“Mi casa es tu casa”, se lee constantemente en bolsas y pulóveres en varios puntos de la geografía cubana; un lema que no es solo una invitación, sino una declaración de principios. Casa de las Américas no ha sido un mero escenario, sino un hogar para las voces que el poder ha intentado silenciar, un refugio para el arte insurgente y un faro contra el fascismo. A 66 años de su fundación, su historia se lee como un mapa de las luchas y sueños de Nuestra América.

Fundada en abril de 1959, apenas tres meses después del triunfo revolucionario, la Casa nació con una misión clara: evitar que el aislamiento político cortara los lazos culturales del continente. “No podía aceptar que un día nuestro pueblo no supiera quiénes eran los escritores y artistas de América”, confesó Haydée Santamaría, su primera directora, en 1974. Bajo su impulso, la institución se convirtió en trinchera. Recibió a exiliados como Roque Dalton y Violeta Parra, publicó a pensadores como Paulo Freire y Darcy Ribeiro, y albergó a la Nueva Trova en su sala Che Guevara, donde Silvio, Pablo y Noel tocaron juntos por primera vez.

“Casa de las Américas no ha sido un mero escenario, sino un hogar para las voces que el poder ha intentado silenciar, un refugio para el arte insurgente y un faro contra el fascismo”.

La Casa ha sido “un epifénomeno de la Revolución”, como definió Roberto Fernández Retamar. Frente a las dictaduras de los 70, acogió a creadores perseguidos y denunció crímenes como el asesinato de Víctor Jara. “Combatió las visiones coloniales que subsisten desde hace cinco siglos”, destacó Díaz-Canel el pasado año en el acto por 65 aniversario de la institución cultural. Hoy, ante el resurgir de extremismos, su legado deviene brújula: “Sigan enfrentando la mentira con verdad, justicia y belleza”, exhortó entonces el presidente.

En seis décadas, la institución ha desbordado lo literario: sus galerías, coloquios y revistas como Conjunto o Anales del Caribe han tejido diálogos entre el jazz caribeño, el muralismo mexicano y el cine rebelde. “Nos ayudó a vernos con nuestros propios ojos”, escribió Galeano, quien corrigió simbólicamente la historia: “Donde dice 12 de octubre de 1492, debe decir 28 de abril de 1959”.

La Casa ha sido “un epifénomeno de la Revolución”, como definió Roberto Fernández Retamar. Imagen: Tomada de AlmaPlusTV

Los aportes de la institución a la cultura latinoamericana han marcado un antes y después para autores que han buscado una voz, un vehículo para dar vida a sus letras. El Premio Casa de las Américas, creado en 1960, ha sido más que un certamen literario: “anticolonial, martiano, calibánico”, en palabras de Abel Prieto. Desde sus inicios, rompió moldes al incluir géneros marginados como el testimonio (1970) o lenguas como el creole y las originarias. Figuras como Eduardo Galeano o Ricardo Piglia encontraron aquí su primera consagración. “Es la historia de buena parte de la literatura latinoamericana”, escribió Jorge Fornet.

La música, por su parte, ha sido pilar fundamental en esta casa. Desde los Encuentros de la Canción Protesta en 1967 hasta los conciertos de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, sus paredes han sido cómplice de los acordes de rebeldía de toda una generación. “Aquí los trovadores saben que están en su casa”, recordó Díaz-Canel.

El Premio Casa de las Américas, creado en 1960, ha sido más que un certamen literario: “anticolonial, martiano, calibánico”, en palabras de Abel Prieto.

Las artes visuales también han encontrado refugio. El Premio La Joven Estampa y las exposiciones del Departamento de Artes Plásticas han llevado el grabado, la pintura y la fotografía más allá de las galerías tradicionales. El arte no puede ser complaciente y la curaduría de cada obra exhibida defiende esa premisa y convierte la muestra en un gesto que une estética y conciencia social.

El teatro latinoamericano tiene en la revista Conjunto, fundada por Manuel Galich, un espacio para dialogar sobre identidad y resistencia. Las temporadas teatrales de la Casa han sido escenario para obras que desafían dictaduras y celebran la diversidad. Los estudios caribeños marcaron otro hito. El Centro de Estudios del Caribe, creado en 1979, rompió barreras lingüísticas para unir a Haití, Jamaica y Cuba en un mismo diálogo. Por su parte, la revista Casa de las Américas, desde 1960, ha sido termómetro del pensamiento crítico. En sus páginas han convivido ensayos de Cortázar, poemas de Neruda y reflexiones del Che. “No es una publicación, es un manifiesto”, escribió Roberto Fernández Retamar, su director por décadas.

“No hay cultura neutral”, afirmó Haydée Santamaría. Foto: Archivo de Casa de las Américas  

En esa misma línea de ser voz para las causas justas, la solidaridad con Palestina, Vietnam y los pueblos indígenas ha sido constante. Cuando las bombas callaban voces, la Casa las amplificaba. “No hay cultura neutral”, repitió Haydée, y esa consigna sigue vigente frente a las masacres en Gaza o las luchas sociales en América Latina.

El diseño gráfico también dejó su huella. Carteles como “La rosa y la espina” de Rostgaard se convirtieron en símbolos globales de lucha. Además, las nuevas generaciones tienen su espacio en iniciativas como Casa Tomada, donde jóvenes artistas debaten sobre feminismo, racismo y ecología. “La Casa no es un museo, es un taller”, dijo Abel Prieto, insistiendo en que la cultura debe renovarse sin perder su esencia rebelde.

“La casa de los abrazos” que soñó Eduardo Galeano. Imagen: Tomada de Cubadebate

Casa de las Américas no solo ha sido un espacio para la creación, sino también para la memoria. Sus archivos guardan cartas, manuscritos y testimonios que narran la historia cultural de un continente en lucha. Como dijo Haydée Santamaría: “Nos preocupaba que el aislamiento nos separara de nuestras raíces, de Bolívar, de Martí”. Hoy, esos documentos son antídotos contra el olvido.

A 66 años, Casa de las Américas persiste como prueba de que la cultura, cuando es “política radical y sensibilidad humanista” (Retamar), no se domestica. Su balance: miles de libros, canciones y obras que gritan que otra América es posible. En 2025 el desafío sigue siendo el mismo: ser ‘la casa de los abrazos’ que soñó Galeano. En un mundo donde el fascismo resurge, su misión es clara: “Defender la belleza como acto de justicia”. Porque, como escribió Retamar, “esta Casa es la Revolución hecha cultura”.

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