Perdónenme este intento de crónica, es un esfuerzo de ingeniero por contar lo que viví. A mí me movilizaron como Reservista del Servicio Militar el domingo en la noche, me llamaron a la casa y me pidieron que estuviera en el Comité Militar. Confieso que fui con miedo, hasta ese momento había estado conectado por VPN y, aunque no había visto pasar nada, quizás por los lugares en los que había estado (Boyeros y Plaza de la Revolución), las redes sociales me habían estado enseñando videos toda la mañana de total desestabilización, destrucción, violencia y de un apoyo mayoritario a la caída de La Revolución.

“Los triunfos de la Revolución no se pueden perder”. Foto: Calixto N. Llanes. Tomada de Juventud Rebelde.

Me montaron en un camión y, a las tres de la mañana, en una oscuridad de carretera, la vía láctea sonreía a los veinte soldados que íbamos en la cama. Yo pensaba en mi niña, en mi novia, en mi familia, en todas las dudas que tenía, en la muerte, en que no apoyo violencia de ningún tipo, y en que el pueblo hubiera abandonado La Revolución. Nos llevaron a un albergue donde habían cientos de personas, y yo era un soldado más de la Compañía de Infantería Ligera. En los cuarteles, como todo el que ha pasado el servicio sabrá, siempre se hacen conversaciones infinitas entre todos, porque la mayoría del tiempo no se hace nada. Así que empezamos a conversar y se habló del Padrino, de Mía Khalifa y de Apocalipsis Now

Sonaron campanadas y formamos, un coronel de las FAR habló y la gente hizo preguntas de logística, hubo un muchacho que dijo que él era profesor de la Universidad de La Habana y era pacifista, que él no le iba a dar golpes a nadie. El coronel respondió: “no des golpes, nadie está aquí para dar golpes”. Alguien gritó algo de que no había miedo, que todos éramos hijos de Mariana Grajales —ese día era su natalicio—, la formación le devolvió un “aquí no hay miedo” y entre aplausos se acabó.

“no des golpes, nadie está aquí para dar golpes…”.

Volvimos al cuartel, esta vez se habló de lo que todos hace rato estaban locos por hablar, el tema del momento. Hubo tres muchachos que no dieron su opinión y a los que se les notaba que estaban molestos por estar ahí, el resto habló y dijo lo que quiso, tampoco había ningún oficial ahí o nadie que los coaccionara, un muchacho bastante joven que había salido del servicio hacia seis meses dijo que él creía que estaba bien virarle las patrullas a los policías, que muchos eran unos “singaos”. La masa le replicó sobre la violencia innecesaria, el muchacho terminó diciendo “si fuera mi padre el policía no quisiera que le hubieran virado la patrulla y como mi padre conozco también otros socios revolucionarios de mi edad a los que jamás quisiera que le hubieran tirado piedras”.

Se habló de la injusticia de las MLC, de los apagones, de que a los americanos no se les ocurriera poner un pie aquí, de que nos estaban apretando los yanquis para después decir que la culpa es del gobierno cubano, de cómo habían una pila de videos mentirosos, que algunos habían estado en esos lugares, de que a las redes sociales no se les puede creer nada, de que son tiempos complejos pero que los triunfos de la Revolución no se pueden perder, de que nada de lo que pasó era comparable en represión con lo que se había visto en Colombia, que la situación de la COVID-19 estaba complicada pero que no había fosas comunes ni gente tirada en la calle, de que la gente aquí es pobre pero se puede formar intelectualmente —reímos cuando uno dijo “fíjate que estábamos hablando de películas viejas y todo”— y de que si a Cuba llegaba el capitalismo nos tocaba ser como Haití y no como Suiza; de que había que defender la Revolución y que también habían muchas cosas que cambiar.

No habían pasado ni veinte horas de llegar cuando llamaron a formación de nuevo, la noticia era la desmovilización, en menos de veinte minutos comimos y nos montaron en los camiones. Iba de camino a ver a mi niña, yo venía mirando el cielo, ya no estaba la vía láctea, tampoco el miedo de que el pueblo hubiera abandonado la Revolución.

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