Fefa propuso reunirnos para contarnos qué habíamos hecho durante las vacaciones. Mejor dicho: para vernos nuevamente, ya que cada uno de los integrantes del grupo había tomado rumbos diferentes, consagrados a las familias respectivas. Cándida ofreció su casa para la reunión; María E aportó café (precisamente regalo de sus visitantes que llegaron en agosto); Víctor llegó acompañado de una prima suya llamada Brígida Sepúlveda, e Hilda hizo tamales para todos.

“Estamos abiertos a iniciativas, a criterios constructivos que colaboren, que ayuden a seguir soñando…”

—Estoy exhausta, anunció Hilda, y no solo por hacer tamales, sino porque mi familia me ha dejado liquidada, la verdad sea dicha. Me paso once meses echando de menos a mis nietos, sobrinas, hijas y tíos, y luego cuando vienen, extraño mi aburrimiento, mi cotidianidad, mi anhelo por ver a toda la familia. Lo digo sin remordimiento, las visitas me agotan. Con perdón de la prima de Víctor, aquí presente.

—No tenga pena, señora —agregó Brígida— es una opinión muy suya, muy de usted. Es la primera vez que vengo a una reunión de este grupo, pero espero no sea la última, si es que me aceptan, y si mi primo Víctor no se opone.

—Para nosotros será un placer —dijo Cándida— siempre estamos abiertos a iniciativas, a criterios constructivos que colaboren, que ayuden a seguir soñando con un mundo más hermoso, más justo, más…

—Deja el “teque”, por favor —interrumpió María E. No se trata, Cándida, de aceptar a la primera persona que se aparezca aquí. No, mi amor, primero debe darnos fe de su buena voluntad y de su sentido del humor, no faltaba más. Y hablando de humor, ¿quién te dijo, Víctor, que trajeras a tu prima, vamos a ver?

—Bueno, dijo el susodicho, yo lo consulté con Cándida, dueña de esta casa, María E. Y Brígida, para conocimiento de todo el grupo, ha sido repatriada, ya vive oficialmente en Cuba, así que no se trata de una visita sino de una ciudadana más, con carnet de identidad, con libreta de abastecimiento y con turno solicitado en el registro civil, para legalizar su tercer divorcio. ¿Más tranquilas todas?

—No hacía falta ofrecer tantos detalles, primo Víctor. Si no soy bien recibida, me retiro. Con permiso…

—No, por favor, disculpe usted mi impertinencia, pidió María E., ha sido un mal entendido. Por favor, quédese, y cuéntenos qué tal fueron sus vacaciones. Y tome café, que es “de afuera”, y cómase un tamal, que es de adentro.

“La amistad duplica nuestras alegrías y divide nuestras tristezas”.

—Pues horribles, respondió Brígida, horribles vacaciones. Entre tantos trámites, no pude ir a la playa más que una vez o dos. Espero que, a partir de ahora, mi vida sea menos engorrosa. Por otra parte, estoy muy complacida de haber logrado mi repatriación. Francamente, ya estaba harta de nieve, de abrigos, de gorros y de botas. Gracias a mi primo Víctor, disfrutaré de este clima maravilloso que conozco tan bien. Pero hablen ustedes, por favor. Es mi primera vez, y necesito escucharlas a ustedes.

—Mis vacaciones fueron cualquier cosa menos vacaciones, si nos atenemos a la definición de “suspensión de actividades para descansar” —dijo Fefa. Todos los equipos e instalaciones de mi casa se rompieron a la vez, y pasé dos meses, dos meses entre plomeros, electricistas, albañiles y carpinteros, que cumplían lo pactado cuando mejor les venía bien, y cuando trabajaban me iban pidiendo café, agua fría, almuerzo, meriendas, o como le dicen ahora, “un salve”. Fue como una maldición gitana, se los juro. Suelta dinero por aquí, suelta dinero por allá, paga materiales, luego esos no sirven y necesitamos más, y deme café, señora, y a mí un traguito, por favor, que esto no es fácil. En fin, que yo no veía la hora de regresar a la calmosa cotidianidad.

“No se trata de aceptar a la primera persona que se aparezca aquí. No, mi amor, primero debe darnos fe de su buena voluntad y de su sentido del humor”.

—En cuanto a mí —señaló María E, al tiempo que repartía los tamales de Hilda— les cuento que en julio vino a visitarme mi sobrina, y en agosto, mis dos primos. ¡Qué manera de agotarme! Querían ver el Jalisco Park, el Acuario, bañarse en Guanabo, bañarse en Jibacoa y bañarse en Tarará; visitar alguna granja como Santa Marta, recorrer timbiriches de Mipymes, y por si faltara algo, querían tomarse fotos en el Valle de Viñales. Por poco pierdo las uñas de los pies, y del bolsillo, ni contarles, porque yo no sé si a ustedes les pasa, pero a mí me da mucha vergüenza que las visitas gasten su dinero, y claro, como alguien tiene que pagar, pues lo hago yo. ¿No les sucede eso a ustedes?

—A mí no, francamente, respondió Cándida. Yo no le quito ese placer a mi familia. Por ejemplo, mi cuñada quería ir al restorán “El idilio”, y le di el gusto de llevarla, y de que ella pagara, idílicamente, la cuenta. Mi hermano, por su parte, quería comer asados. ¿Qué hice yo? Lo llevé a “La paila”, donde con suma elegancia le permití pagar el precio de la comida, y (otro ejemplo), mi sobrino Eustaquio quería tomar gelato de mantecado, y para complacerlo, encargué una tina de cinco litros, que obviamente pagó él. Todos felices y contentos, ¿entienden?

“¡Me encanta este grupo, me encanta! Aquí se habla sin pelos en la lengua, son ustedes francos y fieras”.

—Clase de caradura tiene esta niña, dijo Hilda. ¿Cuándo perdiste tu proverbial candidez, Cándida? ¡Tú con la panza llena te transformas a costa de tu familia! Qué barbaridad.

—No, nada de eso, estás equivocada, respondió la aludida. Yo opino que los visitantes gozan, disfrutan pagando las cuentas. Ahora que lo pienso, en realidad, mis familiares no vienen todos los años a verme… ¿será por eso?

—En fin, en fin… resumió Fefa, que ese cielo azul que todos vemos, ni es cielo, ni es azul, como dice la gata Varela en un tango. Víctor, tu turno, y no sigas comiendo tamales, por favor, ya vas por tres.

—Bueno… yo pasé los dos meses de vacaciones ayudando a Brígida a legalizarse como cubana, ya se imaginan el “tramiteo”. Fin de mi comunicado. Y café, por favor.

—¡Me encanta este grupo, me encanta! Exclamó la prima de Víctor. Aquí se habla sin pelos en la lengua, son ustedes francos y fieras. Según entiendo… necesitan descansar de las vacaciones, ¿no es cierto?

—¡Efectivamente! Aclamaron todas a coro, con la excepción de Víctor, que engullía su tercer tamal, y así concluyó la primera reunión de septiembre. Hablando en plata: Cuanto cansa el descanso es algo que solo entienden los vacacionistas.

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