De ausencias y subjetividades: conversación con Adriana Lisboa
27/1/2017
Adriana tiene una extraña aureola de misterio y sensualidad, como el polvo en movimiento, como el silencio que sucede a la catástrofe: desolador y mágico. Adriana pasa y lleva consigo el desarraigo de Azul Cuervo, la soledad de Hanoi.
Nació en Brasil y ha vivido en Japón, Francia, Estados Unidos. Cada país la ha convertido un poco en lo que es, le ha dado la riqueza de lo distinto, la cultura, la sensación de hogar momentáneo…
Adriana Lisboa. Foto: Archivo Fotográfico Casa de las Américas
Esta es la primera vez que visita Cuba, como miembro del jurado de la edición 58 del Premio Casa de las Américas. Hablamos entonces sobre este certamen, sobre la subjetividad de los premios, sobre el éxodo y la soledad del inmigrante…
Este año hay un récord de participación en Literatura brasileña. ¿Cómo ha sido el proceso de lectura de las obras?
Este año tenemos 140 obras de literatura brasileña de ficción, en los géneros de novela, cuento y poesía. En este sentido, no es muy fácil porque hay obras de gran calidad, y tenemos que comparar poesía con novela, por ejemplo, lo cual es muy subjetivo; pero para mí es un ejercicio que da mucho placer.
En cuanto a los temas, creo que la principal característica de estas obras es que no hay un tema común o sobresaliente. Hay muchísimos estilos y tópicos diferentes: desde autores que escriben una historia de amor hasta asuntos más contemporáneos; otros tienen un estilo más poético y algunos escriben como para el cine. Creo que esta diversidad lo hace mucho mejor.
¿Cuál es su valoración sobre el Premio Literario Casa de las Américas?
Este certamen es simplemente increíble. Hay premios en Brasil que vienen y van, y es tan bueno ver que el Casa de las Américas se ha mantenido durante tantos años con tanto prestigio, con las mismas esencias… Creo que es una referencia muy importante porque los autores que participan son muy respetados. Para mí es un honor ser parte del jurado.
Ha recibido grandes reconocimientos como escritora, entre ellos, el Premio José Saramago de Literatura. ¿En qué medida cree que los reconocimientos han influido en su carrera?
La literatura no es una ciencia en la que puedes decir que dos más dos son cuatro, no es posible predecir el resultado.
Sé muy bien que los premios son subjetivos. La literatura no es una ciencia en la que puedes decir que dos más dos son cuatro, no es posible predecir el resultado. Este año, por ejemplo, el jurado en esta categoría somos Lúcia Bettencourt, Guiomar de Grammont y yo; el premio va a ser el resultado de nuestras lecturas, de lo que somos como escritoras y lectoras. Sé que cuando gané premios fue el mismo proceso por parte del jurado, del otro lado hubo alguien que tuvo empatía con mi obra.
Sí creo que ayudan mucho. Hay tanta gente escribiendo, publicando, haciendo cosas buenas alrededor del mundo; y eso de ser seleccionado entre otros es muy importante. Recibir el Premio José Saramago en 2003 fue mi pasaporte para ser traducida por primera vez a otras lenguas como español, francés, italiano…. Pero aunque los premios nos ayuden, no son imprescindibles. Escribo, fundamentalmente, por amor a la escritura.
Foto: Internet
El acto de juzgar es también un acto subjetivo. ¿Cómo ha sido esta experiencia de ser jurado del Premio Casa?
Es la primera vez que soy jurado de un premio literario; no tenía esa experiencia, pero sabía que iba a ser difícil. Ayuda muchísimo a mi percepción como lectora y, por supuesto, trae consigo consecuencias a mis expectativas sobre mi propia escritura. Yo también trabajo como traductora, y es similar. Traducir es leer de una manera muy atenta, muy próxima; y analizar libros de otros autores con el pensamiento en certámenes tan importantes como el Premio Casa de las Américas, ayuda a sofisticar un poco más el ojo como lectora, o sea, el hecho de ser jurado también me va a ayudar como autora.
En cuanto a las temáticas, ¿cuáles son las que más le interesan?
Creo que eso ha cambiado con el tiempo, en la medida en la que yo he ido cambiando. Hoy me interesa (sobre todo por mis experiencias de viaje), la idea de pertenencia, de dónde somos, qué es casa, hogar; qué es patria y qué no lo es; la importancia de la lengua. Entonces, me interesa esa idea de la persona, del espacio que ocupa el ser humano en el mundo y el significado de ese espacio visto de muchas maneras.
Ha vivido en países tan diferentes como Brasil, Japón, Francia, Estados Unidos…
Cada uno de estos lugares ha aportado a mi visión del mundo. Hace diez años vivo en Estados Unidos y sigo escribiendo en portugués. Francia fue mi primera experiencia de vida lejos de la familia y de mi zona de confort. Fue muy importante convivir con otra lengua, con otra cultura, con otra literatura. Luego pasé un período en Kyoto, gracias a una beca de la Fundación Japón, y me valió por la experiencia de una cultura radicalmente diferente de aquella en la que me había criado.
Por ejemplo, el contacto con la lengua inglesa ha sido importantísimo, porque es muy precisa, me reta a escribir el portugués de una forma más exacta. Todos esos lugares componen una visión del mundo más general, más desgarrada.
Cuando se reside en tantos lugares, se corre el riesgo de no ser de ninguno. ¿A dónde pertenece Adriana Lisboa?
Me encanta eso de “ser de Brasil, pero no estar allí”, porque me posibilita una distancia crítica que es más difícil tener cuando estamos en el lugar.
Todavía me siento de Brasil, aunque me encanta eso de “ser de Brasil, pero no estar allí”, porque me posibilita una distancia crítica que es más difícil tener cuando estamos en el lugar.
Me siento de Brasil no solo porque es donde nací, sino porque es donde mi padre vive, donde vivió mi madre, que murió hace tres años. Creo que las memorias más preciosas de mi niñez, de mi familia, están en Brasil. Entonces, si tengo que elegir un lugar para llamarle “casa”, siempre va a ser Brasil.
Adriana Lisboa se aleja y me deja un poco de aquel silencio desolador, de aquella extraña aureola; se lleva la certeza de que Cuba puede ser un buen lugar para pertenecer.