Ejercicios paródicos para hacer de la angustia luz (I)
I
(No quiero)
¿Acepta usted transferencia, caballero del timón?
Pero el timonero dijo:
No quiero
¿Y usted, señor friturero, acepta usted transferencia?
Pero el friturero dijo:
No quiero
¿Usted, sí, verdad, querido panadero, acepta usted transferencia?
Pero el panadero dijo:
No quiero
¡Ah, que sí, don verdulero!, usted, por favor, ¿sí acepta transferencia?
Pero el verdulero dijo:
No quiero
Usted, señor inspector, apague el fuego, queme el palo, pegue al perro, muerda al chivo, cómase la yerba, limpie el pico
Y el inspector dijo:
Ahora mismo
Pero justo hoy, don verdulero ha cerrado su puesto, se recogió el querido panadero, no fríe el señor friturero, nada se sabe del timonero.
II
(¡Oh, mi guerrero invencible)
“No hay’’, me dijo D., cinco letras conclusivas, dos palabras inapelables; pero con tanta gracia, tanto donaire, que la negativa bajó con vaselina, entró suave, penetró por donde debía. Cuando una puerta se cierra, plántate en la otra. Y me impulsé, me lancé jabita en mano, la de las mil batallas, la del carmín encendido.

Dos cuadras más adelante, toqué, grité, pataleé delante de la verja.
Desde el fondo, desde allá, asomó un rostro conocido. A mi querida E., ya no tenía que hablarle, con solo una mirada era capaz de adivinar mi petición. Bueno, tampoco era tan difícil, siempre la misma (como diría la perla de la mora, “ya me cansa verla”).
E. meneó la cabeza a un lado, a otro, revelando una señal inequívoca, un mal presagio.
Despavorido ya (como las tropas de Moctezuma en el romance Jicotencal), corrí a ver a F. ¿Han oído el refrán de algo imposible, de lo que no se encuentra “ni en los centros espirituales”? Eso era justamente la casa de F., el refugio sagrado, la bóveda del Apocalipsis, lo último que cierra (como el Bar Esperanza). Ahí sí no había casualidad, F. no me podía fallar.
Cuando sobrevino lo insólito, cuando palideció, cuando dijo que no tenía… supe que el mundo se estaba acabando.
“El cielo se va a caer y el rey lo debe saber. Vamos de prisa a darle la noticia”. Pollito Pito, Gallina Fina, Pato Zapato y Ganso Garbanzo.
“Despavorido ya (como las tropas de Moctezuma en el romance Jicotencal), corrí a ver a F. ¿Han oído el refrán de algo imposible, de lo que no se encuentra ‘ni en los centros espirituales’? Eso era justamente la casa de F.”.
Recorrí el abecedario empecinado, como quien va a sacar a Excalibur de la piedra, quien va a salvar a Narnia; como Cristoforo Columbus hacia el Nuevo Mundo… pero ni así encontré PICADILLO.
¡Ay, de mi príncipe negro! ¡Oh, mi guerrero invencible!
Sentí que un hueco sideral me engullía, que descendía a toda velocidad desde lo alto del Everest, desde el Burj Khalifa. Justo antes de estrellarme… me desperté.
Y en el clavito, todavía estaba ella, Monterroso. Mi jabita, las de las mil batallas, la del carmín encendido.
III
(Oda urgente a la naranja agria)
Vengo a pedirte perdón, tres veces perdón. Por mirarte de soslayo, por mirarte con desdén, por ignorarte. ¿Quién se iba a detener en ti, en el fondo del patio como vigía perpetua, los largos aguijones y los frutos amargos?
Debí saber que te guardabas para ocasiones duras, para los días tremendos.
Cuando el limón cruzó la raya, tú seguiste terrenal y discreta. Cuando miré hacia ti, desesperado, el ayuno febril de las mañanas, me diste una lección. Te exprimiste en mi vaso, ofrendando tu cuerpo en oriflama, generosa y auténtica.
Sazonaste mi vida sin pavonearte, sin creerte. Me brindaste tus hojas en la aflicción, en la enfermedad. Limpiaste las entrañas.
“Cuando el limón cruzó la raya, tú seguiste terrenal y discreta. Cuando miré hacia ti, desesperado, el ayuno febril de las mañanas, me diste una lección. Te exprimiste en mi vaso, ofrendando tu cuerpo en oriflama, generosa y auténtica”.
Manuel Justo de Rubalcava derramó sus elogios al “marañón fragante”, “la guanábana enorme”, “el mamoncillo tierno”, el “plátano frondoso; incluso quebró lanzas: “más suave que la pera/ en Cuba es la gratísima guayaba”.
Juana de Ibarbourou confesó su piedad a la higuera, por “ser áspera y fea”.
Nicolás Guillén cantó a la palma del patio, “suelta de raíz y tierra, / suelta y sola”.
Sin embargo, ni una sola palabra para ti, que has dominado tu corazón silvestre, que has decidido echar tu suerte con los náufragos, que hincas en cualquier tierra tu raíz, sin arrogancias, sin exigencias.
Yo he descubierto bondad en tus semillas, dulzura en tu amargor, heroísmo en tu acidez.
Yo voy a vindicarte, compañera.

IV
(Divorcio)
¡Ay, chica qué tristeza tengo!… ¡Qué dolor tan grande!, dice la comadre uno.
Pero, mi amiga ¿qué sucede para tanta congoja, para tanta angustia?, responde solidaria la comadre dos.
¿Es qué no has visto como se han distanciado, cómo se han divorciado, así, ante nuestros ojos? ¿Cómo ya ni se miran?, vuelve la comadre uno. Ellos que no podían vivir el uno sin el otro. ¡Es que ya no me aguanto las lágrimas! ¡Tú los conoces, mi amiga!, insiste la comadre uno…
(Y prorrumpe a llorar)
Explícame mi amiga. Toma mi hombro, mi manta, mi anillo. Te doy hasta mi bolsillo. ¿Pero quiénes, por favor, a quiénes te refieres? Se me está pegando tu aflicción, ten piedad, por favor, inquiere la comadre dos.
¿Pero, no has visto cómo la gente camina en círculos, cómo la gente pena? ¿Cómo invocan a todos los santos para que vuelvan a estar juntos?, dice incansable la comadre uno.
(Ya la comadre dos es puro nervio)
(Ya la comadre uno desfallece)
¡Ay, chica!, se han divorciado para siempre, dice al fin la comadre uno.
¿Pero eso está comprobado? Tal vez sea un disgusto pasajero… ¿No será una fake news?… Eso está de moda, dice conciliatoria la buena, la inocente comadre dos.

¿Una qué?… Nooo, qué va, ya quisiera. ¡Es oficial!, acota la comadre uno.
Pero… ¿es que hubo alguna infidelidad?, susurra la comadre dos.
Nada se sabe a ciencia cierta… pero tiene que haber sido algo muy grande, baja el tono la comadre uno… Dicen que DINERO le dio un portazo a CAJERO que se escuchó a la redonda… dicen que recogió todos sus bártulos…. y que gritó a los cuatro vientos que no vuelve nunca más.
Acuñado, certificado y enviado… se escuchan los participios entrecortados de la comadre uno. ¡No hay ninguna duda!
Sube un grito sordo, un aullido de la comadre dos.
(Telón)