Cuando el mundo era joven

Rosario Peyrou
3/6/2020

“Cuando nosotros, la Casa de las Américas, éramos jóvenes, el mundo era joven —escribió Roberto Fernández Retamar cuando se cumplieron 45 años de la Casa—. Todo daba la impresión de empezar de nuevo. Los pobres de la tierra decidían dejar de serlo. Nuestra América volvía a soñar con los ojos abiertos”. Esas palabras definen la trayectoria y los sueños de una generación. Una generación que fue clave para el encuentro de América Latina consigo misma, con su compleja identidad fuera de las dependencias coloniales, y para la conformación de un futuro posible. Hoy estamos muy lejos de ese momento, viviendo circunstancias que parecen tan lejanas de aquellos sueños, tanto que el propio Roberto Fernández Retamar decía en una entrevista hecha en Buenos Aires poco tiempo atrás, que para encarar la situación actual era necesario “el optimismo de la voluntad y el pesimismo de la inteligencia”.

 Retamar y Mario Benedetti. Fotos: Internet
 

Sin duda Fernández Retamar, la Casa de las Américas y el grupo de intelectuales que ellos supieron reunir, jugaron un papel central en la  promoción de la cultura en el continente. Fueron centrales en el establecimiento de relaciones entre la literatura y el arte de los diferentes países, generando una reflexión y un impulso creativo que colaboró de manera decisiva en la visibilidad de la cultura latinoamericana en el mundo.

En el Uruguay, sin duda, lo que estaba ocurriendo en Cuba fue un revulsivo en aquellos años. La generación del 45, que Ángel Rama llamó “la generación crítica”, había puesto al día la literatura uruguaya, pero estaba, en sus impulsos iniciales, más bien de espaldas a América Latina. El encuentro de muchos de sus miembros con Casa de las Américas en aquel momento, implicó un impulso en la visión de una cultura con proyección continental. Y eso se hizo desde las páginas de Marcha, por un lado y por la participación en diversas actividades de Casa de las Américas de varios intelectuales como Ángel Rama, Mario Benedetti, Idea Vilariño, Eduardo Galeano, Carlos María Gutiérrez y una serie de intelectuales que asistieron a encuentros o formaron parte de los Jurados del concurso que desde 1960 jugó un papel clave en la difusión de la literatura del continente.

Retamar y Eduardo Galeano.
 

Roberto Fernández Retamar había conocido a Carlos Quijano en París en 1960, y desde ese momento había colaborado con Marcha, la mítica revista que Quijano dirigía en Montevideo. La relación con Ángel Rama que era por entonces el responsable de la página literaria— intensificó el vínculo con el semanario, que hizo conocer en el país también su valiosa poesía.

 Esa relación con Rama fue importante para ambos, como testifica el entrañable artículo que Fernández Retamar escribió al cumplirse diez años del accidente que causó la muerte del crítico uruguayo. Una amistad enriquecedora, que tuvo sus discusiones y desencuentros, pero que se sostuvo siempre en base al respeto intelectual y al compromiso compartido en la defensa de un futuro para América Latina. En una carta de marzo de 1971, Ángel Rama hacía un retrato de Roberto, que también es un retrato de la amistad que los unía, pese a divergencias puntuales: “De veras extraño no verte, hamacándote en la mecedora con el modo nervioso de quién ya está pronto a volar de la reunión, de los seres humanos, de la vida menuda, fumando ávidamente tu cigarro, disfrutándolo, y extraño no conversar contigo polémicamente hasta conseguir que sonrías, porque la amistad está primero y Ángel es un amigo, para luego encontrarnos en ese fervor común que tenemos para algo que será nuevo y verdadero”.

Porque había una natural afinidad entre ellos. Ambos fueron pensadores, ensayistas, editores, gestores culturales. Compartían una formación intelectual sólida, una curiosidad insomne y un entusiasmo comprometido con el cambio social. Tenían algo siempre joven, una vocación clara por integrar su propia obra personal al proyecto colectivo, sin desnaturalizarla. Ambos dejaron un legado imprescindible para el pensamiento latinoamericano. Tanto Caliban como Para una teoría de la literatura Hispanoamericana de Roberto Fernández Retamar, como La crítica de la cultura en América Latina, La ciudad letrada y Transculturación narrativa en América Latina de Ángel Rama, son insumos imprescindibles para una reflexión sobre el futuro del continente y de nuestra cultura así como para la conformación de una teoría sobre la literatura. Y más que nunca ahora, cuando la globalización hace cada vez más compleja la supervivencia de las culturas locales.

En Fernández Retamar hay, además, un poeta singular, por el que he tenido desde siempre especial debilidad. Mi ejemplar de Buena suerte viviendo fue y volvió conmigo del exilio, y lo tengo ya bastante maltrecho, porque como sucede con la poesía verdadera, me acompañó y me ayudó a vivir. La suya fue desde sus comienzos una poesía abierta a la realidad pero impregnada de afectividad, a veces de ironía, siempre subjetiva y a la vez atenta al mundo. Dijo en alguna ocasión que aunque no compartía la idea sartreana de la “poesía comprometida”, pensaba que el poeta, como ser humano, no podía desertar de los deberes de su circunstancia. Pero también que la poesía es en última instancia un reino autónomo, no reducible a otros reinos ni filosóficos ni religiosos ni políticos. En ese sentido, fue a su manera parte del movimiento que en América Latina buscó devolverle a la poesía la capacidad de comunicación, sin abandonar su especificidad y su compromiso con la palabra, y que contó entre otros con poetas como Juan Gelman, Ernesto Cardenal, Jaime Sabines, Nicanor Parra, Idea Vilariño, Mario Benedetti.

Si tengo la seguridad de que la obra ensayística de Roberto Fernández Retamar será un insumo imprescindible para esa reflexión cada vez más necesaria en América Latina sobre su futuro, tampoco dudo de que poemas como “Felices los normales”, “Tú me preguntas”, “Le preguntaron por los persas”, “¿Y Fernández?”, y especialmente “In memoriam Ezequiel Martínez Estrada”, seguirán vivos durante mucho tiempo, cuando nosotros ya no estemos.