Existen sobradas razones para considerar a Ana Betancourt una de las cubanas más excelsas del siglo XIX. Se trata de una patriota que sufrió cárcel, destierro, perdió al esposo. Fue además la voz femenina que —en el contexto de la Asamblea Constituyente de la República en Armas, en Guáimaro, en abril de 1869— reclamó por vez primera los derechos civiles de la mujer.

Entremos en los detalles. El 14 de abril, cuatro días después de aprobada la Constitución de la República en Armas, dos después de la investidura de Carlos Manuel de Céspedes como Presidente, y animada por el esposo, el patriota Ignacio Mora Pera, por Rafael Morales González (Moralitos) y Antonio Zambrana, Ana Betancourt presentó una petición a la Cámara de Representantes, que leyó Ignacio Agramonte, en la que solicitaba a los legisladores cubanos que, tan pronto como estuviese establecida la República, concediesen a las mujeres los derechos civiles y políticos de que eran acreedoras.

“Fue la voz femenina que —en el contexto de la Asamblea Constituyente de la República en Armas, en Guáimaro, en abril de 1869— reclamó por vez primera los derechos civiles de la mujer”.

“Por la noche hablé en un meeting: pocas palabras que se perdieron en el atronador ruido de los aplausos”, apuntaba posteriormente la patriota en carta a su sobrino Gonzalo de Quesada.

“Creo que fueron poco más o menos las siguientes: Ciudadanos: la mujer en el rincón oscuro y tranquilo del hogar esperaba paciente y resignada esta hora hermosa, en que una revolución nueva rompe su yugo y le desata las alas.

“Ciudadanos: aquí todo era esclavo; la cuna, el color, el sexo. Vosotros queréis destruir la esclavitud de la cuna peleando hasta morir. Habéis destruido la esclavitud del color emancipando al siervo. Llegó el momento de libertar a la mujer”.

En julio de 1871 Ana e Ignacio Mora, que estaba enfermo, fueron sorprendidos y apresados por fuerzas enemigas. El esposo logró escapar, pero Ana no pudo hacerlo y se la mantuvo durante tres meses a la intemperie como ardid para atraer a Ignacio, coronel del Ejército Libertador. Por fin, en octubre, enferma de tifus, escapó, llegó a La Habana y pudo embarcar hacia México, para después arribar a Nueva York.

“Ciudadanos: la mujer en el rincón oscuro y tranquilo del hogar esperaba paciente y resignada esta hora hermosa, en que una revolución nueva rompe su yugo y le desata las alas”.

Nunca, ni en el exterior, cejó Ana en sus esfuerzos de comprometer voluntades a favor de la independencia cubana. Permanece allí un año, viaja a Jamaica, pasa a El Salvador a trabajar como maestra y regresa a Jamaica donde conoce de la muerte del esposo, el coronel Ignacio Mora, el 14 de octubre de 1875.

Tras el Pacto del Zanjón, que pone fin a las hostilidades en febrero de 1878, regresa a Cuba, solo para conspirar y padecer una nueva deportación a España. En constante ir y venir, desde Nueva York embarcó hacia España con el propósito de reunir y copiar el diario del esposo, en posesión del general de brigada español Juan Ampudia, que ella regularmente envía a su sobrino Gonzalo de Quesada para su ulterior publicación.

Ana Betancourt se hallaba en los trámites de volver a Cuba cuando el 7 de febrero de 1901 murió en Madrid, a los 68 años. El 26 de septiembre de 1968 sus restos arribaron a Cuba y desde el 10 de abril de 1982 fueron depositados en el mausoleo erigido en su memoria en Guáimaro.

En 1979 se creó la Orden Ana Betancourt, máximo galardón otorgado por la Federación de Mujeres Cubanas (FMC).