Luego de anunciar su visita como si no fuéramos cubanas, mi amiga Hilda ha venido a mi casa. Le había dicho que viniera cuando quisiera, como siempre, pero algo hubo en su tono de voz que me dejó preocupada, hasta que, al verla, entendí que no estaba contenta, como suele ocurrir a fines de diciembre y a inicios de enero, cuando aún se tiene la esperanza de que todo será mejor. Llegó, hizo los saludos de cortesía, nos deseamos buen año y acto seguido se desplomó en el sofá de mi sala, lanzándome el motivo de su angustia: “Mi hijo quiere que yo le explique cómo funciona el mundo”.

Yo dije:

—¿Te traigo limonada, café o algo más fuerte? ¿Una Bucanero quieres, o el buche de ron que quedó de la fiesta? ¿Te hago un daiquirí, o algo más delicado, como un Alexander? ¿Te gusta la liga de jugo de naranja con vodka, o la prefieres solo con hielo? ¿Te da migraña el vino tinto… te alcanzo un vaso con blanco? ¿Tienes hambre? ¿Ya almorzaste? ¿Te apetece boniatillo con canela o mejor una torreja? ¿No tienes calor con ese pulover? ¿Te traigo el ventilador o nos vamos para el portal?

—¡Basta ya! —gritó mi amiga llorando a moco tendido. ¿No entiendes la gravedad de mi situación? Deja de ofrecerme cosas y ayúdame con palabras, porque esta misma noche debo darle una respuesta al niño.

“¿No entiendes la gravedad de mi situación? Deja de ofrecerme cosas y ayúdame con palabras, porque esta misma noche debo darle una respuesta al niño”.

—Bueno… —dije yo. Para empezar, ¿cuándo se ha visto que una criatura de 15 años se preocupe por eso llamado mundo?

—Yo qué sé —dijo Hilda soplándose la nariz. ¿Qué voy a saber yo? Se supone que tú sepas de esas cosas, así que ayúdame.

—¿Yo? ¿De dónde sacaste esa idea, tú? Yo más bien critico al mundo, pero ni idea de cómo funciona.

—¿Quién?

—El mundo, ¿quién va a ser? En fin, vayamos por partes. Si yo estuviera en tu lugar (y crucé dos dedos por si acaso), empezaría por explicarle a mi hijo que existen dos sistemas sociales antagónicos, que pugnan por demostrar sus ventajas desde hace muchísimo tiempo, y que gracias a esa contradicción, hay diversas formas de vivir, básicamente una, que es egoísta y despiadada, y otra, que es generosa y solidaria. Nosotros hemos optado…

“¿Te imaginas lo que es explicar el mundo sin hablar de sistemas sociales, guerras, injusticias ni gobiernos?”

—Párate ahí. Olvidé decirte que mi hijo quiere una explicación que sea ajena por completo a la política. Así me ha dicho. ¿Te imaginas lo que es explicar el mundo sin hablar de sistemas sociales, guerras, injusticias ni gobiernos? (y volvió a llorar)

—Ah… ya voy entendiendo. Mira, deja de llorar y trata de seguirme la corriente. Yo creo que mejor le cuentas cómo se extinguieron los dinosaurios, le explicas la teoría del estallido sideral que trajo como consecuencia la dispersión de las galaxias, el tema del sol, el agua, la tierra y la energía. ¿Qué te parece?

—Eso no sirve. Mi hijo tiene 15 años, pero no es tonto. Él quiere saber, por ejemplo, para qué sirve un Ministerio, qué es la Aduana, adónde puede dirigirse una persona común y corriente para preguntar, por ejemplo.

—¿Preguntar qué?

—Cómo funciona el mundo, por ejemplo.

—Ya. Bueno, tendrás que decirle que esas oficinas de información no existen, por ejemplo. Que un Ministerio es un sitio lleno de oficinas donde trabajan miles de funcionarios, y que la Aduana es el lugar…

—Ay, chica, no seas tan literal. Eso yo me lo sé. Pero resulta que tengo 45 años y no sé el resto. Por ejemplo, cómo funciona el mundo. Mira, te acepto una cervecita, y así seguimos organizando las respuestas a mi hijo.

“(…) ni Hilda ni yo sabíamos cómo hacerle entender a un muchacho que la política está adherida a la vida cotidiana como la hiedra en las paredes de las casas de películas inglesas (…)”.

Tres Bucaneros más tarde, ni Hilda ni yo sabíamos cómo hacerle entender a un muchacho que la política está adherida a la vida cotidiana como la hiedra en las paredes de las casas de películas inglesas. Que si hablamos, por ejemplo, de cantantes, de pintores, de escritores de moda, de avances científicos, de enfermedades, de la tecnología y hasta de la llegada del primer ser humano a la Luna, inevitablemente nos referimos a quienes rigen el curso de la vida según sus filias, sus fobias y las profundas argumentaciones para ambos casos. Intentamos de todas las formas posibles imaginarnos un mundo sin diferencias políticas, pero resultó inútil. La noche nos sorprendió, ya más relajadas, conversando sobre temas que nada tenían que ver (en apariencia) con el cuestionario que mi amiga debía responder cuando llegara a su casa. Hablamos del cambio climático, del Festival de Cine, del auge de la música urbana, de la tragedia de las guerras actuales y de los planes para la Feria del Libro.

No quedó más remedio que despedirnos, y cuando ya acompañaba a Hilda a la puerta de salida, recordé el motivo de su visita. Solo entonces se me ocurrió una posible respuesta a su hijo:

—Cuando te pregunte, limítate a pasarle la bola.

—¿Cómo es eso? —me preguntó, visiblemente intrigada a pesar del mareo por las cervezas.

—Fácil, le pones una coma a su pregunta, y le dices: ¿Cómo, funciona el mundo? Y luego me cuentas.

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