La Controversia del Siglo es una obra de arte de la improvisación en décimas. La ya legendaria contienda poética entre Jesús Orta Ruiz (Indio Naborí) y Angelito Valiente sigue siendo un hito del debate popular decimista cubano. Más que una porfía, es un diálogo exaltado de dos pilares de la canturía del siglo XX. Su trascendencia como suceso de repentismo rebasa la circunstancia local y nacional, y constituye un jalón dentro de la poesía oral de la lengua española. Yo no exagero, así lo afirma Maximiano Trapero, al rescatar los textos del olvido y fijarlos definitivamente en lo que son: un momento cimero del repentismo, que ha trascendido el instante, al adquirir valor textual.

Un teatro de sociedad cultural y un campo deportivo fueron los escenarios desbordados de público. Nada de raro tenía para entonces hacer una controversia dentro de un teatro, porque esa tradición existía desde principios del siglo XX, cuando la décima popular pasó en Cuba de la canturía campesina a los grandes espectáculos públicos, donde se convirtió en un “complejo cultural”. La décima para espectáculos era un modus vivendi de los poetas orales improvisadores, y de sus intérpretes, que se presentaban en todo tipo de fiestas y actos públicos. Si desde el siglo XIX la décima se había convertido en “la estrofa del pueblo cubano” —como dicen que dijo José Fornaris, fundador del llamado criollismo de la poesía cubana, y se non è vero, è bene trovato—, su manifestación tenía entonces, y antes aun, desde el XVIII, dos espacios significativos: el campo y la ciudad. En el campo devino medio expresivo fundamental de la clase campesina; en las ciudades se abrió paso en las manifestaciones populares y llegó a ser vendida en hojas sueltas y anónimas, anunciadas a voces en las calles decimonónicas. “¡Eh, la décima!”. Pero la décima popular de origen campesino cultivada en zonas urbanas halló esplendor a principios del siglo XX, precisamente cuando adquirió el matiz de espectáculo que requería divulgación previa, presentador o animador (locutor) y varios músicos acompañantes con sus instrumentos (guitarra, tres, laúd, bandurria, clave, güiro, “quijada”, “cajones” de resonancia, tambores, timbales y otros de percusión y hasta de viento); a veces se incluían parejas de baile, y sobre todo era imprescindible la presencia de poetas que improvisaran e intérpretes (no poetas, pero que aprendían las décimas que componían aquéllos, y las cantaban). Todo ello constituía, y constituye aún hoy, un complejo cultural en el que evidentemente intervienen diversidad de artistas, tradiciones orales y musicales y, por supuesto, un activo público que participa no solo como receptor pasivo del espectáculo. En ocasiones, los propios poetas se acompañan con alguno de los instrumentos de cuerdas, en particular para improvisar, pero la tradición fue especializando al improvisador y a su músico acompañante; algunos de ellos han sido verdaderos ejecutantes virtuosos, y han adquirido fama autónoma. Aunque he puesto los verbos en pasado, todo esto se mantiene plenamente vigente en los comienzos del siglo XXI, e incluso es la tradición en que se enmarcaron las controversias entre Naborí y Valiente.

“La Controversia del Siglo es una obra de arte de la improvisación en décimas”.

Así pues, la controversia ya había ganado el espacio estelar en la poesía oral cubana, y se sostenía en los más simples guateques o canturías tierra adentro o en las grandes fiestas populares campesinas o citadinas. Su autonomía había adquirido asimismo rango de espectáculo y, como lo demuestra la llamada “controversia del siglo”, podía movilizar multitudes. A la sazón de ésta, existían (desde la década de 1940) los famosos “Bandos”, como el Azul, el Rojo y el Lila, que eran asociaciones espontáneas de decimistas y músicos, más bien con fines económicos y de divulgación, con el interés de armar grandes espectáculos de poesía oral, con los cuales estos artistas de la oralidad se solían ganar la vida, no muy abundantemente.

Dentro de los propios Bandos existía la controversia, pero ésta llegaba a su cumbre cuando se enfrentaban los Bandos. De modo que en el momento en que Naborí y Valiente decidieron someterse al escrutinio popular, al —concurso— de improvisación no hacían algo nuevo, sino que llevaron esta manifestación artística a su cima, seguro sin proponérselo, sin una previa componenda para realizar un hito. Ellos actuaban muy dentro de las tradiciones populares establecidas, ambos eran hombres muy famosos, pero también tenían necesidades económicas que podrían medianamente solventar con la ganancia de la propia controversia, compartida con todos los participantes del evento. No es un pecado que tal ganancia material estuviese detrás de esta labor; todo lo contrario, de alguna manera demuestra la profesionalidad de los poetas en controversia.

Aunque en ese entonces Naborí era integrante estelar del Bando Rojo y Valiente resultaba su homólogo en el Bando Azul, ambos tenían en común un programa radial en la Emisora CMQ, de enorme radioaudiencia, en el que día a día, en horario estelar del amanecer, improvisaban debates que aumentaban sus respectivas famas, así como el número de sus partidarios (lo que hoy llamamos fans), quienes movieron el deseo de ver a los dos artistas enfrentados en una controversia ante un jurado que decidiera cuál era el ganador. Éste es el antecedente inmediato de la famosa porfía, a la que debe agregarse la legítima amistad y mutua admiración entre los dos poetas.

“La ya legendaria contienda poética entre Jesús Orta Ruiz (Indio Naborí) y Angelito Valiente sigue siendo un hito del debate popular decimista cubano”.

Como bien manifiesta Maximiano Trapero, la primera controversia se celebró en el teatro del Casino Español de San Antonio de los Baños, tierra natal de Valiente. Las personas asistentes que pagaron su entrada, podían depositar en una urna sus propuestas temáticas; en el momento indicado, seleccionaron a dos niños que tomaron al azar tres papeles con sendos temas. Se instituyó el jurado y de inmediato fue preciso colocar amplificadores hacia el parque de la villa, dado que el público, calculado en unas dos mil personas, rebasaba con creces la capacidad de la instalación elegida. Antes de la esperada controversia, un grupo de improvisadores cantaron sus décimas de elogios a ambos poetas, lo que servía de introducción natural para el debate; entre los que Naborí recuerda, se hallaban Chanito Isidrón, Justo Vega, Raúl Rondón, Adolfo Alfonso, Rigoberto Rizo, José Marichal, Pedro Guerra y, probablemente, Antonio Camino, entre varios otros. De esas improvisaciones, que no controversias, no quedó memoria escrita. Debe añadirse que los músicos acompañantes fueron el laudista Alejandro Aguilar y el guitarrista Rodríguez Fife, ambos muy reconocidos en la época. Este desafío versó sobre El Amor, La Libertad y La Muerte, y fue declarado tablas; por supuesto, en esa decisión del jurado pesó el alto rango profesional de los dos poetas, que merecían el premio. Pero el éxito que tuvo esta competencia hizo que se buscara un espacio mayor para la revancha, y se eligió un estadio que, insólitamente, reunió una multitud no para presenciar un siempre concurridísimo juego de pelota, sino a dos bardos cantando sus propios versos inventados en el mismo momento. El debate de Campo Armada, en la tierra natal de Naborí, se convirtió en el encuentro poético de mayor concurrencia en la historia de Cuba, no superado aún. Nunca se había visto que la poesía (cualquiera que ésta sea: popular, culta, improvisada o pensada con detenimiento, siempre que fuese poesía legítima, como era el caso) reuniera tan amplísima concurrencia en el territorio insular; jamás un encuentro de poetas alcanzó una convocatoria de récord, tan entusiasta, de manera tan participativa.

“La primera controversia se celebró en el teatro del Casino Español de San Antonio de los Baños, tierra natal de Valiente”.

En buena parte ello se debió a un grupo de factores juntos. A) La fama de los dos contrincantes; b) la legítima tradición del debate repentista de profundas raíces populares; c) el prestigio que habían alcanzado estos encuentros a manera de concursos, celebrados en todo el país a menor escala; d) el goce profundo que puede sentir el espectador, quien sigue de una manera extraordinaria a los improvisadores, como si él mismo estuviera compitiendo, y la satisfacción artística que recibe; e) la cierta —costumbre—que de ello se tenía por medio de los ya mencionados Bandos, de los cuales Naborí y Valiente eran figuras estelares; f) la divulgación espontánea, y también los anuncios radiales, que crearon expectativas sobre el espectáculo que iba a realizarse.

Por supuesto, no puede dejarse de lado que ambos poetas eran, asimismo, figuras descollantes de la radiodifusión decimista que contaba con programas establecidos, y sus nombres volaban incluso ya más allá de Cuba. Esta combinación de factores implicaba de hecho un récord de concurrencia, como asimismo fue, que sin ser un debate único de este tipo en años anteriores o posteriores con muy variados y famosos poetas-decimistas, logró llevar a la cima a dos de los más queridos por el pueblo de Cuba.

Se ha dicho quiénes eran por entonces ambos improvisadores. Jesús Orta Ruiz, conocido como el Indio Naborí, había nacido el 30 de septiembre de 1922, en la zona rural de San Miguel del Padrón, hoy municipio homónimo de la provincia La Habana; hijo de campesinos muy pronto comenzó a darse a conocer como poeta repentista, pues tenía dieciocho años cuando en 1940 ya era figura estelar de programas radiales campesinos y lo sería muy pronto del famoso Bando Lila, luego del Azul y más tarde del Rojo. Cuando se produjo el encuentro de Campo Armada, ya había publicado tres libros de poemas: Guardarraya sonora (1946) y Bandurría y violín (1948) y Estampas y Elegías (abril de 1955). Aunque en los años cincuenta se asociaba de cierta manera al grupo de poetas neorrománticos (con lo que estaba dando un paso más allá del repentismo y la poesía popular), y su ideario político lo aproximaba al Partido Socialista Popular (marxista), su fama se basaba sobre todo en su amplia labor como poeta popular y brillante improvisador. Por su parte, de más edad, Angelito Valiente había nacido el 28 de febrero de 1916, en el municipio de San Antonio de los Baños, donde comenzó por ser trabajador agrícola en las vegas de tabaco y, poco a poco, de manera autodidacta, se fue superando culturalmente hasta alcanzar la celebridad como poeta. No le gustaba reunir décimas en folletos o publicar sus improvisaciones, pero habría que hacer una revisión de la prensa epocal para hallar algunas composiciones suyas; para 1955 era uno de los príncipes de la décima y figura básica del repentismo cubano.

El poder de convocatoria, pues, estaba asegurado, faltaba la chispa, la idea del debate público entre ambos, inspirado en el programa mañanero de la CMQ que patrocinaba Mario Barral, importante ejecutivo de esa Emisora, quien además apoyó la contienda lírica en ciernes. Aunque el más que fraterno careo de San Antonio de los Baños fue más extenso, y las décimas allí logradas pueden ser consideradas de más alto rango artístico que las de Campo Armada, esta segunda controversia fue más trascendente en cuanto a expectativas y a cantidad de personas asistentes. Cantaron como introito más o menos los mismos poetas que en San Antonio, se constituyó un jurado de tres integrantes y se procedió a seleccionar los temas, en este caso dos, El Campesino y La Esperanza, de la misma forma que en el debate anterior. El espectáculo fue apoteósico, pero tuvo de fondo un interés social: contrarrestar en esa jornada del 28 de agosto el Día del Campesino, que quería imponer la dictadura en el poder. Al final del evento, cuando el jurado deliberaba, el siempre caballeroso Angelito Valiente se acercó a ellos y les dijo de manera espontánea: Pongan ahí un cuarto jurado: yo mismo, que voto por Naborí. Esta hermosa anécdota habla de los lazos de compañerismo, pero sobre todo del profundo sentido ético y profesional de los poetas en controversia. El jurado decidió que el ganador esta vez era Jesús Orta Ruiz; días después se le entregó un trofeo de plata en la Emisora Radio Mambí, en presencia de un grupo de poetas y, por supuesto, de Angelito Valiente. El País Gráfico dio fe de todos estos actos, así como otros periódicos habaneros que deberán ser consultados para una mayor profundización sobre la trascendencia de aquella controversia memorable.

“Pongan ahí un cuarto jurado: yo mismo, que voto por Naborí”.

Hay que añadir aquí que muchos años después estas décimas hallaron su primera verdadera edición en manos de Maximiano Trapero (León, 1945), catedrático de Filología Española de la Universidad Las Palmas de Gran Canaria, uno de los romancistas hispánicos más respetados, ensayista de amplios registros, quien es sin dudas una de las personalidades más importantes en el mundo actual, en relación con estudios de la oralidad. A Trapero debemos algunos aportes notables a la cultura en lengua española; los que ha realizado en particular para Cuba, fueron resaltados al conferírsele la Distinción por la Cultura Nacional, tras la edición del Romancero tradicional y general de Cuba, en el 2002. Trapero se ha convertido, asimismo, en un especialista del empleo de la décima en todo el ámbito de las lenguas española y portuguesa, ha organizado eventos al respecto y ha editado libros sobre la materia.

Por último, ¿cabría aquí realizar una disección crítica de los textos ya convertidos en patrimonio de nuestra cultura? Me gustaría hacerlo; sin embargo, he rebasado el espacio concedido para este artículo. No obstante, es de interés advertir la legitimidad improvisada de estas estrofas (asombrosamente repentizadas). Pero a la vez habría que resaltar el prodigio de algunos versos, de altura quevediana: “…que florezca mi vida/para cantarle a la muerte” (Valiente); “Como un alfiler de frío/la muerte, callada, viene” (Naborí), y otras lindezas que causan verdadero deslumbramiento al saberlas surgidas en un “de repente”, en un súbito de alta poesía. Las décimas de Valiente y Naborí deben ser contadas entre lo mejor de la tradición riquísima de esta estrofa en nuestro país. Suerte que tenemos los cubanos: las Décimas para la historia son ya historia para la décima. En tus manos, lector, hay ahora un tesoro invaluable de la cultura popular y tradicional cubana, una de sus obras maestras, uno de sus hitos más claros. Son para leer con goce y reverencia.

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