Dos obras, dos autores, una isla
29/8/2017
Los cubanos conocemos la historia de los Cinco con suficientes argumentos. A un plano literario, el brasileño Fernando Morais llevó a escala de ficción esa historia, en la extraordinaria novela Los últimos soldados de la guerra fría, ampliamente difundida en Cuba. Resulta difícil repetir la experiencia de quedar atrapados por un mismo asunto, de forma general, y si se trata de un tema cuyo inicio, desarrollo y desenlace conocemos, más arduo aún. Sin embargo, el periodista canadiense Stephen Kimber asume el riesgo, y en una obra fuera de todo límite en términos narratológicos, escribe Lo que yace a través del mar (Editorial de Ciencias Sociales, 2015), obra con la cual fue laureado con un importante premio (Mejor obra de no ficción Memorial Evelyn Richardson), en 2013.
Portada del libro Lo que yace a través del mar, Editorial de Ciencias Sociales, 2015.
Foto: Cortesía de la editorial
Estructurado factualmente, según fecha, ubicación geográfica y horaria (hasta minutos, al estilo de la serie 24), deja constancia de una versión irrefutable de cómo sucedieron los acontecimientos, de manera que no queden dudas de los complicados intríngulis tejidos a lo largo de muchos años en relación con Cuba, y que dieron origen a la red de espionaje conocida como “Avispa”. La participación de terroristas, de organizaciones no cubanas (para bien, y para mal) queda reflejada en esta obra, cuya documentación es más que probada. Fuentes de distinta naturaleza (artículos, libros, entrevistas publicadas, intercambios personales entre los protagonistas de la historia y el autor) no dejan espacio a la interrogación. Todo está ahí, al alcance de los lectores. Lo que yace a través del mar, lejos de cualquier intención panfletaria, posee la garra del misterio, de un suspense armado con las herramientas de rigor, de manera que no pueda ser interrumpida la lectura. Kimber, quien confiesa que comenzó a interesarse por esta historia de los Cinco en el año 2004, mientras vacacionaba en una playa cubana, se adentró en la búsqueda de información confiable, que finalmente le permitiera elaborar la cronología exacta que constatamos en este libro. Indudablemente, su oficio de gran periodista colaboró de forma decisiva en la armazón atractiva del argumento. Al respecto, dos de los protagonistas de la historia, Gerardo Hernández Nordelo y René González Sehweret, dejan plasmadas sus opiniones en la edición cubana, de modo que avalan cuanto allí aparece.
Igualmente, un periodista “de raza” y muy conocido entre nosotros, el argentino Miguel Bonasso, construye una intensa trama de suspense cuya base medular es Cuba, aunque en este caso se trata de una obra de ficción. El hombre que sabía morir (Sudamericana, 2017) mezcla varios asuntos, algunos de los cuales resultan dolorosos para los cubanos. Comienza con el secuestro de una joven porteña en México, transita por horripilantes escenas de lo que se ha dado en llamar “el narcosatanismo”, utiliza la política como fuente de negociaciones sin escrúpulo de ninguna índole, para regresar una y otra vez a Cuba. A una isla cuya trama en la novela se sitúa en tres momentos: década de los 70, fines de los 80 (con la trágica Causa Uno, y mediados de los 2000, justo cuando se fragua Lo que yace…).
Cabe preguntarse qué tienen en común estas dos obras, una vez establecido que la primera es de no ficción, y la segunda, una novela nacida de la fértil imaginación de un escritor más que probado en el arte de narrar.
Dos instituciones (la CIA y el FBI), y dos nombres archiconocidos, convertidos en sendas leyendas, resultan clave en medio de las complicadas relaciones Cuba-EE.UU. Fidel Castro y Gabriel García Márquez aparecen en ambos volúmenes, desempeñando los roles que conocemos, de acuerdo a las circunstancias. En Lo que yace…, por razones obvias, ambos ilustres (y cada quien desde su poder de accionar) son definitorios para el desenvolvimiento de los aconteceres, como sabemos todos. En El hombre…, aunque el Premio Nobel de Literatura juega más bien el papel de un testigo privilegiado, es importante también su presencia, mientras que (y también por razones elocuentes) Fidel o, mejor, la imagen de Fidel, resulta crucial. De forma complicada, el protagonista de esta segunda novela se las agencia para ir y salir, entrar, largarse y regresar de Cuba, protegido por las más altas esferas gubernamentales, para quienes consagra su militancia por un lado, y sus contactos financieros por otro.
La adhesión del personaje protagónico a la causa de la Revolución cubana (y de paso, la de su autor, ¿para qué disimularlo?), lo coloca en situaciones más que embarazosas: delicadas, riesgosas al extremo. Tanto así, que en más de una ocasión debe fingir su muerte, perseguido por agencias enemigas, y de ahí el apelativo de El hombre que sabía morir. No sería justo ni recomendable adelantar más la trama de la novela, en aras de motivar al público, que ya conoce, por haber sido publicado en nuestro medio, el primer libro al que hago referencia en esta reseña, Lo que yace a través del mar, aunque no me resisto a insistir en la admirable garra de ambos títulos, que se leen, se disfrutan y se sufren con vértigo considerable.