“Me hacía gracia hacer una película de época, pero con personajes modernos”, comentó el director Ulises Porra en una entrevista anterior sobre el ambicioso y logrado espíritu de Bajo el mismo sol, su ópera prima en solitario que llega a la 46 edición del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano (FINCL).

Tras haber codirigido junto a Silvina Schnicer otros filmes como Tigre y Carajita, Porra emprende un viaje en solitario que es tanto una epopeya física como una disección íntima del alma humana. Lejos de limitarse a un drama histórico convencional, este relato se erige como un espejo resonante que refleja, desde el laboratorio social del Caribe colonial, nuestras eternas luchas por la identidad, la libertad y el significado frente a los mandatos heredados. Precisamente, es la misma línea temática que defiende y potencia el FINCL.

Ambientada en el año 1819, en el tenso cruce de culturas del Caribe colonial, la cinta entrelaza el destino de tres individuos que fueron desplazados. Por un lado, Lázaro (un David Castillo revelador, alejado por completo de su icónico rol cómico en Aída), un heredero español dubitativo y atenazado que carga con el peso de un legado paterno más que con una auténtica convicción.

La cinta, ambientada en el Caribe colonial del siglo XIX, entrelaza el destino de tres individuos que fueron desplazados.

Su compañera de viaje es Mei (debut de Valentina Shen Wu), una tejedora china de carácter estoico y mente pragmática, cuyo mundo ha girado tradicionalmente alrededor de su oficio antes que de las relaciones humanas. Completa este trío Baptiste (interpretado por Jean Jean), un desertor haitiano cuya percepción del mundo —y, metafóricamente, su lugar en él─ depende literalmente de un frágil par de anteojos.

El objetivo común de los protagonistas es establecer una fábrica de seda en el corazón de la isla La Española, un proyecto que sirve de catalizador para un viaje mucho más profundo.

Porra, responsable también del guion y del montaje junto a Gina Giudicelli y Carlos Cañas, construye una narración que opera en dos registros interconectados. En un plano, nos entrega una aventura de supervivencia de corte casi “herzoguiano”, donde la selva hostil de la República Dominicana (filmada en locaciones remotas durante cinco semanas arduas) se convierte en un personaje más.

Bajo el mismo sol evade con inteligencia los discursos gastados para adentrarse en las miserias, anhelos y fragilidades compartidas por sus protagonistas”.

Este entorno es capturado con una fotografía envolvente por Sebastián Cabrera Chelin, y un diseño sonoro minucioso (a cargo de Nahuel Palenque, Mónica Guzmán y Bernat Fortiana) que nos sumerge en la respiración misma de la selva. En otro plano, la película estudia los caracteres de sus personajes que, al ser despojados de las rígidas jerarquías sociales de la época, se ven obligados a confrontar su esencia más vulnerable.

En ese aislamiento forzoso, la necesidad práctica de colaborar va dando forma a una familia atípica y frágil. Cada uno enfrenta sus propios demonios: Lázaro, la asfixia de las expectativas ajenas y la búsqueda de una ética propia en un mundo que solo valora el éxito; Mei, el desafío de abrir su fortaleza emocional al otro; y Baptiste, la reconciliación con un pasado marcado por la lucha y la huida.

El trasfondo biográfico del director, quien ha vivido entre Barcelona, México y Argentina, impregna la cinta de una perspicacia singular para abordar lo foráneo y lo familiar. Como él mismo señaló, inspirándose en el historiador Juan Bosch, el Caribe colonial funcionó como un “laboratorio trágico” del encuentro violento y fundacional entre continentes, una antesala del mundo globalizado actual.

La selva hostil de la República Dominicana se convierte en un personaje más de la película.

Bajo el mismo sol evade con inteligencia los discursos gastados para adentrarse en las miserias, anhelos y fragilidades compartidas por sus protagonistas. El personaje de Lázaro, cuyo nombre evoca al bíblico resucitado (y a la vez, como bromea Porra, a “uno de los primeros zombis”), encarna la paradoja del individuo que debe encontrar su propia voluntad en un sistema que lo quiere como mero ejecutor de un mandato.

Esta coproducción hispano-dominicana (impulsada por Fasten Films, Alta Isla Films y Wooden Boat Productions, con ventas internacionales a cargo de Habanero Film Sales) trasciende con su marco temporal y se convierte en una fotografía del continente, de las contradicciones de nuestras sociedades contemporáneas, marcadas por la desigualdad, la codicia y una profunda sed de pertenencia.