Beca de Creación Prometeo
28/5/2020
Una ópera china
Martha Luisa Hernández Cadenas
“¡Si hay crisis en nuestros teatros debemos reconocer que el Barrio Chino la ignora por completo!”.
Alejo Carpentier, Teatro Chino de La Habana
Wah-Man-Yat-Po
El periódico Wah–Man–Yat–Po publica una foto,
mi madre y yo no habíamos nacido en el año de la foto,
pero ambas tenemos memoria de la fotografía.
“solo podían entrar funcionarios, turistas, estudiantes y comerciantes”
Cláusulas fijadas a mi garganta,
decretos de un callejón con rostros sosegados,
apuntes de una cubanita nacida en China.
“tienen una Cámara de Comercio, un Casino y un Asilo–Hospital”
Los cuerpos tendidos en la calle,
los cuerpos ansían la salida del dragón,
los cuerpos sospechan que el teatro Sun-Yen desaparecerá.
El periódico Wah–Man–Yat–Po publica una foto,
los huesos de mi madre en el cementerio chino,
abrazan la memoria de la desaparición.
La casa es Shi Kong
Aprendí a transcribir en fonemas,
cada día de 1858
durante un amanecer de 1886.
En las plantaciones cañeras
aprendí la danza del león,
y mi cuerpo memorizó el vaivén.
En fonemas traduzco el sonido,
uso mi boca en el shang
y mi boca es usada por el órgano,
para que estas plantaciones
aprendan mi lengua,
memoricen mi danza,
transmito a la tierra
lo que soy.
El Shi Kong se inauguró en el azúcar.
En 1847, año de mi arribo
a la caja circular de cuatro clavijas,
año del advenimiento del fin,
apertura del gran teatro chino.
Puse mi boca en la caña,
mi saliva en la caña,
mi esclavitud en la producción,
el tigre y la música en la garganta.
El azúcar imita la fiesta primaveral,
sonoramente vibrátil
por las irreverencias del sol
sobre mi piel amarilla.
Me vocean en las plantaciones,
“¡Canta!, mujer amarilla”.
Aquella que toca el instrumento
y transmite a las raíces
el lenguaje teñido
de su exotismo,
la única mujer china
que fundó un teatro en la isla.
Un arco y un fotógrafo chino
Transcribo las canciones en cantonés,
camino y me detengo ante el arco.
¿Cuántas veces me he detenido sobre mis pasos?
¿Cuántas veces me he mirado en el arco,
y me he preguntado sobre el final?
¿Cuántos pasos?
¿Un mismo arco?
¿Chinerías de porcelana?
¿Biombos?
¿Tigres metálicos?
¿Tapiz volante?
En el último piso vivía el fotógrafo chino,
era el fotógrafo de El Águila de Oro.
¿Fotos suyas en el periódico Wah–Man–Yat–Po?
¿Fotos pagadas a un peso?
¿Fotos cantonesas?
¿Fotos nacionales?
¿Fotos operáticas?
Al bajar las escaleras,
dolieron mis pies,
hoy vivo mis primeros noventa y dos años.
¿Podrá el arco recordar mi mirada?
¿Recordará el sabor del “chino con piojos”?
¿El arco recuerda al teatro?
¿El teatro recuerda la entrada?
¿La entrada recuerda el sabor de Zanja y Rayo?
¿El sabor recuerda a la ópera china?
¿La ópera china recuerda al fotógrafo?
¿El fotógrafo recuerda mis noventa y dos años?
¿Chinos culíes?
¿Chinos libres de California?
Recuerdo el primer trazo
en el Colegio Chung Wah,
recuerdo vivir nueve años.
Subíamos al último piso,
y tocábamos la puerta del fotógrafo.
Comprábamos el periódico,
reíamos con nuestras fotos,
reíamos bajo el arco.
El Águila de Oro habla cantonés
Mi alma habla cantonés,
ojos,
manos,
boca,
codos,
axilas,
barbillas,
dedos del pie,
hablan cantonés,
susurran cantonés,
murmuran cantonés.
―A la entrada solo chinos,
familias de chinos,
hermanos de chinos,
hijos de chinos―.
―A la entrada solo chinos―,
que el alma y el habla de los chinos,
sean atesoradas por este umbral.
Manos y rodillas chinas,
sonrisas y silencios chinos.
Soy una niña de nueve años,
y en solo unos meses
aprendí doce canciones,
doce canciones en cantonés,
y mis párpados,
y mis labios,
que quedaron en El Águila de Oro,
cantan,
cien años atrás,
cien años adelante,
cantan,
cien generaciones de chinos,
cien ancestros de chinos,
lloran,
la tripulación
llora,
el único consuelo:
“Que esta niña de nueve años
cante las canciones”.
Lengua y habla sanan,
cien generaciones,
savia,
blanco,
cera,
seda.
A la entrada del teatro,
solo chinos,
hijos de chinos,
nietos de chinos.
La ópera es para ellos,
los sobrevivientes.
La cantante de ópera china
Y cuando olvidó hablar,
su lenguaje era la partitura.
Y cuando olvidó caminar,
se desplazaba en un caballo.
Y cuando ya no supo reír,
tarareaba.
Lo que el cuerpo sabe permanece latente.
No abandona al cuerpo,
lo que el cuerpo ha vivido desde antes de ser.
Recuerdos de plantaciones,
los muertos en la tripulación,
océanos Índico y Atlántico.
Y cuando no reconoció a su hijo,
llamó a su padre,
los huesos de su padre en lo natal,
la tierra que visitó imaginariamente.
En el cuartico de Centro Habana,
paredes que resguardaban
a la más importante sociedad china,
así palpó los restos de su abuelo en la piedra.
Y cuando no soportó las telas,
sus manos pulsaban una lanza imaginaria,
sujetándose al dragón.
Y cuando sus pies no toleraban calzar zapato,
llevaba botas finas y puntiagudas,
y con pasos rigurosos atravesaba el escenario,
se ocultaba detrás de los telones,
buscaba la luz,
la Plaza del Vapor,
la pelota roja.
Y cuando todo olvidó,
o sus nietos asumían que había olvidado,
ella actuaba en la ópera china,
latente en
ojos,
manos,
boca,
codos,
axilas,
barbillas,
dedos del pie.
Y cuando el pellejo se endurecía,
abrazaba a la hermana,
esa hermana que era un príncipe en escena.
Y cuando las córneas azulosas se cerraron,
abrió los ojos en el precipicio,
maquillándose en las penumbras del callejón.
Y cuando celebraron su muerte,
más allá de la razón y el espíritu,
la cantante olvidó lo desvaído
para vivir otra vez en la ópera china.