Álbum del tiempo y el dolor

Maikel José Rodríguez Calviño
23/10/2018

La Historia de Cuba constituye una asignatura insoslayable en todos los niveles de enseñanza de nuestro país. Desde edades muy tempranas nos familiarizamos con fechas, personajes, acontecimientos y períodos significativos al interior de un devenir epopéyico único, escabroso, pletórico de momentos resplandecientes y oscuros, de frustraciones colectivas y sueños alcanzados o por cumplir.

Desde el preescolar hasta la Universidad, maestros y profesores nos hablan de los mambises y del Ejército Rebelde, describen las dos Invasiones de Oriente a Occidente, nos indican en el mapa la disposición exacta de la Trocha Júcaro-Morón, aborrecen el Pacto del Zanjón y celebran la Protesta de Baraguá. Desde muy chicos nos estremecemos al conocer los terribles acontecimientos que han moldeado esta Isla, hija legítima del fuego, de la hoguera que eternizó la rebeldía de Hatuey, de la tea incendiaria, de la mítica quema de Bayamo, de las explosiones del Maine y La Coubre… Llamamos Titán de Bronce a Antonio Maceo, Padre de la Patria a Carlos Manuel de Céspedes, Apóstol de la Nación a José Martí, vemos sus imágenes en los libros de texto y aprehendemos esos dibujos basados en grabados o en fotografías que nunca tuvimos delante.

Sin embargo, en las clases y conversatorios, en las conferencias de la universidad que se nos antojaban eternas, nunca se nos contó la Historia de Cuba desconocida, inaprensible, acaso perdida entre mapas, manuales y documentos, semioculta tras el estrépito y la balacera, sepultada bajo las rutinas y los cansancios del profesor. Faltó en esos encuentros una Historia que no podíamos ver, que nadie nos mostraba; una Historia basada en los detalles nimios, insignificantes, que muchas veces dan sentido a la existencia o constituyen la vida misma. ¿Cómo se preparaba un rancho mambí? ¿Cómo se dormía en la manigua, qué se comía, cómo se organizaba el trabajo? ¿Se practicaban cirugías en los campos de batalla? ¿Antonio Maceo llevó bigotes cuando joven? ¿Martí usaba sombrero? Esas y otras preguntas incómodas, raras, “mal pensadas” a toda carrera, quedaron allí, en el fragmento de tiza que el profesor nunca usó, en los libros que nunca leyó, en la desidia y la ignorancia. Quedaron encerradas en su propio silencio, aguardando por alguien que las formulara y por otro alguien que les diera respuesta. Quedaron huérfanas de nuestro interés y nuestra osadía.

Tras una visita a la exposición Álbum de la guerra, exhibida actualmente en la sala El reino de este mundo, de la Biblioteca Nacional José Martí, pude responder algunas de esas interrogantes. Se supone que usted está leyendo una reseña sobre dicha muestra, por consiguiente, debo aclarar que la curaduría, a cargo de Mónica Pérez y Yanet Oviedo, incluye más de cien fotografías —entre originales y copias— y varios documentos de archivo pertenecientes a los fondos de la Fototeca de Cuba y la Biblioteca Nacional. La exposición, organizada con motivo del 150 aniversario del inicio de nuestras luchas por la independencia, estará abierta al público hasta el próximo 5 de noviembre. La museografía propone un discurso fuera de lo común, rayano en lo simbólico, lo cual incrementa el atractivo de la propuesta y presupone una participación intelectiva por parte del espectador.

 7 Retrato de Ignacio Agramonte, 8 Retrato de Bartlomé Masó, 9 Retrato de Quintín Banderas.
Colección Biblioteca Nacional José Martí. Fotos: Maité Fernández

 

Ahora, regresemos a esas instantáneas que me aclararon tantas dudas y me cautivaron desde el primer vistazo. Volvamos a la paz engañosa que precede al temido toque “a degüello”; volvamos a Bayamo incendiada y solitaria, a las privaciones y los sacrificios del mambí, a la apolínea belleza de nuestros generales, a la impotencia ante un proyecto de nación frustrado tras la intervención norteamericana de 1902, a la teatralidad de composiciones fotográficas que, en un intento por mostrar las dinámicas cotidianas de un campamento insurrecto, mucho deben a la distribución espacial en un cuadro románico y nos recuerdan los libros de tipos y costumbres.

Una vez frente a ellas, respondamos otras preguntas «raras»: ¿Cuántos hermanos tuvo Ignacio Agramonte? ¿Cómo lucían sus padres? ¿Qué ropa usaba el General Wood al momento de entregar la Isla al General Estrada Palma, primer Presidente de Cuba? ¿Qué características tenía la Oficina del Partido Revolucionario Cubano en Nueva York? ¿Quiénes rindieron guardia de honor a los cadáveres de Antonio Maceo y Panchito Gómez Toro mientras estuvieron en el bohío de Pedro Pérez? ¿Existen fotografías del cráneo del Titán de Bronce y de los restos óseos de nuestro Héroe Nacional? En pocas palabras: volvamos al pasado poco conocido y, desde allí, comprendamos el presente. A ello nos convida esta exposición, testimonio gráfico de una historia gloriosa, a la que no debemos renunciar jamás, pues implicaría la pérdida de la identidad. Sin ella, nuestros lugares se transformarían en un no-lugares y nosotros nos convertiríamos en no-personas.

Defensores de la integridad nacional. Tomado del álbum histórico fotográfico de la isla de Cuba. 1870
 

A veces olvidamos que la historia es vida condensada, vida humana, vida sufrida y llorada. Vida amarga, vida feliz, llena de pasiones y de anhelos, angustias y resquemores. Olvidamos que sus protagonistas sufrieron, desearon, existieron al ritmo de sus pulsiones e intereses, de sus valores y aspiraciones. Hoy, Álbum de la guerra nos devela algunas de esas verdades simples, aparentemente anodinas, tan sencillas como aquellos detalles en apariencia intrascendentes que nadie nos contó durante las clases de Historia de Cuba, pero que tienen la invaluable virtud de acercarnos a esas personas de carne y hueso, sean grandes héroes o mambises anónimos, gestoras del humano camino de la Patria.

Por el momento, la muestra constituye un álbum expositivo; ojalá sea convertido en un libro para el disfrute de todos, para combatir la soberbia y la desmemoria, para que nuestra nación siga siendo un lugar y nosotros sigamos siendo personas.