Día 1. Me llamo Permetrina, alias Permy, y sirvo para la escabiosis nodular, alias sarna. Según entiendo, alguien en una provincia llamada Milllamas, de una isla nombrada Cubo, necesita de mí, y por tal motivo, he sido trasladada de una farmacia gélida a unas manos cálidas, que me han puesto en una maleta fría, y en estos momentos me encuentro en la barriga de un avión casi a punto de la hipotermia. En breve tiempo, debo llegar a mi destino. Ojalá sea un sitio con temperatura agradable, porque falta poco para que me congele.

Día 2. Resulta que arribé a un lugar donde el calor es agobiante. Lo curioso es que no escucho a nadie quejándose por tal motivo, como si este horno gigantesco adonde he llegado fuera lo normal. No por azar se llama Milllamas este sitio, digo yo. Una pareja me recogió en el aeropuerto. Nunca en mi vida había sentido tanto arropamiento. Me abrazaron, me besaron, algo increíble, de verdad. El señor de la pareja se nota afectuoso pero tranquilo, en cambio la mujer es un remolino emocional. Ella hasta me susurró algo así como “gracias por llegar”, cosa que me desconcertó, pero el calor es tan duro que no pude ni mostrar mi asombro. Me limito a no derretirme. Luego del aeropuerto, la mujer me llevó dentro de su bolso a un lugar llamado Terminal de ómnibus, para, según capté a través de mi caja, y atravesando la cartera de mi nueva dueña, enviarme a la provincia de Cienfuegos.

“(…) para esto fui creada, para ser útil”. Imagen: Tomada de Internet

Día 3. Cuán equivocada estaba. No es en Milllamas sino en Cienfuegos donde necesitan de mí. No quiero ni imaginar las temperaturas de ese sitio, teniendo en cuenta que aquí me suda hasta la rabadilla del tubo que soy, donde está inscrita mi fecha de vencimiento. Si bien nadie se fija en ese detalle, es por ahí por donde sudo. En la terminal, escuché diálogos francamente hilarantes. El hombre de la pareja pidió a una chica cuyo trabajo es custodiar la entrada, que por favor le permitiera llegar a una zona llamada “de pasajeros” para encontrar a alguien que fuera a Cienfuegos y me llevara; pero la custodio pidió a cambio algo que no comprendí bien, una frase que es más o menos “dame un salve”. La mujer de la pareja, cuando oyó aquello, armó un escándalo tan grande, movió sus manos con tanta fuerza, alborotó tanto, que sentí vértigos, porque obviamente yo caía de cabeza, de lado y de nuevo regresaba a mi postura normal en la medida en que la cartera donde me habían colocado seguía el compás del manoteo de mi nueva dueña. “Esto es Cuba, mija, y aquí nos ayudamos, desgraciada, mala persona, mil rayos te partan”, agregó. Ahí descubrí que no estoy en Cubo, sino en una isla llamada Cuba, donde al parecer, todas las personas se ayudan. O casi todas.

Día 4. La pareja con quien vivo me llevó a la casa que habitan. Pude descansar un par de horas, aunque mi sueño era interrumpido por gestiones verbales como “¿Y qué hacemos ahora?… ¿Cómo mandamos a Permy a Cienfuegos?… Hasta que un vecino se acercó, un tal Alexis, alias El Tigre, y propuso llevarme a la carretera. Me dio un principio de embolia cuando escuché eso, pero la mujer, emocional como ya dije, gritó que ella no me dejaba sola ni muerta, que ella me acompañaría hasta encontrar otras manos confiables que me trasladaran a Cienfuegos sin pedir nada a cambio. Tengo la impresión de que esta gente nunca tiene nada que cambiar, pero tampoco piden eso llamado “salve”. Extraña gente.

“Aunque lo que queda de mí es un suspiro, me alcanza para aseverar que (…) la gente de esta isla se quiere, se ayuda. Casi todos, claro”.

Día 5. Mi dueña, llorosa y enfurecida a la vez, acompañada de su esposo ecuánime y del Tigre, cargaron conmigo hasta una carretera que me pareció desierta, y vi un letrero que decía “Nueva Paz”, que creí un augurio. Que al fin una paz me llegaría, porque ya hasta la tapa que cubre mi cabeza amenazaba con rajarse en cuatro. Sigo pensando que el dichoso salve hubiera sido mejor opción, pero ¿qué puede hacer un miserable tubo de permetrina sino dejarse llevar? Precisamente eso fue lo que hizo un camionero a quien el trío que me transportaba halló en la nueva paz. Me llevó en su cabina hasta Cienfuegos, donde al fin he llegado, y ya estoy en la casa de una familia que me necesita. La despedida de la mujer enloquecida fue de película. Me besó, me dio gracias otra vez, me acarició como si yo fuera una diadema, hasta que me depositó en las manos toscas pero muy amables del camionero, al tiempo que repetía “Que Dios se lo pague, compañero, porque nosotros no podemos. Es usted muy bueno, de verdad, menos mal que lo encontramos en esta carretera. Que Dios le dé mucha salud a usted y a los suyos, buen hombre” y aquello hubiera sido infinito si no es porque el camionero arrancó el motor y cargó conmigo.

Día 6 y final. Estoy a punto de extinguirme. Escribo literalmente mis últimas palabras. En esta casa cienfueguera todos me necesitan, todos tienen escabiosis nodular, alias sarna, y por ello me han exprimido hasta el último aliento, como debe ser. Porque para esto fui creada, para ser útil. Nunca escuché a ninguno de mis antepasados contar una historia como la mía, que ha sido rocambolesca. Aunque lo que queda de mí es un suspiro, me alcanza para aseverar que la loca habanera tenía razón: la gente de esta isla se quiere, se ayuda. Casi todos, claro. Fin de mi comunicado. Firma: Permy.

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