El solterón
23/1/2018
1
Yo conocí a un solterón
loco por una chiquita
joven, robusta, bonita,
y él casi de usar bastón.
Fue tan bestial la ilusión
del solterón Pancho Rizo
que encaprichado, en su hechizo
hasta se planchó el pellejo
para hacer después de viejo
lo que de joven no hizo.
2
Con tres o cuatro parejas
frases, les describo a Pancho:
narizón, bigote ancho
y calvo hasta las orejas.
No le gustaban las viejas
y desde que enamoró
a Tuta, deduje yo
que a Pancho con esa esposa
podría salirle otra cosa,
pero pelo sí que no.
3
Pancho Rizo era un señor
en edad de ser abuelo
y a la caída del pelo
le fue naciendo el amor.
Para que entiendan mejor
lo que decirles persigo:
era calvo por castigo
igual que la berenjena;
la rana tiene melena
para el calvo que yo digo
4
Tanto se le había caído
el pelo, que Pancho estaba
que si un rizo le quedaba
sería el de su apellido.
Tuta pensó: “pervertido,
yo podría ser tu nieta”.
Refistolera y coqueta
inventó su zafarrancho;
el caso es que dejó a Pancho
seco y sin media peseta.
5
Viejo, calvo y sin dinero
el pobre Pancho quedó.
pues la joven le aplicó
la ley “poco, nada y cero”.
Don Pancho se puso fiero
y, ante aquella anomalía,
en el cráneo, un mediodía,
se untó manteca abundante;
aquella calva brillante
un sol al revés lucía.
6
Y así fue a casa de Tuta
a discutir a su andoba,
que nada tenía de boba
y mucho tenía de astuta.
Le dijo: “canalla, bruta”,
y restregándose el coco
le advirtió: “yo no estoy loco
ni tengo de bobo un pelo”,
y Tuta le dijo: “abuelo,
ni de pícaro tampoco”.
7
Don Pancho, como un cohete,
salió tirando la puerta:
la cara, de odio cubierta,
pero la calva al pelete.
En su yegua, ya jinete,
fue a descargar la violencia:
le dio golpes sin clemencia
y a lo largo del camino
la yegua indefensa vino
a pagar la consecuencia.
8
Por eso a los solterones
les quiero dar un consejo:
no se estiren el pellejo
ni se pongan retozones.
Miren las complicaciones
del amor, terrible droga;
don Pancho dio palo y soga
por lo menos una legua;
suerte que tenía una yegua,
si no la furia lo ahoga.
Agustín P. Calderón