No soy de los que creen que podemos reírnos de todo cuanto acontece; no soy capaz de convertir cualquier experiencia humana en una broma. Pienso, por el contrario, que el ser humano ha de ser sensible ante la vulnerabilidad de los otros, ante la manera en que los otros lidian con el dolor que se aloja en su intimidad, sin que esto impida que podamos incorporar, en la representación fílmica de esos dramas, enfoques novedosos sobre viejos asuntos.

“Mi camino ha sido el del drama intimista con algunas pinceladas de humor dadas por el equívoco narrativo”.

El primer reto (a mí mismo) para filmar el guion de Amílcar Salatti AM-PM, Premio SGAE de Guion para largometraje Julio Alejandro 2018, estuvo justamente vinculado al tono. ¿Qué tono debía emplear para mostrar la cercanía de la muerte, la violación de una mujer, la enfermedad de una hija, el abandono y la mentira que tensan las relaciones entre personas cercanas o desconocidas? Mi camino ha sido el del drama intimista con algunas pinceladas de humor dadas por el equívoco narrativo.

Los cineastas, para bien o para mal, seguimos una idea creativa que da coherencia a nuestra obra, una visión del mundo, de la experiencia, que luego se traduce en concepción propia de las puestas en escena. En AM-PM, desde el principio evadí la risa ante la desesperación, la violencia o el desamparo. Una vez tomada esta decisión, en términos conceptuales, fue necesario evitar elementos que desmovilizaran el tono dramático, intimista, aprovechando al máximo las asperezas de cada una de las historias, sin afectar sustancialmente los diálogos ni las acciones narrativas.

Es así que asumí el riesgo creativo de ser fiel a una idea sobre el cine y la vida, o mejor, sobre el cine que asimila la vida como puerta hacia algo más que una historia bien contada. Desde la realización de mi primera obra, en el año 1988, he defendido que el cine es un medio para inscribir valores y espero que no se desvirtúe esta intención acusándola de didáctica. No creo que el cine deba imponer o adoctrinar y aburrir hasta el cansancio, sino revelar, inspirar, emocionar. Es por eso que esta es una película sobre la Cuba de hoy, con la mirada puesta en los entresijos de la vida cotidiana y las motivaciones de personas sin rasgos extraordinarios, más allá de su propia fábula como seres más o menos anónimos, vecinos más o menos identificables, cuyos microdramas humanos se esconden al cerrar las puertas.

“No creo que el cine deba imponer o adoctrinar y aburrir hasta el cansancio, sino revelar, inspirar, emocionar”.

Lo que me atrajo del guion fue la estructura dada a la trama. Es un acercamiento a cinco historias que muestran las circunstancias de vida de los personajes, durante 24 horas de un día, dentro de las cuales el azar decide nuevas bifurcaciones. La narración en forma de red facilita la interacción de los personajes, y concibe una disposición donde la profesora de literatura, el técnico en electrónica, el cantante devenido inspector de salud pública, la vendedora de puerta en puerta, los jóvenes, los ancianos, la enfermera, el ingeniero entran y salen, se comunican e interactúan en espacios tan propios de la cultura cubana (ya hoy por derecho, émulos de los solares criollos) como los edificios de apartamentos. Sobre esa estructura (esa red de seguridad que es el guion, diría Tomás Gutiérrez Alea), me interesó diseñar escenarios y hacer creíbles diálogos donde la vivencia humana y su expresión más honesta tuvieran lugar.

La percepción existencial de las fragilidades y fortalezas que afloran en los personajes, a partir de estas historias de vida semiocultas, permitió diseñar la construcción colectiva en torno a los dramas cotidianos. Cada personaje intenta defender sus verdades, sus deseos, conjurar sus tragedias o aferrarse a la promesa de un “segundo round”. El azar se confabula con las horas, con el tiempo (a veces señalado por el compás de Radio Reloj, cercano y familiar, con un toque de radionovela) que transcurre en diferentes universos de vida, para mostrarnos cuán complejas pueden ser las relaciones interpersonales, desde la propia configuración de las actitudes, resultado de la experiencia individual.

“(…) asumí el riesgo creativo de ser fiel a una idea sobre el cine y la vida, o mejor, sobre el cine que asimila la vida como puerta hacia algo más que una historia bien contada”.

¿Una pareja puede reclamar la complicidad de la mentira? ¿El abandono es legítimo cuando se envejece? ¿La muerte es una salida posible a la desesperación? ¿Un encuentro puede reactivar la esperanza que se creía clausurada? ¿Una pérdida puede ser compensada por el hallazgo de lo inesperado? Si algo se propone AM-PM es reevaluar las relaciones humanas en contextos de hostilidad social y desencantos vitales.

Quisimos proponer una imagen de lo cubano que integra, junto a un tema de actualidad como la emigración, el desamparo de la vejez, la violencia de género, la depresión que conduce al suicidio, la paternidad  responsable, la estafa como oficio para la sobrevivencia, la mentira como instrumento de la ventaja; una diversidad de roles que aspira a matizar los estereotipos culturales asociados a lo cubano. Se trata de un audiovisual sobre la vida privada de un grupo de personas de distintas edades, razas, géneros y ocupaciones, que interactúan y sobreviven sus conflictos, frustraciones y apetencias. Asimismo, la película es íntima y universal, pues sus tópicos trascienden lo nacional, inscribiéndose en ese terreno de identidad espiritual común al resto del mundo.

En sus aproximaciones, la película especula sobre la carga que representa la soledad en los ancianos, la imposibilidad de gestar una familia en un espacio propio, las decisiones drásticas ante lo inevitable, la anarquía y búsqueda de la enajenación,  la manipulación, el engaño, y, finalmente, junto a la lealtad y la solidaridad, la necesidad de la esperanza como atributo de supervivencia y postergación del malestar. ¿Será esta una premisa ingenua tras el “efecto Parásito”, donde el regodeo en la tragedia abismada nos hace delirar y reír sin remordimientos? Sin temor al rechazo de la conceptualización posmoderna, AM-PM es una película sobre el amor, por el modo en que se siente su presencia en el relato. El amor levita sobre ella como una necesidad reconocible de salvación y es, desde luego, a contrapelo, una expansión posible de los límites contextuales, reales, y subjetivos, autoimpuestos.

Si algo se propone AM-PM es reevaluar las relaciones humanas en contextos de hostilidad social y desencantos vitales.

El eje de fuerza temático que mueve a todos sus personajes es el deseo de alcanzar algo que les es negado o es difícil de obtener. La frustración como condición vital que atenaza a los seres humanos y los mueve a actuar o a inmovilizarse, resulta un estado que los conecta. El propósito de sobrevivir a una condición irreversible (Nieves), de asimilar su condición de portadora permanente del virus (Claudia), de no estar solo y carente (Karel), de valerse por sí mismo (Orlando), de tener un hijo (Betty), de liberarse de la convivencia hostil (Sergio), de obtener el amor de una mujer (Marcos y Gonzalo), de recobrar a la familia emigrada (Gladis), de ver a su hija sana (Miguel), es una pulsación espiritual que compromete la psicología de los personajes y genera conflictos interiores -no con el medio, sino consigo mismos- pues a cada deseo se opone un obstáculo, cuando no, la certeza de lo imposible.

“Sin temor al rechazo de la conceptualización posmoderna, AM-PM es una película sobre el amor, por el modo en que se siente su presencia en el relato”.

Esos estados de frustración con sus gradaciones y matices caracterizan a los personajes (cada uno con su propia personalidad) y las tensiones interiores que los gobiernan, así como los atisbos de ilusión que puedan emerger en el desarrollo de la trama. De esos atisbos de esperanza surge una idea cardinal que se desprende de la red de personajes e historias: el reinicio, la posibilidad de recomenzar, el segundo round. Idea que permite al filme dialogar con su tiempo, con las demandas del presente. No todos los personajes tienen salidas felices, ni la película pretende un happy ending de comedia tradicional. Por el contrario, hay una sutileza impregnada en los finales que permite hablar del reinicio, de la voluntad de seguir viviendo a partir de una alternativa que se elige y que habrá que luchar por ella, pero que se toma como camino para gestionar el futuro. En contra de la inmovilidad y el empantanamiento, la vida es un campo donde es fundamental tomar decisiones, encontrar alternativas, construir la felicidad.

La proyección del drama humano en AM-PM hace que el trazado fotográfico sea  reposado, atendiendo con cuidado al registro individual de los personajes. En este sentido los desplazamientos de cámara son sutiles, sosegados, en función de la captación del detalle y la progresión dramática de sus protagonistas. La capacidad interpretativa de los actores permitió elaborar una puesta en escena concentrada en la progresión interior de cada secuencia, donde se pudieron mostrar las sutilezas expresivas, sin saltos disociadores en el montaje. Cada espacio interior, vinculado a sus moradores, posee un tono, una sugerencia de atmósfera que funciona como extensión de su identidad. La dirección de arte buscó reforzar las atmósferas y la espacialización de la intimidad. El diseño de sonido enfatizó los extrañamientos y las asperezas que abundan en esas cotidianidades.  

“El eje de fuerza temático que mueve a todos sus personajes es el deseo de alcanzar algo que les es negado o es difícil de obtener”.

Este carácter íntimo de la película debía extenderse de igual modo al retrato exterior de la historia. En este sentido, el diseño fue ideado para evitar una visualidad abigarrada, con exceso de extras. Las zonas urbanas no debían expresar multitud, sino todo lo contrario, pues la sobriedad era el punto esencial para la imagen, en aras de mantener el espíritu asumido para la obra. En este sentido y para su expresividad más plena, todo exterior tendría una mirada panorámica, se asumiría como singularidad la amplitud del cuadro, la explotación de los planos generales como vía expositiva de una poética coherente.

Y he ahí que planteé una puesta para abrigar situaciones que no por comunes dejan de ser dolorosas y trascendentales para quienes las viven. Desde mi perspectiva, una joven violentada, tras ser drogada, no debería vivir con desenvoltura y placer ese evento (se corre el riesgo de justificar la intención del violador) sino con la dureza que atraviesa la experiencia; un padre que relata la enfermedad de una hija no debería poder transitar de la conmoción al aligeramiento, como si comentara un acontecimiento deportivo. Ese sostenimiento del tono dramático fue mi elección honesta, y como la interpretación que hace el músico de la partitura, es resultado del enfoque y la persistencia de una idea creativa, de un posicionamiento que, ciertamente, niega la risa a la percepción del dolor ajeno y propone en su lugar la empatía. AM-PM es por esto una película moderada, que no provoca la carcajada febril, pues busca la respuesta del espectador con la presentación de personajes tan humanos, que en su fragilidad y sencillez, en sus equívocos y descubrimientos, terminan confortándose.

Tomado de Cubacine

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