Imposible e injusto no recordarlo, Clavelito fue un fenómeno de popularidad con algunos “valores añadidos” que hicieron de él un personaje influyente en la sana credulidad de infinidad de cubanos, quienes escuchaban sus décimas y seguían al pie de la letra sus consejos, cual si estuvieran recibiendo un mensaje divino.

Las fotografías en la prensa y las entrevistas podemos rastrearlas al revisar las publicaciones periódicas de los años 40 y 50 del pasado siglo. Mucho dio que hablar. ¿Cuál era el don de Clavelito? ¿Qué fuerza poseían sus palabras? ¿Era un manipulador de las mentes o realmente obraba con sinceridad? Han pasado los años y cualquier acercamiento a su figura debe tomar en cuenta aquel momento social y el debido respeto tanto al personaje como a quienes depositaban su confianza en él. Clavelito, más que una leyenda, devino un mito.

Lo primero, lo indiscutible, es reconocer su condición de trovador, de poeta y cantor campesino o decimista con habilidades para el ejercicio del repentismo. Esa fue la condición que le dio entrada y sostenida presencia en el programa Pon tu pensamiento en mí, transmitido con enorme rating por Unión Radio Televisión, del magnate empresarial Gaspar Pumarejo.

Más que una leyenda, Clavelito devino un mito. Imagen: Tomada de Internet

Los directivos de la citada emisora escucharon el proyecto de programa presentado por Clavelito y le dieron carta blanca para desarrollarlo. La trasmisión se iniciaba con una invocación musical mágica, “El agua de Clavelito”: Pon tu pensamiento en mí,/ y harás que en ese momento / mi fuerza de pensamiento /ejerza el bien sobre ti…

A continuación venía un ritual, el de la colocación de un vaso de agua sobre el equipo de radio y después, de la mano. La acción de las ondas hertzianas y el calor desprendido por el equipo terminaban por entibiar el líquido, magnetizándolo, lo cual le confería un efecto curativo para al día siguiente, cuando se tomara. El conductor, o sea, Clavelito, iniciaba su sesión leyendo las peticiones y respondiendo a ellas con sus consejos por medio de versos improvisados. De boca en boca se expandió la fama de milagrero de Clavelito, “guajiro avispado”, como más de una vez se le tildó no muy sanamente, porque tanto la palabra guajiro como el calificativo avispado, llevaban implícitos un matiz cuando menos peyorativo.

Unos más y otros menos, humanos todos, aceptamos la fuerza inexplicable e inquebrantable de la fe como sustento de la esperanza. También conocemos el poder de sugestión de la palabra. Fe y sugestión, he ahí las sensaciones que inspiraba y ejercía Clavelito sobre sus oyentes. Por razones de fecha (remontémonos a la década del 40 e inicios de los 50 del siglo XX), quien escribe nunca lo escuchó. Pero más allá de tiempos y épocas, el ejercicio de la manipulación a través de la palabra y otros efectos sonoros, ambientales y demás, no es una condición común a cualquier individuo. Clavelito pues, poseía “algo” extra, no le bastaba con ser “avispado”, y no consideramos que fuera un timador. Ganó dinero con su programa —el más escuchado del dial—, pero no se hizo millonario (millonarios eran los dueños del circuito radial), no causaba daño. ¿Se ha preguntado usted cuántos de aquellos oyentes tenían medios económicos para ser atendidos por un profesional de la salud? ¿O dónde estaban los médicos si se trataba de una familia de tierra adentro? ¿Acaso el conductor pretendía ser algo más que un comunicador de mensajes, en ocasiones bastante simples?

El programa de Clavelito se difundía a través de Unión Radio Televisión y se convirtió en un fenómeno de audiencia. Imagen: Tomada de Radio Cubana

Al inicio se escuchaba: “Si usted no es feliz, si tiene algún problema, si no tiene salud, si no tiene empleo, si el dinero no le rinde, si no tiene amor… Oiga a Clavelito en silencio, en silencio, por favor…”.

El colega Ciro Bianchi es del criterio, suscrito por nosotros, de que Clavelito “se creyó un nuevo Mesías y puso una nota única en el folclor cubano. ¿A quién dañó con su programa? Llevó un poco de esperanza a gente que apenas la tenía y con sus consejos cantados sobre el uso de tal o más cual planta medicinal trató de aliviar el quebranto de aquellos que no disponían de médicos para curarse. ¿Qué mal hubo en eso?”.

Los cientos, los miles de cartas, recibidas en la emisora certificaban el buen rumbo de las trasmisiones. En ellas los oyentes exponían sus reclamos, fueran estos de salud, amores, justicia, trabajo, suerte en la lotería, fecundidad… hasta abarcar la infinitud de los requerimientos humanos. Sépase además que no fueron excepcionales los casos en que Clavelito dio en el blanco y satisfizo las peticiones de los oyentes.

La fama de milagrero de Clavelito parecía no tener límites y aunque la radio audiencia era mayormente campesina, también se ampliaba la preferencia en el contexto citadino, lo cual completaba el efecto mágico sugestivo deseado por Clavelito y los realizadores.

Sin embargo, estos últimos desconocían un refrán de muy antigua data: la avaricia rompe el saco. Y el descalabro sucedió cuando Unión Radio pretendió crear un paréntesis en su programación para, más allá del programa de Clavelito, responder a quienes le pedían consejo y de esta manera se expandía el tiempo de “enganche” de los oyentes, ardid que los competidores no aceptaron y que la Comisión de Ética Radial, la Asociación de Anunciantes y el Bloque Cubano de Prensa denunciaron, consiguiendo la suspensión del programa el 5 de agosto de 1952. Aun cuando el reclamo popular logró el restablecimiento del programa, ya nada fue igual.

Nacido en Ranchuelo, hoy provincia de Villa Clara, el 29 de septiembre de 1908, su nombre real fue Miguel Alfonso Pozo Clavero. El segundo apellido, el de la madre, dio origen al sobrenombre Clavelito, por ser el más pequeño de los hermanos. En 1954 formalizó ante el Registro Civil la modificación legal de su nombre, pasando a llamarse oficialmente Clavelito Miguel Alfonso Pozo. Ello, según parece, se justifica porque al involucrarse en la política de esta manera podía ser mejor reconocido por los electores en caso de postularse a un escaño en la Cámara de Representantes por el Partido Auténtico. Si finalmente lo hizo o no lo desconocemos; en cualquier caso, Clavelito Miguel Alfonso Pozo nunca llegó a ser representante, siendo lo más probable que su nombre y popularidad fueran utilizados como señuelo por los políticos para atraerse votos, cuidando de no abrirle un espacio real como candidato en tan complejo entramado político, dentro del cual ni siquiera su agua magnetizada podía ejercer efecto alguno.

La vida de Clavelito terminó en La Habana el 21 de julio de 1975. De entonces acá le ha sobrevivido la leyenda. Cincuenta años después de su fallecimiento, Clavelito está aún en la memoria.