El eterno retorno, de Ernesto Rancaño

Naylen Tocabens Matos
29/4/2019

“Todas las cosas retornan eternamente, y nosotros mismos con ellas, (…) nosotros hemos existido ya infinitas veces, y todas las cosas con nosotros”.
Así habló Zarathustra, Friedrich Nietzsche.
 

Retornar es volver sobre los pasos, regresar. Como uróboros, Ernesto Rancaño desanda su propio camino, creando desde la existencia misma. El eterno retorno es una muestra personal que combina obras realizadas por el artista desde el 2015, en su mayoría exhibidas por primera vez en Cuba, y otras de reciente factura. Los antecedentes más directos del proyecto pueden hallarse en las exposiciones individuales organizadas por Clorofila digital (Madrid, 2017), y la South Border Gallery (Líbano, 2017). El conjunto resulta, como dijera el crítico español Carlos Mayordomo, de su serie Sombras del ayer:

Un complejo bloque de trabajo basado en dispositivos tridimensionales, objetos intervenidos y propuestas instalativas donde también tiene cabida la proyección de la ausencia (…) donde tiempo y memoria funcionan como magnitudes constantes que revelan una voluntad por hacer manifiesta la controvertida naturaleza del hombre en su relación con sus deseos y con los de la alteridad.[1]

“Árbol”, de la serie Sombras del ayer. Foto: Tomada de Cubadebate

Y es que El eterno retorno continúa la línea conceptual y estilística de Sombras del ayer, a pesar de que varias piezas incluidas en la selección no forman parte de dicha serie. Es la expresión de ideas maduradas pacientemente por su creador, quien ha permanecido durante años obsesionado con los elementos que construyen la identidad del ser, entre ellos la memoria sensitiva y emotiva, la experiencia pasada, el presente y el futuro, la ausencia, el olvido; el proceso natural de reflexionar constantemente en torno a lo vivido, para encaminarse hacia un futuro más prometedor.

En ese pensar, sobresalen el refugio, buscado en el recuerdo o la añoranza, ante la ausencia física de algo o alguien; y el vacío, tras la pérdida, los sentimientos que lo acompañan y que permanecen hasta encontrar consuelo. Una vez reparada su alma, inexplicablemente, el hombre vuelve sobre sí mismo. Renace de las cenizas para hallarse ante nuevas experiencias, vivir y amar con intensidad y, de nuevo, perder aquello que lo hace feliz. Quizás haya aprendido la lección, quizás haya evocado sus hábitos una y mil veces, pero tropieza con la misma piedra. Es un ciclo viciado, una lucha eterna por mantener viva la memoria de lo vivido. Es un eterno retorno a su historia de vida, quizás no tan feliz como el del Superhombre de Nietzsche, pero sin dudas inevitable.

Desde otro punto de vista, presentar esas obras en el contexto cubano supone la vuelta a la semilla, al escenario creativo que las vio nacer como meros conceptos. Retornar sobre sí mismos y revivir el pasado para ver con otros ojos el presente y el futuro es una necesidad inherente a la sociedad humana. Es una de las claves para seguir construyendo la identidad de una nación y su porvenir. El retorno es un concepto que se aclimata a nuestro entorno, y puede ser percibido de manera fatalista, al presuponerse la repetición sin fin de nuestra historia, u optimista, al pensar que se debe dar un paso atrás en pos de continuar hacia adelante.

El recorrido expositivo tiene como pie forzado la frase de Nietzsche, anunciada en el exergo del presente texto, y una obra que funciona como comienzo y fin de la exhibición: unas sandalias con suela de bloques sobre una caja de luz. La belleza y fragilidad de la base iluminada contrasta con la dureza y la pesantez del par de chancletas, cuyo significado adquiere una connotación especial en el contexto cubano. Es el peso del día a día, y de la condena que supone el eterno volver. La correspondencia de la obra se halla al final del camino, con los zapatos que constituyen originalmente la obra “Días de Plomo”, justo al lado del asta de bandera, parte integrante de la pieza de la serie Sombras del ayer. Una suerte de saludo con pies de plomo a la insignia izada.

El aprovechamiento de los materiales y las tecnologías digitales en el montaje resulta determinante en el proceso de decodificación de las piezas, no solo en el caso de los objetos mencionados. Esos abrazos, ubicados en la primera sala e impresos sobre espejos flexibles, que parecen frágiles y lánguidos, prohíben el acercamiento. Dispuestos en la sala, dibujando el símbolo del infinito, apuntan al espectador con mirillas láser, una suerte de amenaza perenne al que quiera acercárseles. En contrapunteo, se encuentra “Amparo”, una instalación de sombrillas que cobija al espectador en el tránsito hacia el otro espacio expositivo.

Por su parte, las cajas de luces, emplazadas en la segunda sala, hacen que cada pieza cobre vida en sí misma, como flashazos dispersos en una línea temporal que construye la memoria. Ese ejercicio puede jugar malas pasadas, al autocompletar aquellos vacíos cognitivos con fragmentos de realidad, construidos por el imaginario personal. De ahí que exista un juego perceptivo entre lo real e ilusorio en la recreación de una historia de vida: el objeto o la impresión fotográfica como únicas evidencias de un recuerdo distorsionado o una ensoñación. Una aproximación consciente, e inconsciente en ocasiones, a experiencias propias y cercanas al artista. El discurso se vuelca también hacia la incomunicación, el anhelo, la imposibilidad, la naturaleza humana, los sentimientos, la identidad (en sentido general y particular), y cada obra contribuye a hilvanar con fuerza ese cuerpo de ideas. Finalmente, la pieza que actúa como colofón, invita a reflexionar, desde una perspectiva macro, sobre las sombras del ayer y del mañana.

Rancaño regresa. Su propuesta nos invita a renacer y redescubrir nuestra vida, evidencia esa necesidad eterna de regresar a nuestra historia pasada. No hay grandes entresijos de por medio. Toda expresión es clara y lleva en sí la promesa de volver a recorrer el camino andado.

Notas:
 

[1] Palabras de Carlos Mayordomo para la invitación de la exposición Sombras del Ayer, organizada por Clorofila digital (Madrid, 2017)