No hay banda sonora más reiterativa en mi vida que la de Habana Abierta, la mítica banda cubana, que en los años noventa y en Madrid alcanzó una máxima popularidad. El proyecto musical unía a varios cantautores y músicos talentosísimos que desde proyectos disímiles se juntaron para concebir la música de múltiples maneras y mostrar una estética novedosa que definió su estrepitoso éxito.

“Su música tiene un mestizaje múltiple, resultado de sus muchos viajes por el mundo y su capacidad de aprender de todo ese universo sonoro, que ha sabido macerar lo suficiente para crear un estilo muy personal y reconocible”.

Los escuché, por primera vez, a principio de los 2000. Años después nuestros muchachos nos trajeron de vuelta a casa sus discos y escuché de nuevo toda su música con la misma fascinación de la primera vez. Desde entonces, las caminatas de cada mañana las hacemos muchas veces escuchando esos temas que popularizó la banda. También nos trajeron el documental Boomerang, como el nombre de uno de esos discos, lo cual me permitió conocer no solo las letras de las canciones, sino a sus intérpretes.

De esa manera supe de la existencia del pinareño Luis Barbería, cantautor, compositor, productor musical y cofundador de la banda Habana Abierta, a quien conocí personalmente en el lanzamiento del primer disco de Toques del Río, del que fue productor musical. Esa noche, al terminar la presentación del disco, en un teatro de Pinar del Río, conversamos como si fuéramos viejos amigos y al otro día, durante el regreso a La Habana volvimos a hacerlo. Descubrimos que teníamos amigos comunes como la trovadora Tania Moreno, quien lo conoció recién llegado de Pinar a La Habana y ha cantado con él varias veces y mi amiga de escuela y de la vida Liset Trigo la que, viviendo en España, sostuvo una amistad con él. Suficiente para reconocer que teníamos un pasado donde se juntaban afectos compartidos.

“Descubrimos que teníamos amigos comunes (…) Suficiente para reconocer que teníamos un pasado donde se juntaban afectos compartidos”.

Lo había escuchado esa noche, en el teatro, como parte del espectáculo de presentación del disco de Toques del Río. Quedé impresionado de sus habilidades vocales. Deslumbrado por la calidad de sus letras, que propician ese sobresalto del que se conecta con la historia de sus canciones.

Hablamos de músicos e intérpretes de nuestro gusto y entre tantas coincidencias nos despedimos sabiendo que me había topado con un excelente músico y una persona de las que uno quiere estar cerca.

Luego nuestra hija Laura contó con él para comenzar un proyecto en la Universidad de las Artes y tuvo todo el apoyo de quien tiene siempre entusiasmo por la música y necesidad de llegar a cualquier público dispuesto a disfrutar de sus temas. Por Barbería se presentó en ese espacio, recién sido inaugurado, la excelente intérprete Gema Corredera, quien, por primera vez, después de residir en el extranjero, cantó en la escuela donde había recibido su formación de musicóloga.

Fue este veinticuatro de diciembre, después de cenar en casa que Lidia y yo nos quisimos regalar asistir a un concierto de Barbería y su banda Figaro´s Jazz Club. La banda está integrada por músicos muy jóvenes y de un talento descomunal donde ninguno se propone sobresalir porque tienen el virtuosismo de grupo donde cada cual aporta una interpretación impecable en función de los temas. Un saxo, trombón, trompeta, drums, bajo y percusión, se unen a la guitarra de Barbería para lograr la magia, la trascendencia de sus historias, contadas desde la poesía.

“Su registro vocal y su capacidad de imitar sonidos de disímiles instrumentos musicales lo hacen un intérprete muy particular y valorado”.

Luis Barbería tiene una envidiable energía que se sobredimensiona cuando está sobre un escenario. Puede estar interpretando temas por varias horas, sin que uno descubra la más mínima señal de cansancio. En el concierto al que asistimos estuvo por varias horas regalándonos temas ya conocidos y otros que escuchaba por primera vez.

Su registro vocal y su capacidad de imitar sonidos de disímiles instrumentos musicales lo hacen un intérprete muy particular y valorado. Me cuenta que se empeñó en trabajar con mucha persistencia y sacrificio su voz, porque la tiene ronca y grave, y cuando era joven no era lo usual para un intérprete. La trabajó con perseverancia logrando convertirla en un instrumento de una perfección y variedad que, aun escuchándolo en vivo, muy cerca de él, uno no cree posible que esa variedad de sonidos salga de las cuerdas vocales.

Su música tiene un mestizaje múltiple, resultado de sus muchos viajes por el mundo y su capacidad de aprender de todo ese universo sonoro, que ha sabido macerar lo suficiente para crear un estilo muy personal y reconocible.

“La banda está integrada por músicos muy jóvenes y de un talento descomunal”.

No hay manera que lo suyo se parezca a nada, aunque uno pueda reconocer en su música las muchas influencias a las que le debe. Como si dominara todos los sonidos del universo, logra integrarlos con soltura para entregar esa deliciosa música que crea y se muestra con una vitalidad tan explosiva que es inevitable, para los asistentes, no comprometerse con el virtuosismo que expone junto a sus músicos, en el escenario. Todo ello lo convierte en un músico excepcional, uno de los grandes talentos que tiene Cuba y que me ratificó, la madrugada del veinticinco de diciembre, con una alegría excitante, en un concierto memorable que tardaré en olvidar, que el niño Jesús ya podía ser contemplado en su pesebre.

Tomado del perfil de Facebook del autor