Bienal de La Habana: más cubanos, más humanos

Maikel José Rodríguez Calviño
27/11/2018

La Bienal de La Habana constituye el evento de artes visuales más relevante en el panorama cultural de nuestro país. ¿A qué se debe su importancia? ¿Qué significación tiene para el desarrollo de las artes plásticas de la Isla, del Caribe y del continente americano? ¿Por qué artistas, curadores y coleccionistas de Cuba y el mundo aguardan con ansiedad por cada nueva edición?

 Cada dos años, nuestro evento cultural por excelencia coloca a Cuba en el vórtice de un huracán
donde se reúnen creadores, especialistas y espectadores de varios países

 

Desde su primera entrega, ocurrida en 1984, nuestra Bienal se ha concentrado en aglutinar y visibilizar propuestas de altísimo rigor estético y conceptual, que no siempre se encuentran debidamente representadas en los grandes centros de difusión de arte a nivel internacional. Acceder a estos sistemas eurocentristas y hegemónicos de socialización, comercialización y legitimación es, en muchas ocasiones, un sueño imposible para creadores africanos, latinos, caribeños y asiáticos. No es común encontrar propuestas visuales gestadas desde el Tercer Mundo en megaeventos como las Bienales de Venecia o de Praga, cuyos proyectos curatoriales restringen, por múltiples razones —bien sean de carácter económico, político, genérico o racial—, la participación de exponentes que viven y trabajan en el Sur global.

En este sentido, la Bienal habanera ha apostado por exhibir y legitimar proyectos expositivos que, al margen de estereotipos, discriminaciones, desigualdades y desventajas, y más allá del insoslayable factor mercantil, condensan idiosincrasias y reflejan, desde perspectivas críticas, el devenir histórico, social y cultural de nuestra parte del mundo. Al momento de su creación existían muy pocos eventos de tal magnitud a nivel internacional, y solo uno en el contexto latinoamericano, lo cual nos ofrece una imagen bastante clara del importante rol desempeñado por ella en estos 30 años de existencia. Su franca postura antihegemónica, centrada en el arte de los “márgenes” (concepto cuando menos discutible, pues se fundamenta en una relación de poder susceptible a la subversión desde la praxis cotidiana), constituye, en mi opinión, uno de sus principales atractivos, y la razón por la cual sigue acaparando el interés de especialistas y públicos por igual.   

Además, su equipo curatorial fundamenta la selección en la calidad de las obras y la madurez intelectual de los artífices, articulando espacios de intercambio y cooperación donde encuentran cobijo disímiles poéticas y múltiples puntos de vista. La habanera ha sido siempre una Bienal inclusiva, de altísimo rigor estético, que apuesta por una democracia en el arte más allá de los límites que imponen fronteras, diferencias políticas, conflictos gubernamentales y leyes comerciales de oferta y demanda. Asimismo, se ha distinguido por la delimitación de líneas curatoriales precisas, lo cual le confiere una mayor cohesión e indiscutible coherencia; así como por la inclusión de programas teóricos que, amén de generar debates y propiciar diálogos, nos ha puesto en contacto con críticos y ensayistas de reconocido prestigio. Es una Bienal donde el arte es mostrado, generado y pensado en consonancia con las líneas temáticas, curatoriales y expositivas de vanguardia a nivel mundial, lo cual contribuye sustancialmente a la pervivencia del arte cubano dentro del panorama simbólico internacional.

Durante un mes, cada dos años, nuestro evento cultural por excelencia coloca a Cuba en el vórtice de un huracán donde se reúnen creadores, especialistas y espectadores del planeta en una suerte de fiebre por lo artístico que toma por asalto a la capital de la Isla. No se podía esperar menos en un país que goza de una tradición artística significativa y ampliamente reconocida en su región. Sin Bienal de La Habana, seríamos menos caribeños, menos cubanos, menos humanos, pues el arte, en sus múltiples facetas, es, ante todo, reservorio de identidad y virtud.