En las artes visuales cubanas los cultos sincréticos de origen africano han sido motivo recurrente. Baste citar algunos ejemplos modélicos: Wifredo Lam (1902-1982), quien se introdujo  en el sustrato esencial de su imaginario popular tropicalizando los lejanos ecos surrealistas; Lawrence Zúñiga (1940), pintor naíf que revela los rasgos definidores de la mitología yoruba; Manuel Mendive (1944), creador performático y pintor de múltiples miradas sobre el mundo sincrético; Juan Francisco Elso (1956-1988), cultor de la mitología latinoamericana, entre ellas la santería; José Bedia (1959), quien se adentra en las culturas periféricas como la palera para reflexionar desde una perspectiva antropológica sobre ese mundo mágico-religioso; Belkis Ayón (1967-1999), que logró con sus grabados penetrar en los misterios de la cosmogonía abakuá; Salvador González, creador del Callejón de Hamel en La Habana, foco cultural significativo dentro de la cultura popular. Dentro de tan amplio espectro hay un pintor trinitario que durante años ha incursionado en la esfera de la santería para expresar sus credos con autenticidad: Elio Vilva Trujillo (1957).

“La cosmogonía afrocubana me regaló el verbo pictórico”.

Este artista autodidacta ha logrado participar en subastadoras importantes, entre las que destacan las celebradas en Londres y Nueva York, o la francesa Maison de vente sauz Enchres Rossini, donde se han cotizado obras de celebridades mundiales, entre ellas Pablo Picasso y Salvador Dalí. Dos de sus orishas —Elegguá y Changó— pujaron entre las ofertas que habitualmente presenta la prestigiosa casa. En declaraciones hechas a la periodista cultural Lisandra Gómez Guerra dijo sentirse eufórico al ubicarse sus obras junto a las de grandes del arte contemporáneo y, en especial, Dalí, uno de sus pintores favoritos. Se trata del primer cubano que logra entrar en esa subastadora, y a él acudí en plena efervescencia pictórica.

Bajo la sombra de sus orishas tutelares, rodeado de libros, folletos, catálogos y varias obras concluidas y listas para ser expuestas, encontré en su hogar al pintor trinitario. Inclinado en la mesa de trabajo aún daba los toques finales a una de sus últimas cartulinas. En un rincón, vigilantes, se encontraban pequeñas esculturas, símbolos de los guerreros que lo acompañan y protegen. Varios collares —potenciales resguardos— permanecen colgados en la pared.  En ese ambiente esotérico y saturado del misterio de la creación establecí el diálogo con el artista.

“Tomo todos esos conocimientos adquiridos para expresarme plásticamente: el catolicismo, la santería y el espiritismo”.

¿De qué modo llegas al mundo de los orishas?

Siempre me gustó dibujar. Desde pequeño quise transmitir ideas; escribía cuentos, poesía, y diseñaba títeres. Inventaba mis propias historias que luego contaba a mis amigos. Mi padre me introdujo en el catolicismo, del que fue un fiel ferviente durante toda su vida. Más tarde conocí la santería y el espiritismo por medio de dos ancianas del barrio. Mi vínculo con ella fue intenso y misterioso. Años después, tomo todos esos  conocimientos adquiridos para expresarme plásticamente: el catolicismo, la santería y el espiritismo. Para llegar a conocer la santería he tenido que transitar por un intrincado atajo pleno de situaciones, relaciones buenas y malas, intercambios, sueños, alucinaciones, pesadillas y lecturas. Un legado realmente encantador de resistencia cultural. Pudiera decir, en síntesis, que comencé como investigador y la santería me tomó, arrastró y embrujó.

¿Cómo interpretas la santería?

Como un reto. Busco en primer lugar componer a mi manera una cosmogonía que valore las múltiples facetas de la oralidad que heredamos de esos negros que “cruzan el mar entre cadenas”, según el decir de Nicolás Guillén. Esos africanos atropellados, maltratados, esclavizados, que valiéndose de mil estratagemas mantuvieron, defendieron y sublimaron un pensamiento filosófico capaz de resistir y vencer la prueba del tiempo. Gracias a ellos hoy Cuba ostenta todo un sistema donde se mezclan religión y cultura en el más amplio concepto del término. Pero no siempre pinté orishas. Ellos se fueron mostrando, se acercaron sigilosamente, se metieron en mis sueños y comenzaron a tentarme. El monte,esa obra monumental de Lydia Cabrera, portavoz de una sabiduría ancestral, fue una enseñanza extraordinaria gracias a la cual desfilaron ante mis ojos deidades, embrujos, leyendas, mitos y fantasías. Todo un corpus literario-religioso-sociológico que sustenta una poética que recreo plásticamente, a veces a través de santeros, y otras, por mi cuenta. Con Elegguá de guía me he adentrado en ceremonias religiosas y fiestas de santos celebradas en Trinidad, La Habana y Santiago de Cuba. Ahora continúo investigando, leyendo y descubriendo ese complicado mundo del ifismo.

¿Y tus orishas?

Son como son. A nadie los pedí prestados. Sajé en mí mismo, parafraseando al Maestro, aquello africano que corre por mis venas. Te digo que los amo limpia y amorosamente, como Lydia Cabrera ama el monte cubano; como Lam a mí, y pintó ese poema que es “La jungla”;como Nicolás Guillén y muchos otros artistas cubanos que han tratado y tratan el tema negro en la poesía, la música y la danza.

Con mis orishas intento recrear plásticamente el mito. Asumo lo narrativo y lo anecdótico. Busco fusionar la estima que en el contexto de la religión el creyente trata de encontrar con sus alegorías, espacios poéticos, y donde se co-crean procesos sincréticos de un pasado empeñado en afincarse en el presente para saltar hacia el futuro con renovados bríos.

“(…) hay un pintor trinitario que durante años ha incursionado en la esfera de la santería para expresar sus credos con autenticidad: Elio Vilva Trujillo (1957)”.

Líneas y colores, leyendas y metáforas, soslayan toda una suerte de luz en la cual se afirman los tonos cálidos y contrastantes con el patakí del orisha. Trato de equilibrar la distribución básica de la obra con la tradición y la lectura que  la misma pueda aportar al espectador, sea profano o creyente. Cada una asimila y se afirma en su propio yo, y quizás en su propia mezcla de africano, español y cubano. El animismo que permea a la religión africana me invita a dar vida. Ubico ojos por todas partes; bocas, manos y pies a cualquier objeto de culto, sea vegetal o mineral.

La cosmogonía afrocubana me regaló el verbo pictórico. Puede ser un Elegguá siempre abierto, locuaz y juguetón con su garabato y machete; o Changó danzando en remolinos de fuego, prepotente, poderoso y soberbio; o la visión premonitoria de Ochún llenando todo el espacio de luz amarilla y perfume de girasoles y miel de abeja; o Yemayá montada sobre un brioso caballito de mar con su pelo adornado de miles de estrellas marinas.

A mi entender Trinidad agrupa perfectamente múltiples encantos, ensoñaciones, poesía, historia, leyendas, luz y una sensualidad caribeña casi mágica. Aquí se integran el hombre, la naturaleza y el mito. También los orishas sentaron base en esta villa e inculcaron su razón de dioses que se comprometieron con el mundo de los hombres, acá abajo, muy lejos del infinito cielo azul. Deidades que representan las virtudes y defectos de los humanos, llenos de pasiones, perdones y pecados. Esos son los orishas que amo.

¿Influye en ti el mercado?

Ese término tan estigmatizado es necesario para el creador en todas las manifestaciones artísticas. En ella se juegan múltiples cartas: promoción, calidad, suerte, necesidad, público, intermediario, institución, artista y gestión comercial. En esa relación pueden suceder muchas cosas: vender la peor obra en el triple del precio de la mejor, o pasarte toda la vida buscando para comercializar y perderte en un bosque en el cual ni tú mismo podrás encontrarte después. El tema, por mucho que leo, escucho y veo, me resulta tan complicado como los veintiún caminos de Elegguá.

“Deidades que representan las virtudes y defectos de los humanos, llenos de pasiones, perdones y pecados. Esos son los orishas que amo”.

¿Te consideras un pintor primitivo?

Mi formación es autodidacta con conocimiento de causa, con lecturas especializadas sobre el tema de las artes plásticas, historia del arte, teoría del arte y análisis de biografías de autores famosos. Siempre me he mantenido vinculado al contexto del arte, primero con el movimiento de artistas aficionados, y más tarde con el sistema de galerías. Súmele a ello la actividad de la crítica de arte, el cine y la televisión que durante más de diez años ejercí en la radio y prensa escrita, lo que me granjeó reconocimientos nacionales como el de ser colaborador destacado de la Unión de Periodistas de Cuba.

No soy un pintor ocasional con una fundamentación cercana a lo infantil, ni pretendo con mi obra dar una visión idílica o nostálgica de un tema popular. La santería valora muchos conceptos ideoestéticos que consecuentemente desarrollo en toda su extensión. Siempre trato de lograr un diseño lo más acabado y limpio posible en la composición, en el uso del color, en las líneas y en la ubicación de los motivos telúricos para evocar a los orishas.

Por otra parte, cada obra plantea una carga emocional de transgresiones de normas que jamás —estimo yo— presentan un mundo pacífico y sereno. Mágico sí, popular también, pero espontáneo no.

Al igual que el pintor Jay Matamoros, detesto el término primitivo para valorar mi pintura, aun cuando determinados críticos y especialistas pretenden meter en el mismo saco al autodidacta que aprende por cuenta y riesgo propios con el artista que desconoce todo lo relacionado con la historia, la crítica y teoría del arte y ofrece discursos a partir de pronunciamientos figurativos muy particulares. Ellos crean sin preocupaciones conceptuales ni estilísticas. El especialista Anatole Jakovsky afirma que el naíf comienza donde termina el niño. Yo pudiera decirte que conmigo va siempre el niño, pletórico de sueños, fantasías e idealizaciones.

“Cada obra plantea una carga emocional de transgresiones de normas que jamás —estimo yo— presentan un mundo pacífico y sereno”.

¿Cómo te ha llevado la crítica?

Estimo que bien. Aunque el crítico más sagaz y efectivo es el público conocedor. Siempre que puedo me mezclo de incógnito con la gente y les pregunto sus criterios como un espectador más. Para mí resulta halagüeño que pintores de la talla de Alicia Leal y Juan Moreira me hayan dado un primer premio en un Salón de Artes Plásticas, y que personalidades de la cultura cubana o extranjera  ponderen muy bien mi trabajo. Cuando vendo obras en galerías de Londres y Nueva York, y ahora en París, también me regocija, porque considero que lo que hago tiene valor artístico. Son muchos los coleccionistas respetables de otros países que tienen obras mías. Tú mismo, cuando estuviste en México, vendiste mis obras a conocedores del arte. Pienso, por ejemplo, en la doctora Lázara Menéndez, una de las grandes investigadoras de las culturas afrocubanas, que reconoce la labor que realizo. En Estados Unidos, Sandra Levinson me ha brindado mucho apoyo dándome promoción allí.

El diálogo concluye. Ha transcurrido el tiempo sin apenas percatarme. Elio Vilva Trujillo, legítimo trinitario, como gusta reconocerse, constituye parte sustancial de una cultura ancestral que desborda lo meramente artístico para adentrarse en el infinito mundo de aquellos hombres arrancados de sus tierras para aplatanarse en Cuba y contribuir con su sistema de pensamiento y costumbres a crear lo que hoy podría denominarse como lo cubano.

1