El 10 de septiembre de 2025 fue asesinado el activista conservador Charlie Kirk. Le dispararon mientras intercambiaba con una amplia audiencia de estudiantes y profesores de la Universidad del Valle de Utah. Su asesinato, como a esta altura es ampliamente conocido, ha levantado una nueva ola de fricción social en un país atravesado periódicamente por sismos de esta naturaleza. Aunque la frecuencia, en tiempos recientes, ha tendido al crescendo, en la medida en que sectores de la política, de modo consciente, explotan en su beneficio las fisuras de un país grande y multiétnico.

El asesinato de Charlie Kirk fue un caso más de violencia por armas de fuego, en un país donde, por desgracia, esta es una realidad cotidiana. Solo en 2024, casi 16 mil norteamericanos perdieron la vida por armas de fuego, hubo 647 tiroteos, de ellos 487 fueron masivos, en espacios con grandes concentraciones de personas o varios tiradores involucrados. En Estados Unidos se estiman unas 120 armas en las calles por cada 100 ciudadanos y en no pocos estados es legal tener armas largas, como rifles de asalto e incluso portarlas en público para actividades cotidianas, como ir de compras o pasear por un parque.

“Al igual que muchas figuras mediáticas conservadoras, Kirk se hizo famoso por declaraciones escandalosas, cargadas de racismo, machismo y supremacismo”.

Kirk era una figura conocida en medios políticos conservadores y cercano al actual presidente norteamericano. En 2012, siendo aún estudiante universitario, fundó la organización Turning Point USA, orientada a promover los valores políticos liberales y conservadores, fundamentalmente entre los jóvenes. Su ideología evolucionó hacia lo que él denominaba “nacionalismo cristiano”, una argamasa ideológica donde se mezcla el fundamentalismo cristiano con los valores más conservadores de la Norteamérica profunda y la convicción de que Estados Unidos es una nación construida por cristianos para cristianos.

Al igual que muchas figuras mediáticas conservadoras, Kirk se hizo famoso por declaraciones escandalosas, cargadas de racismo, machismo y supremacismo. Muchos de sus debates con estudiantes o académicos se hicieron virales, encontrando eco en sectores de la sociedad estadounidense, hastiados del discurso liberal progresista hegemónico en buena parte de los medios norteamericanos y de su expresión en el discurso político dominante de las élites hasta hace relativamente poco, cuando la emergencia de Trump como fenómeno político y social abrió el camino para un cuestionamiento activo de estos valores, en favor de un retorno a posiciones ideológicas ultraconservadoras.

Kirk era, de hecho, un aliado cercano de Trump. Al punto de que luego de su asesinato, el presidente de los Estados Unidos dirigió un mensaje a la nación: “Fue un patriota que dedicó su vida a la causa del debate abierto y al país que tanto amaba: los Estados Unidos de América. Luchó por la libertad, la democracia, la justicia y el pueblo estadounidense. Es un mártir de la verdad y la libertad, y nunca ha habido nadie que fuera tan respetado por la juventud”. Un poco más adelante añadió: “Ya es hora de que todos los estadounidenses y los medios de comunicación se enfrenten al hecho de que la violencia y el asesinato son la trágica consecuencia de demonizar a aquellos con los que no estás de acuerdo día tras día, año tras año, de la forma más odiosa y despreciable posible”.

“Buena parte del discurso de Charlie Kirk (…) califica dentro de lo que algunos de sus críticos han calificado como un ‘discurso de odio’”.

El funeral de Charlie Kirk, realizado el domingo 21 de septiembre de 2025, fue un funeral de estado. Entre los principales oradores y participantes estuvieron Donald Trump, el vicepresidente J. D. Vance, Elon Musk, Tucker Carlson y Robert F. Kennedy Jr., además de otros miembros de la administración actual. Se vendieron camisetas y gorras, se cargó una réplica en tamaño real de la cruz sobre el escenario, se lanzaron fuegos de espectáculo cuando la viuda hizo su entrada en escena y decenas de miles cantaron el himno, mientras el presidente Trump abrazaba a la viuda llorosa sobre el escenario. Todo un ritual, reafirmatorio de los valores y los héroes de un importante sector de la sociedad norteamericana, cuyo reflejo es el actual poder político.

La primera Enmienda y Charlie Kirk

Charlie Kirk, por supuesto, veneraba la Constitución de los Estados Unidos y era un firme defensor de sus Enmiendas, en particular la Primera Enmienda, referida a la libertad de expresión y la Segunda Enmienda, sobre el derecho ciudadano a portar armas de fuego. Su primer libro, escrito en el año 2014, se titula La Segunda Enmienda y la Herencia de Caza. Otros de sus libros, cuyos títulos son bastante indicativos de las líneas ideológicas del autor son: Batalla en el campus: cómo los conservadores pueden GANAR la batalla en el campus y por qué es importante (2018); Revolución de derecha: Cómo vencer a los woke y salvar a Occidente (2024) y Tiempo de cambio: establecer un rumbo hacia mercados libres y un gobierno limitado para las generaciones futuras (2025). Resulta interesante que estos libros, pensados casi como manuales del movimiento conservador, hoy agrupado en buena medida bajo la sombrilla MAGA, contengan desde el título ya la tesis central. Parecieran pensados para la rápida y fácil digestión de un lector que, aún sin acabar de leerlos, debe llevarse con claridad las premisas centrales del movimiento.

Buena parte del discurso de Charlie Kirk, no solo en sus libros, sino también en podcast, entrevistas e intervenciones en espacios públicos, califica dentro de lo que algunos de sus críticos han calificado como un “discurso de odio”. Luego del asesinato de Kirk, Trump y otros miembros de su gabinete amenazaron con castigar a quien expresara en público cosas insensibles, provocadoras o llenas de odio sobre el tema. Dijeron que Kirk había sido una víctima, precisamente, del “discurso de odio” de la “izquierda radical” en Estados Unidos.

“(…) en [Estados Unidos] se sanciona a nivel federal y estatal los ‘delitos de odio’, pero el ‘discurso de odio’ cae en un limbo legal mucho menos específico”.

Las Naciones Unidas definen el “discurso de odio” como un “discurso ofensivo dirigido a un grupo o individuo y que se basa en características inherentes (como son la raza, la religión o el género) y que puede poner en peligro la paz social”. Por su parte el sitio web del US Department of Justice explica que en Estados Unidos las “leyes federales contra los delitos de odio cubren ciertos delitos cometidos por motivos de raza, color de piel, religión, nacionalidad de origen, orientación sexual, género, identidad de género o discapacidad”.

También se informa que el Departamento de Justicia empezó a procesar casos federales de delitos de odio tras la promulgación de la ley de Derechos Civiles de 1968. Sin embargo, aquí viene una distinción importante que entronca de lleno con el tema de este texto sobre los límites de la libertad de expresión en Estados Unidos, en el país se sanciona a nivel federal y estatal los “delitos de odio”, pero el “discurso de odio” cae en un limbo legal mucho menos específico. Y esto guarda estrecha relación con la Primera Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos.

La Primera Enmienda de la Constitución de Estados Unidos, ratificada en 1791 como parte de la Carta de Derechos (Bill of Rights), establece una serie de garantías fundamentales frente a posibles abusos del poder estatal. Entre estas garantías están la defensa del derecho a expresar opiniones sin censura ni represalias del gobierno y proteger la publicación y difusión de información, incluso contra el propio Estado. La libertad de expresión en el país también está determinada por la interpretación hecha por la Corte Suprema respecto de la Primera Enmienda en varios casos claves.

Así, por ejemplo, en Schenck vs Estados Unidos (1919), donde se procesó al activista Charles Schenck quien repartió panfletos contra el reclutamiento militar en la Primera Guerra Mundial, la corte determinó que la libertad de expresión no protege palabras que crean un “peligro claro y presente” para la seguridad nacional. En Brandenburg vs Ohio (1969), donde se procesó a un líder del Ku Klux Klan, la Corte estableció que el discurso solo puede restringirse si incita a una acción ilegal inminente y es probable que esa acción ocurra. Este precedente llegó al punto de que los tribunales no detuvieron una marcha planeada por el Partido Nazi Americano en Skokie, Illinois, en 1977, a pesar de que era una marcha nazi en una ciudad donde vivían no pocos sobrevivientes judíos de la barbarie de la Segunda Guerra Mundial.

“Aunque no respondan al llamado directo de oradores y políticos, no es difícil rastrear detrás de los numerosos delitos de odio que se cometen en el Estados Unidos contemporáneo, la impronta de estos gurús de la supremacía”.

Estos antecedentes y muchos más configuran un escenario en el cual en Estados Unidos es posible hoy sostener públicamente un discurso racista, xenófobo, homófobo, supremacista, chovinista, nacionalista, sin que tenga consecuencias legales para su emisor. Siempre que no implique un llamado inmediato a la acción violenta, este discurso queda protegido bajo la ambivalente sombrilla de la Primera Enmienda y los fallos de la Corte Suprema.

Esto desconoce, por supuesto, la forma en que las ideas penetran la conciencia de la sociedad hasta convertirse en sentido común aceptado por una parte o la totalidad de los individuos que la componen. Aunque no respondan al llamado directo de oradores y políticos, no es difícil rastrear detrás de los numerosos delitos de odio que se cometen en el Estados Unidos contemporáneo, la impronta de estos gurús de la supremacía. Su legado es mucho más peligroso.

Es la versión ultraconservadora de la tesis de Marx de las ideas convertidas en poder material al ser asumidas por grandes masas de la sociedad. Ante la debilidad y casi nula difusión de las ideas revolucionarias, son estas las que llenan el espacio.

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