Corre a la vida, un testimonio de La Candelaria
3/2/2017
pequeño
Vuelve una vez más el grupo colombiano de teatro La Candelaria a Santa Clara, esta vez en el marco del festival Magdalena sin fronteras 2017, que organiza la actriz y directora Roxana Pineda como parte de su labor dentro de Magdalena Project. Este evento reúne a mujeres que se desarrollan en el ámbito teatral alrededor del mundo, y Patricia Ariza, como en otras ocasiones, fue invitada. Ofreció talleres y charlas, y nos presentó, además, su último estreno dentro del grupo, la obra de teatro Memoria, dirigida por ella.
En zonas de desastres, y a veces en medio de las balas, Patricia Ariza busca los testimonios de los/as damnificados/as para crear obras de arte, en ocasiones más directas y otras más poéticas, pero con la premisa de ser un arte revolucionariamente transformador y contestatario.
Si bien el espectáculo fue mostrado en la ciudad como parte del elenco de La Candelaria, defendido por las actrices Nora González y Alexandra Escobar, lo cierto es que el proceso se llevó a cabo fuera del grupo. La experiencia de esta obra, según cuenta la propia Patricia, fue profunda y dolorosa, partió del trabajo y la investigación con mujeres víctimas del desplazamiento habitacional y la violencia de género. Hace algunos años que la actriz, directora, poeta y luchadora social por los derechos del hombre y la mujer en Colombia, viene trabajando con féminas en performances que aborden esos asuntos. En zonas de desastres, y a veces en medio de las balas, Patricia Ariza busca los testimonios de los/as damnificados/as para crear obras de arte, en ocasiones más directas y otras más poéticas, pero con la premisa de ser un arte revolucionariamente transformador y contestatario.
El caso de Memoria, particularmente, se inició con las propias víctimas en escena. A Patricia hace años le viene interesando el tema de los desplazamientos a causa de las grandes transnacionales de la agricultura, la minería y otras ramas económicas. Estas empresas sencillamente desean un pedazo de tierra, y sin importar que otros hombres vivan allí, arrasan con plomo y metralla los poblados para que todos huyan por el temor de perder sus vidas. Debido a este problema, miles de mujeres deambulan por las calles de Colombia buscándose la vida. Víctimas reales entraban a escena y contaban sus testimonios mientras que, a modo de juicio, se iban denunciando las ofensas y los agravios recibidos. Fue un espectáculo difícil de asumir, pues adoptaba posturas radicales y el dolor se mantenía a flor de piel durante la representación. Más que representación, la obra era un tajo de realidad que se le escapaba al tiempo.
Memoria, Teatro La Candelaria. Foto: Cortesía del grupo
Salvando las capas más humanas de estas narraciones, se fue creando un universo violento y desgarrador, que toma por protagonistas a dos campesinas sin señas particulares.
Mi cuerpo me porta/ voy con él a todas partes (…) / sea lo que sea, siempre lo llevo conmigo/ como si fuera lo que es, / el préstamo de una casa habitada de antemano [2]. En este fragmento del poema “En calidad de préstamo”, de la propia Patricia Ariza, se encuentra la esencia de su espectáculo. Una vez que se aceptó que era extremadamente complicado mantener la obra como fue estrenada, con las víctimas en la escena, la directora tuvo que asumir el reto de remontar Memoria con solo dos actrices. De esta manera se enfrasca con Nora y Alexandra en extraer de todos los testimonios el fluido vital que los define. Salvando las capas más humanas de estas narraciones, se fue creando un universo violento y desgarrador, que toma por protagonistas a dos campesinas sin señas particulares. Mujeres comunes con una historia marcada por el amor a su tierra, a sus hijos, a su esposo, a sus planticas, sus animales y su casa como armazón y refugio de su existencia.
Hay dos imágenes poderosísimas en el espectáculo: la casa sobre la cabeza de una de las mujeres, y la tierra, real, cruda, húmeda y desgranada encima de una rústica camilla (parigüela se le dice en algunas regiones de Cuba y Colombia). La casa en la cabeza que se mueve donde vaya la actriz, genera una imagen de desarraigo y aniquilación de la historia; la historia se crea y se destruye a cada paso, como la esencia misma del teatro. Por otro lado, nos remite a ese mundo donde no es posible establecerse en ningún lugar, puesto que en ninguna parte se está seguro.
La tierra representa en sí misma el inicio y el fin del problema. Por la tierra comienzan las guerras y los enfrentamientos, y en la tierra terminan los miles de cadáveres que se presentan en la obra a modo de muñecos de tela, sin identidad, sin rostro, sin apenas una tumba que los identifique como muertos. Los buitres en Colombia y los caimanes del Río Magdalena ya se han adaptado al sabor de la carne humana. Pueden sonar tremendas mis palabras, pero nada cercanas a la realidad; no puedo apresar el dolor que muestra el espectáculo, aunque paradójicamente, y creo que debido a una astucia enorme para el oficio del teatro, Patricia no hace de Memoria una pieza tremendista ni ahogada en lágrimas. Lejos de lo que se pueda creer, las campesinas, luego de ser desalojadas, perseguidas y apuntadas con fusiles, buscan en el optimismo por estar vivas, el sentido para su existencia. No te encariñes tanto con la casa/ recuerda que el viaje está a la vuelta de la esquina/ empácalo todo y déjalo ahí/sólo llévate a ti misma/ y baila [3].
Estos pequeños símbolos nos acercan a sus aspiraciones más domésticas, son portadores de significados en una obra como esta que apela a la memoria como recurso fundamental para la subsistencia.
Estas dos mujeres desplazadas, en medio de un exilio en su propio país, nos hablan de sus sueños y sus esperanzas cuando se “acabe la guerra”. Para ello usan pequeños adornos, muñecas y figuras de bisutería que alguna vez decoraron la casa arrebatada, y caballos y vacas de juguetes, quién sabe si de algún hijo perdido con el padre. Estos pequeños símbolos nos acercan a sus aspiraciones más domésticas, son portadores de significados en una obra como esta que apela a la memoria como recurso fundamental para la subsistencia.
Es posible sentir entre las voces de estas dos campesinas fugitivas, las voces de otras que sufren el mismo mal; esto está dado por los pequeños textos que se incorporan a la fábula, la cual se nos presenta de una forma muy clara. Dos mujeres son expulsadas de su casa en medio de un tiroteo; separadas de sus familias, deben huir por salvar sus vidas, y han de trabajar como vendedoras en una ciudad lejana para recuperar un poco de dinero, reunir a los suyos y formar nuevamente el hogar. Dentro de este breve argumento se entretejen pequeños diálogos y acciones referentes a ese universo agitado y brutal. La agonía de una mujer que busca a sus muertos, el cansancio de otra que corrió hasta la muerte, el hambre de la mujer que ha caminado varios días… son elementos que confluyen en esta mixtura creada a voces.
Roxana Pineda, directora de Magdalena sin fronteras y Patricia Ariza, directora de La Candelaria. Foto: Internet
Las narraciones son sustituidas a veces por canciones o por fragmentos coreográficos alusivos a momentos claves dentro del argumento. Al parecer, el trabajo con la danza viene apareciendo dentro de las creaciones de Patricia Ariza como un elemento que define su trabajo y se comunica con ella. Su espectáculo Camilo incorpora de igual modo las posibilidades danzarias para vitalizar al cuerpo en función del discurso y crear caminos diferentes dentro del teatro, que escapen a la facilidad, si se quiere, de la palabra. En Memoria, la danza se nos confunde con carrera, con agonía, con desesperación, nunca mejor usada que en los cuerpos de estas actrices que representan el baile, que usan la danza como expresión alargada de sus sentimientos.
Hoy mi cuerpo carga la memoria del mundo
pero mañana él mismo será olvido [4].
Espectáculos como este permiten entender, en el amplio sentido de la creación, al maestro Bertolt Brecht y a su Verfrendung. Una vez que se asume el mundo con sus grietas y sus desigualdades, una vez que se asume luchar por él, es imposible desligar el arte de la política, y cuando se busca la eficacia del arte en medio de ese caos, aparecen los cuestionamientos del artista. En ese punto la obra alcanza su dimensión entera; en el momento exacto en que la acción se detiene, las actrices toman conciencia de su condición de actantes y se cuestionan la utilidad del teatro en un mundo donde están matando y asesinando sin vacilar. Esas preguntas son las de Nora y Alexandra, pero son también las de Patricia y las de muchos artistas que, con su arte, a veces no alcanzan a sostener el mundo para cambiarlo. En esa empecinada utopía que nos gobierna y define, radica la fuerza del espectáculo.
Una vez más, el teatro se pone del lado al que apuntan con revólveres; y La Candelaria, con la creación colectiva, herencia del maestro Santiago García, ha sido pionera en este tipo de espectáculos. Si bien el Magdalena sin fronteras pretende darle voz y espacio a la mujer en todas partes del mundo donde se realiza, que llegue hasta acá una obra dirigida y actuada por mujeres que viven en medio de un conflicto real, nos deja por dentro la sensación de la maldad humana, a la vez que nos muestra su cara más comprometida y solidaria: la de un teatro que busca estimular los sentimientos para transformar las conciencias.