Descansa conversando
11/8/2016
Va a buscar los problemas donde estén. Los ímpetus de la inspiración son propios de su estilo. Los libros reflejan muy bien la amplitud de sus gustos. Dejó de fumar para tener la autoridad moral para combatir el tabaquismo. Le gusta preparar las recetas de cocina con una especie de fervor científico. Se mantiene en excelentes condiciones físicas con varias horas de gimnasia diaria y de natación frecuente. Paciencia invencible. Disciplina férrea. La fuerza de la imaginación lo arrastra a los imprevistos. Tan importante como aprender a trabajar es aprender a descansar.
Fatigado de conversar, descansa conversando. Escribe bien y le gusta hacerlo. El mayor estímulo de su vida es la emoción al riesgo. La tribuna de improvisador parece ser su medio ecológico perfecto. Empieza siempre con voz casi inaudible, con un rumbo incierto, pero aprovecha cualquier destello para ir ganando terreno, palmo a palmo, hasta que da una especie de gran zarpazo y se apodera de la audiencia. Es la inspiración: el estado de gracia irresistible y deslumbrante, que solo niegan quienes no han tenido la gloria de vivirlo. Es el antidogmático por excelencia.
José Martí es su autor de cabecera y ha tenido el talento de incorporar su ideario al torrente sanguíneo de una revolución marxista. La esencia de su propio pensamiento podría estar en la certidumbre de que hacer trabajo de masas es fundamentalmente ocuparse de los individuos.
Esto podría explicar su confianza absoluta en el contacto directo. Tiene un idioma para cada ocasión y un modo distinto de persuasión según los distintos interlocutores. Sabe situarse en el nivel de cada uno y dispone de una información vasta y variada que le permite moverse con facilidad en cualquier medio. Una cosa se sabe con seguridad: esté donde esté, como esté y con quien esté, Fidel Castro está allí para ganar. Su actitud ante la derrota, aun en los actos mínimos de la vida cotidiana, parece obedecer a una lógica privada: ni siquiera la admite, y no tiene un minuto de sosiego mientras no logra invertir los términos y convertirla en victoria. Nadie puede ser más obsesivo que él cuando se ha propuesto llegar a fondo a cualquier cosa. No hay un proyecto colosal o milimétrico, en el que no se empeñe con una pasión encarnizada. Y en especial si tiene que enfrentarse a la adversidad. Nunca como entonces parece de mejor talante, de mejor humor. Alguien que cree conocerlo bien le dijo: Las cosas deben andar muy mal, porque usted está rozagante.
Las reiteraciones son uno de sus modos de trabajar. Ej.: El tema de la deuda externa de América Latina, había aparecido por primera vez en sus conversaciones desde hacía unos dos años, y había ido evolucionando, ramificándose, profundizándose. Lo primero que dijo, como una simple conclusión aritmética, era que la deuda era impagable. Después aparecieron
los hallazgos escalonados: Las repercusiones de la deuda en la economía de los países, su impacto político y social, su influencia decisiva en las relaciones internacionales, su importancia providencial para una política unitaria de América Latina… hasta lograr una visión totalizadora, la que expuso en una reunión internacional convocada al efecto y que el tiempo se ha encargado de demostrar.
Su más rara virtud de político es esa facultad de vislumbrar la evolución de un hecho hasta sus consecuencias remotas… pero esa facultad no la ejerce por iluminación, sino como resultado de un raciocinio arduo y tenaz. Su auxiliar supremo es la memoria y la usa hasta el abuso para sustentar discursos o charlas privadas con raciocinios abrumadores y operaciones aritméticas de una rapidez increíble.
Requiere el auxilio de una información incesante, bien masticada y digerida. Su tarea de acumulación informativa principia desde que despierta. Desayuna con no menos de 200 páginas de noticias del mundo entero. Durante el día le hacen llegar informaciones urgentes donde esté, calcula que cada día tiene que leer unos 50 documentos, a eso hay que agregar los informes de los servicios oficiales y de sus visitantes y todo cuanto pueda interesar a su curiosidad infinita.
Las respuestas tienen que ser exactas, pues es capaz de descubrir la mínima contradicción de una frase casual. Otra fuente de vital información son los libros. Es un lector voraz. Nadie se explica cómo le alcanza el tiempo ni de qué método se sirve para leer tanto y con tanta rapidez, aunque él insiste en que no tiene ninguno en especial. Muchas veces se ha llevado un libro en la madrugada y a la mañana siguiente lo comenta. Lee el inglés pero no lo habla. Prefiere leer en castellano y a cualquier hora está dispuesto a leer un papel con letra que le caiga en las manos. Es lector habitual de temas económicos e históricos. Es un buen lector de literatura y la sigue con atención.
Tiene la costumbre de los interrogatorios rápidos. Preguntas sucesivas que él hace en ráfagas instantáneas hasta descubrir el porqué del porqué del porqué final. Cuando un visitante de América Latina le dio un dato apresurado sobre el consumo de arroz de sus compatriotas, él hizo sus cálculos mentales y dijo: Qué raro, que cada uno se come cuatro libras de arroz al día. Su táctica maestra es preguntar sobre cosas que sabe, para confirmar sus datos. Y en algunos casos para medir el calibre de su interlocutor, y tratarlo en consecuencia.
No pierde ocasión de informarse. Durante la guerra de Angola describió una batalla con tal minuciosidad en una recepción oficial, que costó trabajo convencer a un diplomático europeo de que Fidel Castro no había participado en ella. El relato que hizo de la captura y asesinato del Che, el que hizo del asalto de la Moneda y de la muerte de Salvador Allende o el que hizo de los estragos del ciclón Flora, eran grandes reportajes hablados.
Su visión de América Latina en el porvenir, es la misma de Bolívar y Martí, una comunidad integral y autónoma, capaz de mover el destino del mundo. El país del cual sabe más después de Cuba, es Estados Unidos. Conoce a fondo la índole de su gente, sus estructuras de poder, las segundas intenciones de sus gobiernos, y esto le ha ayudado a sortear la tormenta incesante del bloqueo.
En una entrevista de varias horas, se detiene en cada tema, se aventura por sus vericuetos menos pensados sin descuidar jamás la precisión, consciente de que una sola palabra mal usada, puede causar estragos irreparables.
Jamás ha rehusado contestar ninguna pregunta, por provocadora que sea, ni ha perdido nunca la paciencia. Sobre los que le escamotean la verdad por no causarle más preocupaciones de las que tiene.
Él lo sabe. A un funcionario que lo hizo le dijo: Me ocultan verdades por no inquietarme, pero cuando por fin las descubra me moriré por la impresión de enfrentarme a tantas verdades que han dejado de decirme. Las más graves, sin embargo, son las verdades que se le ocultan para encubrir deficiencias, pues al lado de los enormes logros que sustentan la Revolución los logros políticos, científicos, deportivos, culturales —hay una incompetencia burocrática colosal que afecta a casi todos los órdenes de la vida diaria, y en especial a la felicidad doméstica.
Cuando habla con la gente de la calle, la conversación recobra la expresividad y la franqueza cruda de los afectos reales. Lo llaman: Fidel. Lo rodean sin riesgos, lo tutean, le discuten, lo contradicen, le reclaman, con un canal de transmisión inmediata por donde circula la verdad a borbotones. Es entonces que se descubre al ser humano insólito, que el resplandor de su propia imagen no deja ver. Este es el Fidel Castro que creo conocer: Un hombre de costumbres austeras e ilusiones insaciable, con una educación formal a la antigua, de palabras cautelosas y modales tenues e incapaces de concebir ninguna idea que no sea descomunal.
Sueña con que sus científicos encuentren la medicina final contra el cáncer y ha creado una política exterior de potencia mundial, en una isla 84 veces más pequeña que su enemigo principal. Tiene la convicción de que el logro mayor del ser humano es la buena formación de su conciencia y que los estímulos morales, más que los materiales, son capaces de cambiar el mundo y empujar la historia.
Lo he oído en sus escasas horas de añoranza a la vida, evocar las cosas que hubiera podido hacer de otro modo para ganarle más tiempo a la vida. Al verlo muy abrumado por el peso de tantos destinos ajenos, le pregunté qué era lo que más quisiera hacer en este mundo, y me contestó de inmediato: pararme en una esquina.
Excepción admirable
Al cabo de tantos años me encontré en La Habana con un Graham Greene rejuvenecido, cuya lucidez sigue siendo su virtud más sorprendente e inalterable.
Hacia la una de la madrugada pasó a visitarlo Fidel Castro. Se conocieron al principio de la Revolución, muy al principio, cuando Graham Greene asistió a la filmación de Nuestro hombre en La Habana. Se volvieron a ver varias veces, en los viajes periódicos de Graham Greene pero, al parecer, no se habían visto en los dos últimos, porque esta vez, cuando se dieron la mano, Graham Greene dijo: “No nos veíamos desde hace dieciséis años”. Ambos me parecieron un poco intimidados y no les fue fácil empezar la conversación. Por eso le pregunté a Graham Greene qué había de cierto en el episodio de la ruleta rusa que él ha contado en sus memorias. Sus ojos azules los más diáfanos que conozco, se iluminaron con los recuerdos. “Eso fue a los diecinueve años”, dijo, “cuando me enamoré de la institutriz de mi hermana”.
Contó que, en efecto, había jugado entonces al juego solitario de la ruleta rusa con un viejo revólver de un hermano mayor, y en cuatro ocasiones diferentes. Entre las dos primeras hubo una semana de intervalo, pero las dos últimas fueron sucesivas y con pocos minutos de diferencia.
Fidel Castro, que no podía pasar por alto un dato como ese sin agotar hasta las últimas precisiones, le preguntó para cuántos proyectiles era el tambor del revólver. “Para seis”, le contestó Graham Greene. Entonces, Fidel Castro cerró los ojos y empezó a murmurar cifras de multiplicación. Por último, miró al escritor con una expresión de asombro y le dijo: “De acuerdo con el cálculo de las probabilidades, usted tendría que estar muerto”. Graham Greene sonrió con la placidez con que lo hacen todos los escritores cuando se sienten viviendo un episodio de sus propios libros, y dijo: “Menos mal que siempre fui pésimo en matemáticas”. Tal vez porque se hablaba de la muerte, Fidel Castro se fijó de pronto en el semblante juvenil y saludable del escritor, y le preguntó qué ejercicios hacía.
Es una pregunta que no podía faltar, porque Fidel Castro considera la cultura física como una de las claves de la vida. Hace varias horas de ejercicios todos los días con las mismas proporciones descomunales de todo lo que emprende, y les aconseja un régimen semejante a sus amigos. Sus condiciones físicas son excepcionales para un hombre de 56 años y a ellas atribuye su buena salud mental. Por eso sorprendió tanto cuando Graham Greene le contestó que nunca había hecho ningún ejercicio en toda su vida, y, sin embargo, se sentía muy lúcido y sin ningún trastorno de salud a los 79 años. Además, reveló que no tenía ningún régimen de alimentación especial, que dormía entre siete y ocho horas diarias, cosa que también era sorprendente en un anciano de costumbres sedentarias, y además se bebía, a veces, una botella de whisky al día y un litro de vino con cada comida, sin haber padecido nunca la servidumbre del alcoholismo.
Por un instante, Fidel Castro pareció poner en duda la eficacia de su régimen de salud. Pero muy pronto comprendió que Graham Greene era una excepción admirable, pero nada más que una excepción. Cuando nos despedimos, ya me estaba inquietando la certidumbre de que aquel encuentro, tarde o temprano, iba a ser evocado en el libro de memorias de alguno de nosotros tres, o quizá de los tres.
Amante de la buena literatura
Fidel Castro es un lector voraz, amante y conocedor muy serio de la buena literatura de todos los tiempos, y aún en las circunstancias más difíciles tiene un libro interesante a mano para llenar cualquier vacío. Yo le he dejado un libro al despedirnos a las cuatro de la madrugada, después de una noche entera de conversación, y a las doce del día he vuelto a encontrarlo con el libro ya leído. Además, es un lector tan atento y minucioso, que encuentra contradicciones y datos falsos donde uno menos se lo imagina. Después de leer El relato de un náufrago, fue a mi hotel sólo para decirme que había un error en el cálculo de la velocidad del barco, de
modo que la hora de llegada no pudo ser la que yo dije. Tenía razón. De modo que antes de publicar Crónica de una muerte anunciada le llevé los originales, y él me señaló un error en las especificaciones del fusil de cacería. Uno siente que le gusta el mundo de la literatura, que se siente muy cómodo dentro de él, y se complace en cuidar la forma literaria de sus discursos escritos que son cada vez más frecuentes. En cierta ocasión, no sin cierto aire de melancolía, me dijo: “En mi próxima reencarnación yo quiero ser escritor”.