Al visitar las salas de la Fragua Martiana nos encontramos una copia del lienzo “Cristo ante Pilatos” del pintor húngaro Mihaly Munkacsy. Más impactante resulta conocer que dicha copia fue adquirida por Martí al visitar la exposición del pintor en Nueva York y obsequiada a su amigo Manuel Mercado. La misma fue donada a la Fragua por su hijo Ernesto Mercado.

La Fragua Martiana.

En su crónica aparecida en el periódico La Nación el 28 de enero de 1887, Martí comenta la exhibición en Nueva York de un famoso lienzo del pintor húngaro titulado “Cristo ante Pilatos”.

Quien lea dicho trabajo queda asombrado ante la excelente descripción plástica que hace Martí de esa pintura de Munkacsy y de sus interpretaciones agudas en torno a la vida y la obra de un autor tan célebre en su época:

Iremos hoy adónde va Nueva York, a ver el Cristo del pintor húngaro Munkacsy. “Eljem, eljem” —que quiere decir ¡viva!— gritan pintores, poetas, periodistas, clérigos, políticos, dondequiera que aparece Munkacsy, que está ahora de visita en Nueva York, como para ayudar la fama y la ganancia de su cuadro.

Así comienza la crónica en la que Martí habla de los grandes agasajos que hicieron al célebre pintor, rememora la vida del artista, sus dificultades anteriores y analiza su arte lleno de vida y de fuerza.

La vida del pintor, tal como la rememora Martí en su crónica, fue difícil y dura. El niño “Miska” de la aldea de Munkacsy, era huérfano y pobre, lo ayudó su tío, conoció más tarde a un pintor de retratos y, cuando aquel le enseñó su arte, dio lecciones de dibujo y retrató a gente diversa hasta alcanzar la fama. Pero el pintor no se encerraba en normas eruditas ni salas cerradas, sino que se abría a la vida y a la naturaleza.

Escribe Martí:

La idea ajena molestaba a Munkacsy como un freno: el amor de su raza a la naturaleza le nacía; prefería la vida al libro: crear le urgía; tenía aquel apetito de verdad, desconocido de los eruditos, que produce a los grandes hombres: los hombres son como los astros, que unos dan luz de sí y otros brillan con la que reciben. ¿Con qué había de pintar Munkacsy sino con las tristezas de su alma, con sus recuerdos tétricos, con aquellas tintas propias de quien no ha conocido la alegría? Se ve en el mundo lo que se tiene en sí; el hombre se sobrepone a la naturaleza, y altera con la disposición de la voluntad su armonía y su luz.

El arte de Munkacsy debía brotar de sus experiencias, le servía para volcar su espíritu audaz y fuerte.

Mihaly Munkacsy nació en 1844. Su verdadero nombre era Lieb, pero escogió el de su pueblo natal. Pasó grandes privaciones, como relata Martí en su crónica, hasta que comenzó a trabajar en la Sociedad Artística de Budapest.

Su primer cuadro, “El último día de un condenado”, de 1870, Martí lo describe:

Ora el reo de bruces sobre una mesa en cuyo mantel blanco se levanta entre dos cirios el crucifijo; de pie contra la pared sombría gime la pobre esposa; la niña queda entre ellos: el soldado contiene a la puerta del calabozo a la muchedumbre que se asoma. Puso el pintor en aquella obra su piedad de pobre, su color de alma sola, su osadía, de hombre nuevo. [sic.]

En París este cuadro fue premiado, el nombre del artista se divulgó por Europa, cada nueva obra suya recibía el parabién de los conocedores. Aquel carácter moderno, nacional y profundo de su creación plástica le dio categoría europea, Martí refiere el influjo beneficioso de la esposa del pintor sobre el desenvolvimiento de su obra: ella trataba de desvanecer sus sombras y tristezas.

Vino por entonces la realización de su lienzo magistral: “Cristo ante Pilatos”. La lectura de El paraíso perdido de John Milton, llevó al pintor a una nueva interpretación de Cristo:

Él no lo ve como la caridad que vence, como la resignación que cautiva, como el perdón inmaculado y absoluto que no cabe, no cabe, en la naturaleza humana (…) Él ve a Jesús, como la encarnación más acabada del poder invencible de la idea (…) El Jesús de Munkacsy es el poder de la idea pura.

Martí apela a todos los recursos de su poder expresivo para entregar al lector la imagen del cuadro famoso. Se refiere a los hombres que están junto a Cristo: “a su lado se revuelve la cólera, se atreve la insolencia, se discute la ley, se pide a gritos la muerte”. De su “túnica de lienzo blanco, por maravilla secreta del pincel, emerge una luz magna que domina y compendia todas las del contorno”. A un costado está Pilatos, sentado en su sitial; también vemos al fanático Caifás, “que con el rostro vuelto hacia el pretor le señala en un gesto imperante el gentío que reclama la muerte”, más cercanos al espectador, “dos doctores… miran a Jesús como si no acabasen de entenderlo”.

La contemplación del lienzo gigantesco conduce a Martí a la interpretación de aquella escena significativa. La forma en que trabaja la luz, la habilidad en disponer las figuras, “los colores riquísimos, calientes y pastosos, como los de la vieja escuela de Venecia”, todos los elementos producen una obra plástica extraordinaria. Pero no es solo la fuerza y la calidad que revela el cuadro lo que da su profunda significación, Martí ofrece su propia interpretación de la obra, su valor intrínseco. “Algo más hay en ese cuadro”, dice Martí: “Es el hombre en el cuadro lo que entusiasma y ata el juicio. Es el triunfo y resurrección de Cristo, pero en la vida y por su fuerza humana. (…) Es el Jesús sin halo, el hombre que se doma, el Cristo vivo, el Cristo, el Cristo humano, racional y fiero”. Tal es la concepción genial de Munkacsy según Martí: haber mostrado la grandeza humana de Cristo.

Los trabajos críticos realizados durante su estancia en Nueva York, a los que ciertamente debe señalarse una madurez y soltura profesional más afinada que permite reconocer, en su haber, tanto un más amplio conocimiento del tema como una destreza metafórica más sintética para sus apreciaciones.

Así parecía entenderlo también el propio Martí, cuando recomendaba especial atención, en esa suerte de premonición testamentaria que poco antes de su muerte conlleva la carta, del primero de abril, desde Montecristi, a Gonzalo de Quesada, refiriéndose a la célebre crítica de los impresionistas, a la crítica del pintor paradigmático de una épica de enunciado original, como sigue siendo considerado el pintor ruso Vereschaguin, y también a la de Munkacsy: todas ellas realizadas en más de una década puede mostrarnos tanto la agudeza de su atención de espectador como la posible configuración de un método.

Tomado de: Revista de la Universidad de La Habana