Solía decirnos: “Solo muere aquello que no se recuerda”, y esa afirmación —que fue una de las más rotundas que siempre hacía—, quedó grabada para siempre en todos los que tuvimos el privilegio de su cercanía. Acostumbraba a decir: “Voy a vivir 100 años”, después afirmaba que 200, y cuando uno la escuchaba asombrado rápidamente respondía: “A la vida no hay que ponerle limitación, porque la muerte, aunque no podemos evitarla, sí podemos demorarla”.

Un día llegó la triste realidad. Hace hoy 6 años de aquella mañana del 17 de octubre del 2019 en que pasó del plano físico al de los inmortales. No la tuvimos más entre nosotros, corporizada en una figura única y múltiple, pero su presencia sigue vigente más que todo por el ejemplo que ella encarnó.

“La obra de Alicia Alonso escapa a los moldes tradicionales para definir a una personalidad escénica, porque ella fue más que una bailarina”.

Figuras de la talla de Alicia Alonso son aquellas que están más allá del aquí y del ahora, más allá del tiempo físico que les tocó vivir, porque, con su obra grandiosa se hacen intemporales, y capaces de borrar la huella del paso de los calendarios.

La obra de Alicia Alonso escapa a los moldes tradicionales para definir a una personalidad escénica, porque ella fue más que una bailarina. Su registro creador abarcó su desempeño como directora, maestra, coreógrafa y personalidad relevante, no solo de nuestra cultura sino de la cultura danzaria internacional, a la que ella aportó la hazaña de servir de inspiración a ese fenómeno histórico, técnico, ético y estético, que es hoy la mundialmente reconocida Escuela Cubana de Ballet.

En el aspecto técnico fue asombroso su dominio de todas las reglas del ballet académico, y como intérprete fue definida como una actriz; y al danzar era capaz de expresar los más grandes retos estilísticos, ya fueran los derivados del ballet de action del siglo XVIII como La fille mal gardée, las obras del legado romántico clásico del siglo XIX, o creaciones contemporáneas de los perfiles más diversos. En su galería de personajes figuraron princesas, cisnes encantados, willis etéreas, personajes históricos y de leyenda, criaturas cotidianas, que le proporcionaron creadores de la talla de Petipá, Ivanov, Fokine, Balanchine, Dolin, Agnes de Mille, Tudor o Alberto Alonso, entre muchos otros.

“¿Cómo usted, Alicia Alonso, pudo?”

Aunque imposible de medir en su total grandeza, la relación numérica de su obra da idea de la magnitud que tuvo su paso por los escenarios mundiales. La Alonso interpretó un total de 134 títulos, en un registro que incluye su participación como alumna y artista invitada de la Sociedad Pro Arte Musical de La Habana, el Ballet Caravan, el Ballet Theatre, el Ballet Ruso de Montecarlo, sus actuaciones como estrella invitada en galas y festivales internacionales y como prima ballerina assoluta del hoy Ballet Nacional de Cuba. Como coreógrafa aportó al repertorio 69 creaciones del más amplio registro estilístico y temático, y representó a su patria en 65 países de los cinco continentes, ciclópea hoja de servicios que le valieron 266 premios y distinciones en la arena internacional y 225 en su patria, otorgados por instituciones políticas, culturales y sociales.

“A un arte centenario, (…) ella supo aportarle la impronta del ser y quehacer de una Isla…”

Los poetas de distintas partes del mundo coincidieron en preguntarle, siempre sin respuesta: “¿Cómo usted, Alicia Alonso, pudo?” Sabido es que ella todo lo logró con su talento único, como bailarina y coreógrafa, por ser expresión vívida del talento danzario de su pueblo y por tener fe ciega en que la danza podía ser capaz de expresar los sentimientos humanos y de ser puente de amistad entre todos los pueblos del mundo. A un arte centenario, nacido en las cortes del Renacimiento italiano, profesionalizado en Francia y coloreado con rostros propios en Dinamarca, Rusia e Inglaterra, ella supo aportarle la impronta del ser y quehacer de una Isla, pequeña en dimensiones y población, pero que tiene en la danza una de sus más grandes expresiones vitales. En este momento, en que conmemoramos su partida física, son sus propias palabras las que nos dan la clave para entender su vigencia. “El ser humano tiene un paso por la vida y es su deber dar lo mejor de sí. Solo así su tránsito será valioso y le permitirá quedar en la memoria de todos los que vieron su arte”.