Buenavista Social Club: La historia interminable que siempre debió ser (IV)
Y se hizo la luz; o lo que es lo mismo, se hicieron los premios. En materia de estadísticas el resultado fue de un cincuenta por ciento de efectividad para la propuesta que hoy llama la atención de públicos diversos en las tardes noches de Broadway y que tiene como fuente de inspiración la música cubana, en especial esa que conocemos como tradicional y que fuera reimpulsada —que no es lo mismo que descubierta, como han afirmado algunos neófitos en este tema— por el proyecto Buenavista Social Club.
Lo interesante de este asunto de los premios, en este caso los Tony, respecto a la puesta en escena del musical homónimo, es que por vez primera una puesta recreada a partir de una historia netamente cubana, de la A a la Z, es considerada seriamente y premiada por los ejecutivos de la industria del espectáculo musical.
Según los medios de prensa, críticos y empresarios afines, este año la industria de Broadway está en plena efervescencia económica tras los años grises de la pandemia de COVID-19; los mismos años en que sus creadores trabajaron en la conformación de la historia; periodo de tiempo en que encontraron a los productores interesados en correr el riesgo económico que implica contar una historia cubana, aderezada de música y que políticamente fuera lo más equilibrada posible, algo muy difícil de lograr en estos tiempos y que desde ya es uno de los grandes méritos de esta propuesta.
“… por vez primera una puesta recreada a partir de una historia netamente cubana, de la A a la Z, es considerada seriamente y premiada por los ejecutivos de la industria del espectáculo musical”.
Para los que no conocen la historia, esta es sencilla: relaciones humanas, amor por la música, sueños que se realizan en el momento menos esperado y como trasfondo el universo musical cubano de los años cincuenta. Solo que no se recurre a lugares comunes; literariamente se trata de contar el mito de la cantante Omara Portuondo, quien es por derecho propio la única cantante cubana que ha vivido, gozado y cantado por más de setenta años todos los géneros de la música cubana.
La historia de Omara Portuondo, su relación con su hermana Haydee, su paso por el cuarteto Las D’Aida y su posterior ascenso al estrellato internacional junto al proyecto Buenavista Social Club son la base de esta puesta en la que figuras como Compay Segundo e Ibrahím Ferrer le acompañan en la aventura de triunfar en el complicado mundo de la música cubana de los años cincuenta.

El mito de esa década y la realidad musical que mostraron tanto el disco como la película de marras son el asidero necesario para que los productores del show hayan corrido el riesgo de llevar a la escena de Broadway una historia lejana de las fantasías creativas del musical norteamericano clásico. Es una historia cubana, con personajes cubanos y ubicada en un país que algunos maldicen y otros admiran, aunque el único punto en común sea la música.
Premiar a la actriz Natalie Venetia Belcon que interpreta a Omara Portuondo, muy real y creíble en su papel, es un acto de justicia a la impronta dejada por “la novia del filin” en la música hispano e iberoamericana, incluido el jazz. La Venetia posee una voz potente que subordina a su personaje y para el neófito es la referencia más cercana a la voz de nuestra Omara.

Pero el Buenavista…, como musical, también debe —aunque no se mencione en los créditos— su gloria en materia de premios a su coreografía, obra del binomio conformado por Patricia Delgado y Justin Peck. Sus propuestas coreográficas son creíbles y si se realiza un viaje al pasado y presente del musical cubano se podrá encontrar guiños a importantes coreógrafos cubanos como Roderico Neyra (Rodney), Luis Trápaga y Santiago Alfonso, sobre todo en el caso de este último su manera de expresar y fundir la danza contemporánea y lo folklórico.
A Marcos Panguia correspondió el premio por la dirección musical, las orquestaciones y arreglos, labor en la que fue determinante la presencia del tresero y guitarrista cubano Juan de Marcos González, que es a fin de cuentas el padre de la criatura.

Panguia supo entender la dinámica musical que está recogida en el disco y traducirla al lenguaje del musical neoyorkino, que no es lo mismo que un concierto per se. Pero lo más importante es el hecho de haber logrado encontrar ese punto de inflexión entre las voces de los originales y la de los actores, que no siempre coinciden, además de haber logrado armar una banda con músicos que muestran sin temor su admiración y respeto por la música cubana.
Según algunos medios Buenavista Social Club, el musical es el gran ganador de esta edición de los premios Tony; también es la primera vez que “lo cubiche” modifica una industria en la que nuestra presencia no ha sido constante, aunque todo indica que las puertas se abren a nuevas historias y personajes cubanos… puede que la siguiente propuesta sea revivir a Chano Pozo o justipreciar la impronta de don Mario Bauzá en el jazz… no lo sé.
De momento se comenta que en los pasillos de un teatro en Broadway todos repiten el coro recurrente que alguna vez surgiera del ingenio de Faustino Oramas, El Guayabero, y que el cuerpo de bomberos de Nueva York tenga como meta aplacar la candela que deja en el espíritu de los asistentes la puesta en escena de esta historia.