De un tributo que es, y que no es

Jorge Ángel Hernández
7/9/2019

En nuestros días, las artes visuales sufren de un exceso de codificación del mensaje. Los procesos creativos se asumen como elementos de la composición de la obra resultante y, en ese curso, cada una de las bases de datos del saber que antes se consideró cultura general del artista, adquiere un sendero hacia el significado único. El imperativo del símbolo que había dominado en el acto de interpretación, dejando los caminos abiertos a la ambigüedad, el albedrío humano y la polisemia analítica, ha cedido el lugar a la reflexión conceptual y al precepto concluso, todo, desde el avance mismo de la creación. Al religar los procesos creativos con la obra a exponer, y a mercar, no se revelan procesos en verdad, sino esfuerzos por desbancar los pilares que históricamente han encumbrado al arte.

 Visual general de la muestra “Esto no es un tributo”, del artista José Ángel Toirac.
Fotos: Maité Fernández Barroso

 

En esa tradición vive la obra de José Ángel Toirac (Guantánamo, 1966. Premio Nacional de Artes Plásticas 2018). A mi juicio, la dignifica y le aporta un rigor que conduce a dos elementos esenciales en el polémico contexto que la norma: sinceridad y respeto. Ambos están presentes en la muestra antológica “Esto no es un tributo”, recién inaugurada en la Galería La Acacia.

Detalle de la obra Sin título, de la serie Avanzada.
 

Fidel Castro es el centro de la muestra; recoge desde sus primeros abordajes, pinturas a partir de fotos de carteles, diarios o revistas, hasta fotos que revelan, según preocupaciones del artista, cómo la sociedad de hoy deja de cumplir su voluntad de no ser objeto de culto. La primera sala, asocia sus pinturas iniciales con una urna de cristal en cuyo centro interior descansa un grano de oro, así como con otros lienzos de la serie “Gris”, en los cuales se entrega a una labor de degradación progresiva del color hasta que el cuadro encuentra un comprador que lo convierta en objeto de su propiedad. Amén de los guiños de significados posibles, es de resaltar la seguridad del pincel, la mano que con plena virtud sabe pintar, algo que también lo desmarca de buena parte de sus contemporáneos.

El umbral que conduce a la próxima sala de la Galería es en sí mismo un salto, un paso importante a la calidad conceptualizadora en el proceso creativo de la obra de Toirac. Desde la instalación Decálogo, que acumula diez torres de papel con frases textuales de Fidel de las que los espectadores pueden apropiarse libremente, hasta la video instalación que destaca su capacidad de utilizar las cifras estadísticas para sus discursos públicos.

Decálogo, acumula diez torres de papel con frases textuales de Fidel
de las que los espectadores pueden apropiarse libremente.

 

Dos series ocupan las alargadas paredes, casi hasta el final del recorrido. A la derecha, los Origamis que conforman El coleccionista de cada día después, compuestos con paciencia de orfebre y mente de alquimista, y a la izquierda las fotos que el propio artista ha ido sacando de la cotidianeidad. Hay alternancia y diálogo entre ellas, aunque una se adentre en el mito oriental de la metamorfosis natural de la mariposa, tan vinculada a la búsqueda de la perfección artística justo a partir de las estancias de transformación, y la otra acumule el sudor de cada día de trasiego en nuestras calles.

Sin Título, de la serie Avanzada (1991-1993).
 

Cada Origami es una mariposa que repite la imagen identificatoria del periódico Granma en su ala izquierda y coloca en posición invertida el fragmento de noticia del día. Enmarcados sobre fondo oscuro, se han colocado como una sucesión de calendarios, día por día, mes a mes, dejando que la mariposa, en su virtud simbólica, aporte los recónditos destellos de significación.

Las fotos de la cotidianeidad, por su parte, sugieren un deterioro del legado a la par que una desobediencia natural, tal vez involuntaria, de su voluntad testamentaria. Al revelarlo en sistemático empeño, el propio autor corre el riesgo de asumir la conducta irreverente y, por extensión figurativa, culminar también con un tributo propio. El choque con la realidad, más caótica que el discurso mediático o el institucional, saca al artista un grito de reclamo que revela hasta qué punto la muerte del líder no significa desaparición de su legado ni, aunque se altere el testamento, la reificación del tributo cotidiano. Los complementos humanos, puramente cubanos, que salpican las fotos en uno y otro sitio, dejan que el arte, en su virtud tradicional de serlo, realcen el tributo, que es, y que no es.

Acto de última voluntad (2017-2018), José Toirac. Visual en la exposición.
 

Agradezco al artista su paciente explicación de los procesos e intenciones significantes de cada una de las piezas, así como su respetuosa recepción cada vez que mi entusiasmo repentino hacía saltar el tacto elemental y me atrevía a intervenir en el sentido de la obra, más cercano a la tradición poética de múltiples sentidos que a esa que hoy codifica en abundancia en el ámbito de las artes visuales. Lo agradezco, no por un simple gesto de cortesía elemental, sino porque ese paciente recorrido me confirma que la polémica esencial de su obra, sus siempre cuestionadoras propuestas, son fruto de un sentimiento humano y hondo. La obra de Toirac no delata a un artista listo para la provocación a toda costa, sino a un hombre que sufre (como César Vallejo) todo cuanto considera una conducta impropia en su cotidianeidad. Su vida y, sobre todo, la vida de los otros, no se deslindan del arte, de su labor incansable. Quede o no como tributo, sabemos que su obra está allí, dando la alerta de la media noche, como un carrillón que sacude la hora del cansancio, cuando surge la idea de que es tiempo justo de dormir, y de olvidarlo todo.