Acerca de Leo Brouwer se han escrito numerosas crónicas que abordan tanto el desempeño profesional del maestro como guitarrista, compositor y director de orquesta al igual que de su encomiable papel como promotor cultural. Sin embargo, con motivo de su onomástico 85, La Jiribilla se ha acercado a Jesús Ortega, prestigioso guitarrista y académico quien, como amigo del alma de Leo, nos ha concedido una entrevista cuyo contenido es realmente inédito. No puede ser de otro modo cuando se trata de una amistad que nace desde que Leo tenía 13 años y él 17. Por lo tanto, prepárese para acceder a una entrevista nada tradicional de preguntas y respuestas, sino más bien al resultado de un extenso y cálido diálogo que desborda los límites del género por provocarnos esa sensación de estar sumergidos en los contextos propios de la literatura. El hecho de conocer de detalles y situaciones nunca antes revelados públicamente desde el orden de la mayor intimidad, fidelidad inquebrantable y un profundo cariño hacia el venerado maestro, nos otorga la certeza de ser unos privilegiados receptores de semejante historia.

“Leo siempre se ha destacado por su curiosidad, su inteligencia y sus observaciones”.

Desde que nuestro entrevistado me aseveró que Leo es totalmente único y original desde que era niño, comprendí de inmediato el por qué nada de lo que el maestro diga o de lo que se haga con Leo, será convencional. Por lo tanto, ya estaba avisado de que podía enterarme, gracias a la confianza en mí depositada por Ortega, de cualquier cosa en torno a Leo y su persona. Quizás el momento de mayor ternura en esta conversación que sostuvimos fue cuando rememoró que era visita asidua al hogar de Leo, aunque al adolescente le encantaba escaparse para la casa de Ortega donde la mamá de este, Sofía, lo malcriaba. Pero también es la época en la que Ortega pudo ser testigo de los orígenes de la estrecha imbricación de Leo con la guitarra, al decirnos que aprendió a tocar el instrumento de forma autodidacta al observar a su padre Juan Brouwer Lecuona. “Lo conocí —afirma Ortega— a los dos meses después de haberse acercado a la guitarra y lo vi hacer cosas muy sencillas, que inmediatamente me las enseñaba. Pero en ese proceso de aprendizaje para llegar a dominar el instrumento, nunca avanzó de un modo normal como todo el mundo, no por pasos sino a saltos. Lo que a cualquier individuo le habría costado semanas de aprender, a él le costaba a veces horas”.

Por eso es que para este furibundo diletante de su obra, con quien converso, Leo siempre se ha destacado por su curiosidad, su inteligencia y sus observaciones. Sirva de ejemplo la simpática anécdota de cuando ambos jóvenes guitarristas deciden tocar una obra de Handel y Leo se ofrece para hacerle una versión. Al revisar la partitura arreglada, Ortega se da cuenta que no solo le ha corregido algunos pasajes, sino que hasta los había ampliado.

Leo Brouwer disfrutó sumamente su acercamiento a los jóvenes que formaban parte del Grupo de Experimentación Sonora del Icaic. Imagen: Web International Classical Guitar

Al llevársela a Isaac Nicola, el maestro de Leo, el regaño fue tremendo, al decirle aquel que “quién se creía él que era para cambiarle siquiera una nota a Handel; que si se le ocurría algo que lo escribiera, pero que fuera suyo”. Y parece que el consejo funcionó, pues con apenas 19 años Leo compone su primera obra para guitarra y orquesta, “Las tres danzas concertantes”, pieza que hoy es considerada una obra maestra.

Y así, en este fluido dialogar, acompañados por una buena botella de vino tinto, nos acercamos a interioridades tales como que al maestro lo afectan mucho los velorios al punto de no soportarlos, o que tiene temor de llegar a padecer de Alzheimer, pero siempre regresamos al aspecto puramente profesional con definiciones aportadas por Ortega, las que considero imprescindibles para aprehender la amplitud del universo creador de Brouwer.

Según mi interlocutor, Leo comenzó a componer cosas muy sencillas, tendencia que se mantiene en la actualidad, puesto que su música en sentido general parte del breve elemento celular, de una célula que se desarrolla por secuencias en una fuerte vinculación con elementos tomados de las esencias procedentes tanto del folclor hispano como del afrocubano. Otro aspecto que nos señala su fraterno colega acerca de la obra musical del maestro, es la continuidad, consecuencia y fidelidad a su pensamiento no solo musical sino igualmente filosófico.

Al revelarme que hablamos de un infatigable lector que se solaza lo mismo con una novela de Carpentier que con un tratado de filosofía, se nos entrega la clave para entender tantas composiciones suyas que llevan títulos de obras literarias:

A comienzos de los ochenta, estaba un día Leo de visita en mi casa y ve que Geraldine, mi esposa, tenía en sus manos un libro que él no conocía. Era nada menos que El Decamerón Negro, una recopilación de relatos y de leyendas africanas publicadas por Leo Frobenius a principios del siglo pasado, libro que le llamó la atención y se lo pidió prestado. Poco tiempo después, Leo se aparece en casa con su suite para guitarra “El Decamerón Negro”, inspirada en dicha lectura.

“Leo comenzó a componer cosas muy sencillas, tendencia que se mantiene en la actualidad, puesto que su música en sentido general parte del breve elemento celular, de una célula que se desarrolla por secuencias en una fuerte vinculación con elementos tomados de las esencias procedentes tanto del folclor hispano como del afrocubano”.

Este también es el origen de otras piezas suyas como “El viaje a la semilla”, alentada por su acercamiento a la novela de Carpentier, aunque del afamado escritor cubano Leo toma para sí singulares hábitos de conducta. “Por el propio Carpentier, nos enteramos de que él se levantaba todos los días a las 7 y media de la mañana para asearse, desayunar y a las 9, ponerse a escribir, le bajara o no la musa. Leo se tomó muy en serio dicha costumbre, lo único que se levanta mucho más temprano”.

Acostumbrado a un mundo donde se tiende a creer que los mejores guitarristas de rock son aquellos que alcanzan una mayor rapidez en su digitación, al pedirle a Ortega que me explique la relevancia de Leo, que lo coloca entre los mejores guitarristas del mundo, me da como respuesta una enseñanza para toda la vida:

Leo como alumno es muy aplicado y serio, pero como profesor de sí mismo, es implacable en cuanto al rigor que se exige. Es un gran guitarrista, independientemente de las habilidades de su mano que estaba muy preparada, pero como profundo estudioso del instrumento, no se conformaba con lo que le saliera fácil. Mira, entre sus maestros tuvo a Chucho Vidal, un guitarrista cubano de flamenco muy bueno, pero Leo llegó a dominar aquel mundo ajeno con una facilidad extrema. Era increíble cómo resolvía los problemas planteados casi instantáneamente. He conocido personas con mucho talento, pero que son perezosas. Él llegó a hacer cosas en la guitarra que los demás no pudieron alcanzar, pero no en el aspecto gimnástico de nuestra profesión. No basta con saber mover los dedos porque además hace falta tener talento, el reservado para los genios, y este, Guille, no se puede medir. ¿Cómo se llega a ser un Beethoven, un Matamoros o un Garay? Sindo aprendió a leer él solo. Leo nunca estudió dirección de orquesta y es aclamado cuando está dirigiendo por el modo en que hace sonar a la orquesta. Contamina con su talento a todos los músicos; es algo que rebasa la frontera de lo racional.

“Leo como alumno es muy aplicado y serio, pero como profesor de sí mismo, es implacable en cuanto al rigor que se exige”.

En la vida profesional de Leo Brouwer hay un pasaje sumamente conocido, su paso como director del Grupo de Experimentación Sonora del Icaic (Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos), pero Ortega se refiere al mismo desde un ángulo que no se maneja habitualmente: 

Para Leo, el acercarse a estos jóvenes que integraron el grupo fue una cosa natural, nada fuera de sentido. Desde muy joven, Leo disfruta sumamente que en las reuniones de amigos pueda acompañar como guitarrista a quien estuviera cantando, además de que tiene una fuerte vocación como maestro del que existe un precedente que soy yo mismo, pues me enseñaba todo lo que él aprendía acerca de la guitarra. Pero, sobre todo, Leo tuvo la oportunidad con el GESI de poner en práctica algunas ideas diferentes en cuanto a educación musical. Casi todos los integrantes del grupo ya contaban con una obra previamente realizada, por lo que no podía perder tiempo con ellos. Leo fue directo a lo indispensable que necesitaban estos músicos que todavía no sabían leer música. Se reunían y discutían acerca de la música que escuchaban de Brasil, Chile y de España, pero no de una forma acrítica. Además, el GESI representó para Leo un gran divertimento en el sentido de hacerles ver que, si no te diviertes al tocar la guitarra durante seis horas seguidas, puedes llegar a odiarla. Lo más próximo a esa idea de Leo es La Colmenita, en donde niños jugando, hacen maravillas.

Y por supuesto que antes de dar por concluido este provechoso encuentro con Jesús Ortega, hablamos sobre el desempeño de Leo como promotor cultural y me trae a colación la etapa en que lo nombran director de la Orquesta Sinfónica de Córdoba (1992-2001), lo que se considera el momento de mayor esplendor profesional en la historia de dicha institución española, que a los habituales conciertos en las salas del teatro agregó su inusual presencia en escuelas y hogares de ancianos. Seguidamente, Ortega hace referencia a los tiempos en que organizaba junto con Leo el Festival Internacional de Guitarra de La Habana, cuando durante años lograron invitar tanto a guitarristas de flamenco como jazzistas y guitarristas populares de cualquier rincón del mundo. Pero ese abarcador concepto de cultura del maestro, expresado a través de su constante quehacer, se hace todavía mayor en las diferentes ediciones del Festival Leo Brouwer de Música de Cámara, adonde vinieron personalidades de alto rango artístico como el laudista bosnio Edin Karamazov, la guitarrista brasileña Badi Assad o el grupo vocal norteamericano Take Six entre tantos otros músicos, bailarines, actores y pintores del patio.

Los años en que Leo Brouwer dirigió la orquesta sinfónica de la ciudad española de Córdoba son considerados los de mayor esplendor para dicha formación. Imagen: Tomada de Radio Reloj

A punto de despedirme, Ortega nos actualiza acerca de que Leo se mantiene escribiendo, pero preferiblemente pequeñas obras por encargo, puesto que ya no tiene la edad requerida para aceptar propuestas de gran envergadura como aquella en que le ofrecieron reconstruir algunas de las primeras óperas italianas que han sido encontradas recientemente.

En fin, de Leo Brouwer se nos han quedado muchas cosas por decir que están sobre la mesa, pero coincidimos con Ortega en que nos estamos refiriendo a una personalidad excepcional de nuestra cultura, al nivel de una Alicia Alonso o de un José Raúl Capablanca, figuras que nos hacen sentir orgullosos del mismo modo que Leo se siente muy orgulloso de ser cubano.

Ya en la puerta, le pregunto a Ortega si le quiere mandar un mensaje de felicitación a su hermano y me dice: “Quiero que viva otros 85 años y responda como en una ocasión en que visitamos a Sindo Garay. Cuando le preguntamos cómo estaba, nos respondió: ‘Aquí, cumpliendo mis primeros cien años’”.

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