramatical completamente arbitrario, que no tiene nada que ver con el sexo. Si el sustantivo se refiere a seres animados, es frecuente que haya una forma distinta para cada uno de los dos géneros gramaticales. En tales casos, existe correspondencia entre la distinción biológica de sexo y la diferencia gramatical de género, la cual se expresa de diversa manera:

a. por el uso de sufijos de género añadidos a la misma base, como en doctor/doctora, gato/gata.

b. por medio de palabras distintas de acuerdo con el sexo del referente (heterónimos), como en hombre/mujer, caballo/yegua.

Esta correspondencia en los nombres que se refieren a seres animados es, sin duda, lo que motiva la confusión de ambas nociones y conduce a algunos a la idea equivocada de que masculino es sinónimo de macho, y femenino, de hembra. Sin embargo, abundan los casos, como enseña la gramática, en los que existe una forma única, utilizada para referirse a los seres de ambos sexos. Entre estos nombres se encuentran los sustantivos comunes en cuanto al género y los llamados sustantivos epicenos. En los primeros, el género es revelado por el determinante anterior y por los adjetivos que acompañan al sustantivo (el solista/la solista; un artista cubano/una artista cubana).

Los epicenos, en cambio, son los sustantivos que designan seres animados, pero solo tienen una forma a la que corresponde un único género gramatical, independientemente de que se refieran a un sexo o al otro. El género no guarda relación, necesariamente, con el sexo del referente. Hay epicenos masculinos (pez, personaje) y femeninos (ballena, persona, víctima). La concordancia se realiza con el género gramatical del sustantivo, sin que importe el sexo del referente. Así, por ejemplo, en la oración José es una persona muy simpática, a pesar de que José es varón, se utiliza el adjetivo, simpática, en conexión con el género de persona. Y, evidentemente, no solo sería agramatical, sino ridículo, tratar de evitar el supuesto sexismo (en este caso, a la inversa) que envolvería el citado sustantivo, precisando: Ahora pueden pasar los y las personassentados y sentadas en la primera fila, o Ahora pueden pasar lxs personxssentadxs en la primera fila.

En los epicenos que se refieren a animales, si se quiere especificar el sexo del referente, se agregan los términos macho o hembra: hormiga macho, lagarto hembra. Cuando el referente del nombre es inanimado, que es lo más frecuente, la determinación del género no guarda, obviamente, ninguna relación con lo sexual. Unos son masculinos (libro, piso, cielo, día, árbol) y otros, femeninos (silla, puerta, noche, libertad, mano). Cabe mencionar que esta es una de las alternativas más utilizadas por las guías. Ciertamente, funcional, pero solo en algunos casos, debido a que no en todos, la equivalencia semántica es la misma si se intercambia por un sustantivo usado como masculino genérico.

La primera consecuencia indeseable de la confusión en torno al masculino como género no marcado es la de crear verdaderas piruetas lingüísticas. Como resultado, se producen repeticiones engorrosas y unas estructuras sintácticas innecesariamente complicadas a la hora de aplicar la concordancia. Una oración como Los hijos adoptivos de mis vecinos chilenos están enfermos, tendría que reformularse aproximadamente del siguiente modo: Los hijos adoptivos y las hijas adoptivas de mis vecinos chilenos y de mis vecinas chilenas están enfermos y enfermas o Lxs hijxs adoptivxs de mis vecinxs chilenxs están enfermxs. O en la frase universal El perro y la perra son el mejor amigo y la mejor amiga del hombre y de la mujer.

“Lo erróneo es atribuirle todo el peso a la lengua y desatender factores que contribuyen al sexismo, pero que exceden el terreno lingüístico”.

Por otra parte, el desdoblamiento, es decir, la mención explícita generalizada de los dos géneros (los alumnos y las alumnas), anula la utilización de ese recurso en aquellos contextos en los que sí tiene relevancia, como cuando: a) se busca poner énfasis en la idea de la totalidad (En las actividades deportivas deberán participar por igual alumnos y alumnas.), b) se quiere establecer una comparación entre los integrantes de ambos sexos (La proporción de alumnos y alumnas en las aulas se ha ido invirtiendo progresivamente.). Esto por no mencionar el resto de las soluciones, que a los ojos de la gramática española no tienen ni pies ni cabeza, debido a que, a fin de cuentas, tampoco satisfacen el problema, como son el uso del slash, la x inclusiva, o el símbolo de la arroba, este último sin expresión fónica (a/o, @).

II. ¿Es sexista la lengua española o los usos que los hablantes hacen de ella?

Mientras los debates en torno al masculino genérico se acumulan sin plantearle novedad alguna al problema, otros autores se enfocan en prácticas de corte discursivo, tanto para evaluar como para ofrecer un intento de clasificación, que contribuya al esclarecimiento del problema. Este es el caso de García Meseguer, quien ha tratado de sistematizar los fenómenos sexistas del español. El especialista estableció una dicotomía entre “sexismo lingüístico” y “sexismo ideológico”, para no mezclar el plano social, de la realidad, y el plano lingüístico, en el tratamiento de este aspecto. Posteriormente, ha modificado esta postura y ha declarado que no hay tal sexismo en el sistema de la lengua, sino exclusivamente en el uso que de ella hacen los hablantes. García Meseguer ha acuñado las expresiones “sexismo del oyente” y “sexismo del hablante”. De esta forma, ha transferido el fenómeno desde el sistema de la lengua a la mente de los hablantes/oyentes. Mucho se discute todavía sobre la existencia o no de rasgos y recursos sexistas. Unas teorías a favor y otras en contra, pero todas coinciden en la distinción básica de sexismo en el sistema/sexismo en el uso.

Esta oposición es esencial para analizar, como ya se ha mencionado, las formas de sexismo que trascienden el nivel léxico y que dependen de consideraciones de orden pragmático. Es lo que Mills denomina sexismo indirecto.[3] Este nuevo tipo de sexismo está muy relacionado con lo políticamente correcto, el miedo a incurrir en discursos sancionados socialmente —como es el sexismo directo— y la necesidad de encontrar nuevos caminos que permitan a los usuarios hacer un uso sexista de la lengua sin ser sancionados por ello. Se fundamenta en las presuposiciones, el humor, el juego con estereotipos, los mensajes conflictivos, las colocaciones y los contextos y, por tanto, escapa al análisis del sistema de la lengua propiamente dicho y necesita de un análisis crítico del discurso para poder ser detectado.

Las soluciones propuestas desde la segunda ola feminista (la sustitución léxica o la reestructuración de las oraciones) no son suficientes para contestar a este nuevo tipo de sexismo. Aquí, las respuestas varían desde el reconocimiento o no de un acto lingüístico sexista, hasta la contestación activa por medio de la risa, comentarios humorísticos, la inversión de estereotipos, cartas a los periódicos, o un ataque verbal agresivo. De manera que, en este caso específicamente, se inserta una variable más al asunto: la competencia comunicativa, tanto del emisor como del receptor.

“Los conceptos género y sexo corresponden a esferas completamente distintas”.

La profesora María Márquez aporta una nueva visión al problema de si el sexismo se encuentra o no en el idioma. Para la especialista, la relación entre lenguaje y sexo puede abordarse desde dos perspectivas diferentes:

a) la que atiende al empleo del lenguaje condicionado por la identidad sexual de quien emite el mensaje (el distinto uso que de la lengua hacen los hombres y las mujeres se ha señalado, por ejemplo, desde algunos estudios sociolingüísticos).[4]

b) la que se centra en el análisis del tratamiento discriminatorio de las mujeres en el discurso. En este uso discriminatorio del lenguaje, denominado sexismo lingüístico, pueden incurrir tanto hombres como mujeres, por tanto, no es privativo de un sexolecto determinado.

La concepción de género de Márquez parte de una categorización pragmalingüística con el propósito de defender su natural motivación en el caso de los sustantivos con referencia personal. Ello le permite explicar la tendencia espontánea de la comunidad hablante a la creación de femeninos específicos. Este enfoque la lleva a establecer precisiones terminológicas, tales como la distinción entre significación/designación y entre referencia/referente. Según la especialista, la flagrante confusión de estos pares ha provocado que se deje de lado un aspecto complejo, aunque fundamental, como es elsignificado delgénero, para atender casi exclusivamente a la dimensión formal de la concordancia. Tras exponer de manera crítica los tres puntos de vista (semántico, formal y mixto) que se han adoptado tradicionalmente para la caracterización del género, aborda su estudio desde la consideración de este como signo lingüístico y, por tanto, constituido por una relación solidaria entre una forma de expresión y una forma de contenido. En consonancia con otros autores, como Arias Barredo, reconoce su complejidad formal y semántica e insiste en que confluyen en el género dos clases de contenidos: uno de referencia lingüística (sexo, forma, cantidad, tamaño, etc.) y otro de referencia metalingüística (“masculino” / “femenino”).

“La comprensión del lenguaje como instrumento dispuesto a la producción y la reproducción de ideologías y estereotipos (…) implica que se puede rastrear el sexismo no solo en el contenido de un texto, sino también en la forma en que se escribe y en el modo en que es percibido por el oyente”.

Márquez dedica también otro apartado para hablar del género en su funcionamiento discursivo, porque, desde su punto de vista, solo en el discurso se pueden explicar los fenómenos lingüísticos sexistas. Por eso esta especialista considera más adecuado hablar de discurso sexista y no de sexismo lingüístico. Según la perspectiva pragmalingüística del libro, el discurso sexista “englobaría tanto los contenidos discriminadores fijados en el sistema, como los que ocasionalmente pueden transmitirse a través de estrategias comunicativas explícitas o implícitas”.[5]

La comprensión del lenguaje como instrumento dispuesto a la producción y la reproducción de ideologías y estereotipos, a la que se ha hecho referencia, implica que se puede rastrear el sexismo no solo en el contenido de un texto, sino también en la forma en que se escribe y en el modo en que es percibido por el oyente, aun cuando el autor no haya tenido una intención sexista, al escribir o decir. Para Hellinger, el sexismo lingüístico se refiere a un tipo de lenguaje discriminatorio con expresiones excluyentes, ofensivas y minimizadoras, que se manifiestan de tres maneras diferentes: el hacer invisible a la mujer mediante el uso del masculino genérico; la marcación de género asimétrica y la reproducción de estereotipos.[6]

Esta propuesta aporta otro elemento sobre este aspecto: la idea de que el sexismo, además de darse en distintos niveles de la lengua, también puede evaluarse a partir de una gradación que se extendería desde la invisibilidad de la mujer (grado uno), hasta la degradación (grado tres). Entre estos polos se ubicarían aquellas manifestaciones sexistas “no intencionales”, heredadas de la propia construcción social manifiesta desde la creación del mundo. Así, el refranero popular, donde usualmente la mujer es vista desde una posición de inferioridad con respecto al hombre, entraría perfectamente a conformar el interior de este supuesto análisis.

III. Limón, limonero. ¿Las niñas primero?

El español, como cualquier otra lengua, es suficientemente flexible para poder asimilar las innovaciones, ocasionadas por la transformación de las circunstancias históricas y sociales de la comunidad que utiliza la lengua. Sin embargo, un asunto muy distinto es que, por ignorancia acerca del funcionamiento del sistema lingüístico en el terreno morfosintáctico, se pretendan desvirtuar las funciones genéricas de él y tratar de equiparar erróneamente la noción de género gramatical con la de sexo o desconocer el carácter de no marcado que define al género masculino.

Es necesario atender con sumo cuidado los argumentos de quienes se manifiestan a favor de la igualdad, basando su criterio en la transformación lingüística. Porque tan sexista es la postura de algunos hombres que expresan criterios como la mujer sin hombre es como fuego sin leña,como la de las mujeres que se sienten excluidas de frases como el hombre es el animal más sabio.

La voluntad de cambiar implica miradas, sentimientos, actitudes y conductas diferentes. Una verdadera transformación demanda tener en cuenta lo cognitivo, afectivo y conductual, esto es, estereotipos, prejuicios y discriminación. La lucha por la igualdad entre hombres y mujeres, así como la eliminación de la violencia contra la mujer, deben ser una meta de todos. Pero el problema tiene que ser atacado en sus causas y en sus verdaderas manifestaciones, sin malgastar el tiempo en presunciones inútiles.Empeñarse en la utilización de los desdoblamientos (los alumnos y las alumnas), la xinclusiva (lxs niñxs), los genéricos (la persona), las palabras colectivas (el personal), el uso de barras (los/las trabajadores/as) y el signo de arroba (@) (l@s campesin@s) no es más que una recreación de la fantasía de Don Quijote, al confundir los molinos de viento con el enemigo.

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Notas:
[1] Del DLE. Vigesimotercera edición.
[2] Alarcos Llorach, Emilio: Estudios de gramática funcional del español, Editorial Gredos, Madrid, 1987.
[3] Mills, Sara: Language and sexism, Cambridge University Press, Cambridge, 2008.
[4] Por solo citar alguna: Pizarro Chacón, Ginneth: El léxico en las mujeres y los hombres: restricciones inconscientes o culturales, Escuela de Literatura y Ciencias del Lenguaje, Universidad Nacional, Heredia, Costa Rica.
[5] Márquez Guerreo, María: Género gramatical y discurso sexista, Síntesis, Madrid. 2013, p. 58.
[6] Hellinger, M: Guidelines for Non-Discriminatory Language Use, R. Wodak, B. Johnstone, & P. Kerswill Ed, London: SAGE, p. 565-582.
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