Supongamos por unos momentos que nos abstraemos de la realidad y dejamos de agobiarnos por los precios, las colas, las carencias y las dificultades que nos topamos día a día, para concentrarnos en dietas para perder peso corporal. Obsesión esta de la mayoría de nosotras, las mujeres. En lugar de acudir a un médico nuestro, buscamos información en internet, como para casi todo.
Curiosamente, la inmensa mayoría de quienes aconsejan y ofrecen métodos que anuncian como eficaces, de reciente descubrimiento y de probado respaldo científico son hombres. Es tanta la información que transmiten, tan contradictoria y a la vez tan difícil de comprender, que acabamos comiéndonos un pan con aceite y sal mientras leemos los pasos a seguir. Pondré tres ejemplos.
Hay un tal Frank Suárez que se autoproclama especialista en metabolismo y nutrición (más tarde nos enteramos que no es médico), quien nos explica que la avena, la palabra avena en sí proviene de cebada, que, según él, deriva del vocablo cebar, engordar. Y por ello proscribe rotundamente el uso de este cereal, tan utilizado en el mundo entero. De hecho, simultáneamente otro hombre explica las bondades de la avena como fuente de fibra, de minerales y de vitaminas, y uno de los tantísimos regímenes para lograr el peso ideal se llama “la dieta de la avena”.
“Es tanta la información que transmiten, tan contradictoria y a la vez tan difícil de comprender, que acabamos comiéndonos un pan con aceite y sal mientras leemos los pasos a seguir”.
Modelos de dietas han existido toda la vida. Recordemos “la dieta de la luna” y “la dieta de la sopa”, por poner dos ejemplos. Ninguno resultó. Uno, porque nadie podía estar pendiente de la forma de la luna cada noche, además de que en realidad no tenía nada que ver el cuarto creciente ni el cuarto menguante sino que se trataba de ayuno de agua en luna llena, y recomendaba dos ayunos de veintiséis horas al mes coincidiendo con las fases de luna nueva y de luna llena, y otro, porque al cabo resultó falso que se consumían menos calorías los días en que solamente nos alimentábamos con sopa, además de que solo se recomendaba cumplirla durante cinco días, y ni el más ingenuo puede creer que después de toda una vida comiendo chicharrones, panetelas, helados y pasteles, en menos de una semana milagrosamente vamos a adelgazar.
Por cierto, el tal Suárez, según nos enteramos por Facebook, apareció muerto en circunstancias dudosas, porque además del tema de la avena (y de sus explicaciones vulgares que hacía dibujando en una pizarra unos muñecos horrendos, según él, esquemas del cuerpo humano), él arremetía contra la industria farmacéutica en general, incluso contra el uso de medicamentos comunes para controlar la diabetes y la hipertensión arterial. En fin, que nunca se supo si un representante de alguna firma farmacéutica lo lanzó desde un octavo piso, o si Suárez un día amaneció deprimido y se suicidó en lugar de tomarse una amitriptilina. Nunca se supo.

Otro que es muy popular en las redes en asuntos de dieta es el llamado Doctor Byter, también nombrado “ketoloco”, ya que insiste en la dieta cetogénica o keto. Es un arrebatado que sugiere que las frutas son lo peor del mundo, los frijoles solo producen gases, el arroz, el maíz y el pan son veneno puro, y que el azúcar es responsable del Alzheimer. Según él, la dieta ideal consiste en comer exclusivamente carne roja y abundante grasa animal. Sus demostraciones son muy feas, por no decir repulsivas porque aparece engullendo costillas, pata y panza, chicharrones y empellas mientras nos garantiza que su método es infalible. Come frente a la cámara como si fuera un vikingo después de una cruenta batalla de varias semanas, y la grasa le chorrea por las comisuras de los labios. También reniega del uso de protectores solares, y se expone al sol del mediodía, ya que según explica, fijar la vitamina D que aporta el sol eleva los niveles de testosterona. Si algo no queremos las mujeres es que esa hormona masculina nos aumente en sangre, con la consiguiente salida de bigote, pero eso a Byter no parece importarle. Ni los niveles de colesterol tampoco. Es quien único dice (y perdonen la grosería, pero es así como lo afirma) y cito: “la fruta es mierda”)
El simpático de quienes aconsejan dieta, para poner el tercer y último ejemplo, es un muchachito joven. Lindo, agradable, aunque un tanto incomprensible. Yo lo veo más porque me recuerda a mis hijos que por otra cosa. Este joven empieza siempre sus disertaciones explicando que él pesaba más de 110 kilos (y muestra fotos suyas en ese estado de obesidad una y otra vez), de forma que garantice que él sí sabe de lo que habla. Para cumplir sus orientaciones mágicas nos dice que lo único valedero es lograr déficit calórico en cada una de nosotras, lo cual nos parece acertado, y por ello seguimos sus videos.
“…ni el más ingenuo puede creer que después de toda una vida comiendo chicharrones, panetelas, helados y pasteles, en menos de una semana milagrosamente vamos a adelgazar”.
Pero… para lograr este déficit, nos dice, hay que individualizar cada caso, cosa que también nos parece lógica. Hasta que llegamos a las fórmulas. Explica que debe calcularse, en el caso de las mujeres, 10 por peso en kilogramos multiplicado por la altura en centímetros, restando 5 y multiplicando por la edad, para luego restar 161. Ya por la mitad, realmente nos perdimos. A continuación se sumerge en el cálculo de la cantidad de agua que debemos ingerir al día, lo cual se logra multiplicando 35 por nuestros kilos de peso. Así, dice el jovencito, sabremos la cantidad de mililitros que debemos beber al dia.
Inmediatamente después de saber, por ejemplo, que debemos tomarnos 3.5 litros de agua diariamente, aparece con disimulo, de soslayo, otro científico que afirma que el exceso de agua produce fibromialgia, produce Alzheimer, causa bajada del sodio y subida del manganeso. Pero como hay que escoger, seguimos observando al muchachito bonito que nos recuerda a nuestros hijos. Todos los días, después de 10 minutos de charla, de enseñarnos su foto de cuando pesaba más de 110 kilos y de poner en pantalla las ecuaciones que deberíamos hacer y no hacemos para entrar en déficit calórico, viene el verdadero propósito de toda su disertación: Por 90 euros (dice “90 euritos”) podemos inscribirnos en su curso. O sea, que no es gratis la cuestión. Porque el verdadero asunto no son las fórmulas ni asombrarnos por los más de 50 kilos que el precioso bajó, sino establecer el menú que debemos seguir para lograr el dichoso peso ideal.
Hablando en plata: Hay que volver a los antiguos. Comer sano no puede ser rechazar alimentos ni preconizar otros, sino balancear la dieta con vegetales, carnes blancas, frutas y legumbres, como toda la vida. No sé, digo yo, como hacían nuestras madres y abuelas, y también mover el esqueleto. Caminar, caminar, caminar, hacer colas, recorrer varios agromercados sudando y sin comer pan con aceite y sal, creo yo, es más efectivo para perder libras. Ya lo de inscribirse en uno de esos gimnasios carísimos que existen, inyectarnos productos mágicos y novedosos, sacar cuentas matemáticas, contar las calorías de cada frijol, de cada semilla, de cada gramo de huevo o de carne que nos llevamos a la boca, pertenece a un mundo en donde la mayoría de nosotras no vive. Para qué negarlo. Toda abstracción tiene un límite. No sé, digo yo.

