La explosión del acorazado Maine en la rada habanera el 15 de febrero de 1898 fue el detonante para el establecimiento del estado de beligerancia entre España y Estados Unidos. El incidente, cualesquiera hayan sido las causas, crea un estado de efervescencia bélica suficiente para “justificar” la intromisión norteamericana en el conflicto independentista entre Cuba y España, y aunque han transcurrido ya 125 años, lo que acontece en el mes de julio de 1898 depara consecuencias tales como para ser considerado el mayor trauma político existencial sufrido por la España colonial de finales del siglo XIX.

Dos hechos son determinantes. El 1 de julio tiene lugar el combate de la Loma de San Juan, una colina de 90 metros de altura bien fortificada por los españoles. La acción la emprenden las tropas conjuntas norteamericanas y cubanas —en la vanguardia las norteñas—, pero las acciones se complican tremendamente para las atacantes, que retroceden sorprendidas por la fogosidad de los españoles y que a punto están de retirarse en desbandada cuando las fuerzas al mando del coronel mambí Carlos González Clavell entran en acción, toman la ofensiva y en la tarde, alrededor de las 15 horas, deciden la toma de la fortaleza. Sobre el campo mismo de batalla son felicitadas por el mando norteamericano, aun cuando después no se las deje entrar en Santiago para la ceremonia de la victoria. Las bajas, entre muertos y heridos, son reveladoras: alrededor de 400 para los españoles, unas 650 para los norteños y 50 entre los cubanos. Esta importante victoria decide la suerte de la ciudad de Santiago de Cuba.

Aunque han transcurrido ya 125 años, lo que aconteció en Cuba en el mes de julio de 1898 deparó consecuencias tales como para ser considerado el mayor trauma político existencial sufrido por la España colonial de finales del siglo XIX.

Dos fechas después, el 3 de julio, el capitán general, Ramón Blanco, en su condición de autoridad suprema de la Isla, ordena la salida del puerto de   Santiago, uno por uno y para que traten de huir, de los buques de la escuadra española del almirante Pascual Cervera, y uno por uno van siendo hundidos por la escuadra norteamericana que los acecha. A las dos de tarde, cuando el comandante del Cristóbal Colón arroja su navío a toda máquina contra la costa, no quedan ya sino despojos de la escuadra de Cervera. En total pierde España seis barcos, tiene 332 muertos, 197 heridos y   le han capturado 1670 prisioneros; por Estados Unidos, un muerto y tres heridos.

Pero no vamos a historiar lo ya sabido… ni sus consecuencias, también sabidas.

Nuestro protagonista es otro, el pintor ruso Vasili Vereschagin, quien resulta cercano a los cubanos por más de una razón. Ya por el año 1889 el artista llamó la atención de José Martí, quien desde Nueva York escribió:

Vereschagin, como toda mente de verdadero poder, tiende ya en la madurez a lo vasto y lo simbólico. Le riza, le para, le desata la sangre en las venas una ejecución; y pintará, como los ve o como serían si los hubiese visto, los varios modos de matar, la crucifixión romana, el cañoneo del Indostaní, la horca de Rusia…

Sin embargo, fue otro cubano, el periodista y crítico de arte del semanario El Fígaro Ezequiel García Enseñat, quien durante una exposición del pintor en París lo conoció personalmente y le facilitó las condiciones cuando aquel decidió visitar la Isla.

Vereschagin, uno de los artistas que mejor trató los asuntos de la historia de Rusia, en especial los de carácter bélico, llegó en 1900. Le interesaba llevar al lienzo los episodios de la para entonces recién concluida Guerra Hispano-Cubano-Americana. Lo primero que hizo fue visitar la bahía de La Habana, donde se produjo la explosión del acorazado Maine, acerca de lo cual tomó notas y realizó un boceto. Hizo después un rápido recorrido por la Isla y se detuvo en Santiago, donde estudió los escenarios de las batallas, revisó las armas empleadas en los combates, los uniformes y cuantas particularidades atrajeron su mirada de pintor y observador.

Roosevelt captura las alturas de San Juan. Imagen: Tomada de Arthive

Después se dispuso a preparar los bocetos de una trilogía que tituló La toma de las alturas de San Juan. Su pintura, vívida y realista, incorpora a los mambises, a los españoles y a los soldados norteamericanos —los rough riders, o sea, la caballería—. El pintor también viajó hasta Filipinas, donde igualmente acopió información para llevar a sus cuadros.

Ya de regreso en Cuba, sumó nuevos temas a su quehacer, esta vez sobre el paisaje y la arquitectura colonial. De su producción, uno de los cuadros más conocidos es el Morro de Santiago de Cuba, aunque también quedan El bohío, El árbol del banano y la Palma real,todo ello revelador de su admiración por la naturaleza cubana.

En total, Vereschagin se detuvo en tres ocasiones en Cuba, tierra que dejó una impronta significativa en su obra. Sus cuadros hoy día pueden ser vistos en el Museo Vasili V. Vereschagin, de Rusia, aunque también en museos de Estados Unidos y otros países, amén de en colecciones privadas de muy diversas latitudes.

Pero hay algo más, igualmente curioso. El pintor dejó testimonios escritos en la prensa rusa, que recogió sus comentarios sobre las visitas a Cuba bajo el título De la libreta de apuntes, donde puede leerse:

Claro está que la ciudad de La Habana nunca fue en los tiempos del poder de los españoles tan linda como ahora: las calles limpias, las plazas y parques verdes, ni se acuerdan ya de los gatos y perros muertos que antes yacían por las calles y las llenaban de peste. Los bulevares, malecones, árboles y flores hacen que los extranjeros se queden sorprendidos por el estado de las ciudades cubanas.

Pintor (y viajero, porque su fortuna le permitió mucho andar), Vereschagin nació en 1842 y murió en 1904, a bordo del acorazado Petropavlosk, cuando este voló al impactar con un par de minas. Y a cargo de su amigo Ezequiel García Enseñat corrió la redacción de la nota necrológica que apareció sobre este gran artista en las páginas del muy leído semanario El Fígaro en su edición del 15 de mayo de aquel año de 1904.

2