El cine cubano 1963 (Fragmentos)

Alfredo Guevara
25/3/2019

Los aspectos de nuestra política cultural

Cuando se produjo el triunfo revolucionario, el movimiento artístico cinematográfico era una ilusión, el sueño de un grupo de aficionados y estudiantes. No había otro panorama que el de la desolación, y antes que un precedente teníamos frente a nosotros una sentina (…) Por eso en los primeros meses del año 1959, cuando Fidel encargó personalmente estudiar las posibilidades de crear un movimiento cinematográfico y dotarlo de sus instrumentos de trabajo, organizativa y materialmente, el proyecto de Ley enviado al Consejo de Ministros quedó redactado sobre bases muy amplias, y también muy precisas. El primer “por cuanto” fijó con toda claridad los objetivos y carácter de este empeño. Una frase vino a resumirlos: “el cine es un arte”.

Alfredo Guevara junto al Comandate Fidel Castro. Momentos iniciales del Instituto Cubano del Arte
e Industria Cinematográficos (ICAIC). Foto: Tomada de Eusebio Leal Spengler

 

Este simple enunciado pretendía servir de catalizador, establecer una fundamental cuestión de principios, operar como advertencia, y armarnos para el combate. Pero un arte no resulta tal porque un decreto lo establezca. Y ni siquiera una Ley revolucionaria puede asegurarlo. Pero sí puede asegurarlo en una cierta medida una revolución, y en ella el espíritu revolucionario. Si un arte puede desarrollarse a plenitud, e indagar libremente, buscando su propia fisonomía, y si hace del pedernal hacha y del hierro palanca, si logra recrear su propio globo ocular para redescubrir el mundo a través de un nuevo prisma, si queda en condiciones de adentrarse en hasta entonces secretos laberintos abriendo insospechadas puertas, podremos decir no sólo que está vivo, sino que el espíritu revolucionario, que le evita muros y sermones, es también su propia naturaleza. Esto es lo que hemos pretendido promover a partir de ciertas líneas de una política cultural, cinematográfica, que anda muy lejos del pastoreo y el liderazgo pontifical. No se trata de “crear” artistas, o de resolver desde un buró el carácter de sus obras y el alcance o resonancia social que éstas puedan tener. Y mucho menos de revisar a los clásicos, y a los teóricos contemporáneos, o de, a partir de ellos, impartir lecciones sobre el arte y los métodos y caminos de la creación. (…) Cuando se trata de promover en gran escala el trabajo intelectual, creativo, y específicamente la cultura artística, en un país subdesarrollado que acaba de ganar una insurrección popular bajo la dirección de una aguerrida vanguardia, puede surgir a falta de otras instancias la tentación de guiarse por la experiencia práctica de otros pueblos, o de acudir a las fuentes ideológicasa través” de los teóricos mal llamados modernos (el mecanicismo, la repetición y la rutina nunca son modernos). Es necesario rechazar esa doble tentación. Y es lo que hemos hecho. De ahí que consideremos como tarea principal del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos la creación de una base técnico-material, y organizativa, y de una atmósfera cultural, espiritual, propicia al surgimiento y desarrollo de los creadores y de sus realizaciones, de la obra de arte. Esto no quiere decir que proponemos un amelcochado camino de rosas a la creación artística, según procesos de laboratorio: caldo de cultivo y clima adecuado. Es algo bien distinto lo que proponemos. El combate está supuesto. Pero será la obra, el realizador convertido en fuerza social actuante, el motivo de esa futura discusión crítica. Marx no analizaba la obra por hacer, o al creador que estaba por crear, sino al producto terminado y operante, a la obra y su autor. Y es por eso por la que la vuelta a las fuentes no puede suponer el olvido del objeto, táctil e históricamente concreto. Muy por el contrario, para nosotros, la vuelta a las fuentes es el retorno al método, o para mejor decirlo, “a su plenitud”.

(…) El 23 de marzo del año 1959, la Gaceta Oficial publicó la Ley que creaba el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos. Pero el nuevo Organismo, el primero creado por la Revolución en el campo de la cultura, no ganó vida efectiva cercado por Ministros que fraguaban la traición. La intervención de Fidel, y la de Raúl, impidió una muerte prematura: con fondos del INRA y del Ejército Rebelde realizamos los primeros documentales. El surgimiento del movimiento cinematográfico en nuestro país está así ligado estrechamente al proceso revolucionario, y representa un salto cultural cualitativo, de dimensión política y moral, pues liquida un pasado de oprobio, la utilización de los recursos de un arte en la justificación del crimen y la promoción del embrutecimiento social, e individual. El triunfo de la insurrección popular, los resultados prácticos de la línea militar-política de la vanguardia armada, el Ejército Rebelde y el movimiento clandestino, comportan, con la libertad de la patria, la más importante premisa de la libertad creadora, o lo que es lo mismo, de la auténtica creación. La prehistoria cinematográfica se convierte en historia, y la historia inicia así sus pasos: la revolución le abre el camino; la política cultural-cinematográfica que hemos “descrito” lo hace transitable. La diferencia es muy simple: los cineastas cubanos trabajamos en el socialismo. No sólo pretendemos desterrar las estructuras y significaciones del pasado, su mezquindad moral, política, ideológica, en el sentido más directo, evidentemente y práctico, sino también hacerlo profunda y sustancialmente. La ruptura comporta por eso una política abierta, la herejía total, la más ardua búsqueda; la revolución artística, que va de la constatación de los cambios producidos y que se producen en la sociedad, hasta la participación en ellos, pero no sólo como protagonistas, sino también como depositario, porque la revolución que se adentra en la conciencia del artista, debe también apoderarse de su arte, y de los instrumentos de ese arte. La nueva realidad, que supone la más densa conquista del mundo real, será así aprehendida en los términos de una verdadera contemporaneidad.

¿Qué hemos logrado en este período?

En primer término, establecer las bases técnicas mínimas a que antes hemos hecho referencia, y dotar a los creadores, y a sus colaboradores e ingenieros y especialistas, de un cierto y nada despreciable número de instalaciones y equipos, en tanto se promueve la creciente calificación de los que son o serán sus operadores, casi todos jóvenes que esperan completar su formación en la escuela, técnica cinematográfica. Y, en segundo lugar, asegurar la aplicación de una política cinematográfica como la que hemos resumido y explicado, defendiéndola contra viento y marea, tanto cuando baten el dogmatismo o simplemente las corrientes “formulistas” características del pensamiento mecánico, como cuando la amenazan esas oleadas de frivolidad anarcoide que, en tantas ocasiones y países, entregan el pretexto y el ejemplo deseado a los personeros de la rutina y el academicismo, siempre prestos a llevar la estrechez a segura categoría ideológica, garantía absurda de un así imposible progreso.

“Cada paso que damos está inspirado en nuestra concepción del trabajo creativo, y de su espíritu
intrínsecamente revolucionario, renovador, de profundo y auténtico inconformismo.”
Foto: Tomada de Cubadebate

 

Esto supone un serio esfuerzo organizativo, y una tensión crítica que no es fácil sostener en el nivel más alto, y que, acaso por ello, no ha sido siempre apreciada correctamente. Es claro que concentramos en la medida de lo posible cuadros organizadores y enteros departamentos de administración, y que tratamos de hacer eficaces los servicios técnicos, y todo el aparato tecnológico con la participación de un cuerpo de especialistas en la producción. Y no es menos cierto que reconocemos, sostenemos y desarrollamos una línea que busca, por la planificación, un mayor aprovechamiento de los recursos disponibles. Pero no confundimos los términos. La obra cinematográfica es ante todo el producto del esfuerzo intelectual, el trabajo práctico y el talento, la lucidez y la sensibilidad de los creadores.

Y al abordar sistemáticamente los problemas de la creación artística, tendremos que hacerlo a partir del conocimiento, y del reconocimiento de su propio carácter. Lo que no podríamos modelar como planificadores y responsables del trabajo cultural cinematográfico, lo podemos lograr a partir de posiciones nada pretenciosas, y con un solo gesto, sencillo, y en rigor nada audaz: abrir la puerta. Del resto se encarga una generación de artistas surgidos con la Revolución, crecidos en ella, y que en estos cuatro años han ido madurando y hoy ofrecen, en muchos casos, una obra combatiente y seria, que lo es sobre todo porque está en desarrollo y descubre en esta situación su propia naturaleza.

Pero no se trata tampoco de idealizar. No creo, sinceramente, que hayamos logrado hasta ahora obra excepcional alguna. Lo que sí es innegable es que, en cuanto hacen los cineastas cubanos de esta generación, puede sentirse el aliento de sus búsquedas, y la presencia de un nivel. Es sin embargo ahora, rebasada la etapa que caracteriza las crisis de crecimiento, cuando podemos esperar el desarrollo deseado. No obstante ello, la frescura y modernidad de este joven cine ha ganado para nuestro movimiento artístico, y para la revolución que lo inspira, importantes éxitos internacionales, especialmente en el género documental (…) Pero sólo ahora, en el año 1963, calculamos haber iniciado la etapa realmente profesional. Es por eso por lo que nuestra política está dirigida a consolidar las fuerzas desencadenadas en los años anteriores (…)

No creo justo que nos perdamos en infinitas reseñas, títulos y estadísticas. Es en las pantallas donde mejor puede apreciarse el valor y significación de una cinematografía. Y si bien no hemos hecho referencia, exprofeso, a las relaciones entre el creador y el público y al contacto entre su obra y el espectador, o a las exigencias y libertades que quedarían planteadas como premisas o problemas en un análisis de este tipo, podemos señalar desde ahora que nuestra cinematografía tiene por auditorio a una buena parte de la población, ya que la circulación de sus obras llega a todas las capas y lugares, y los Cine-móviles penetran hasta los más remotos e inaccesibles parajes.

En líneas generales, el público cubano acoge cálida, y hasta apasionadamente, las obras de nuestra joven cinematografía, y de ello tenemos pruebas constantes. Un solo pensar gravita sobre nuestra labor, e inquieta a nuestros artistas: América Latina apenas conoce nuestra obra. Cada paso que damos está inspirado en nuestra concepción del trabajo creativo, y de su espíritu intrínsecamente revolucionario, renovador, de profundo y auténtico inconformismo. No nos pretendemos arquetipo de la perfecta organización y producción cinematográfica, y mucho menos vanguardia de este arte, pero sabemos que por América Latina anda el pueblo en irreversible tarea, el combate por la libertad. Y quisiéramos que este cine nuestro, que se inspira en la más alta ideología de la libertad, y que trata de hacer de ella su verdadera dimensión, resultase también dirigido a los combatientes venezolanos o a los que en cada país ganan, con el holocausto de sus vidas, el derecho a hacer la revolución.

La Revolución cubana no es para nosotros un simple entorno. Es la restauración de la sustancia misma de nuestra vida (…)

La tarea de los artistas en una Revolución es, primero, claramente, la de hacerla como hombres, como ciudadanos, como militantes, en las líneas más concretas y urgentes. Pero la Revolución es también una revolución de la conciencia y de sus medios de percepción y expresión, ella nos hace más sensibles y bien armados, nos entrega un método de trabajo de riqueza infinita, y debe hacernos, en consecuencia, más penetrantes y lúcidos. Entregarnos a la rutina y buscar soluciones expresivas, y líneas de desarrollo en la experiencia ajena, será como renunciar a la condición de creadores, a lo mejor y más auténtico que a la Revolución podemos dar. Será traicionar a la Revolución para convertirnos en rumiantes.

Lejos de ello, proclamamos que un artista no puede estar a la altura de nuestra Revolución, vivir y crear penetrado por su atmósfera e impulsado en su aliento, si no se plantea su propia obra, como parte de la más rica y dinámica experiencia, la de la libertad. Y cada uno de nuestros pasos es observado desde todas partes, y más cercanamente por América Latina: nuestro deber y responsabilidad se multiplican, y cuanto hacemos hoy, inspirados en la más alta ideología de la libertad, no debe conducir a un muro, sino dejar abierto un infinito camino. Eso es lo que quisiéramos hacer la gente de cine, lo que queremos hacer, y lo que intentamos hacer.

 

Tomado de: Cine Cubano, Nº 14-15 (octubre –noviembre 1963).