Para el insigne poeta y escritor Cintio Vitier, el concepto de Patria asume la dimensión que seamos capaces de otorgarle desde la amplitud del alma cubana. “La patria ─afirma Cintio─ es algo por lo que un hombre es capaz de morir y también es algo que está presente en un pequeño sabor y en un gran combate. Es el dulce de guayaba y la Batalla de Las Guásimas. La patria es algo mínimo y máximo. En el buen sentido de la palabra, es un misterio, una fe”, concluye el prestigioso intelectual.

Y precisamente, desde esta honda y profunda convicción del amor por lo nuestro, la nación cubana completa se encuentra de fiesta en estos momentos. Es que no se puede celebrar de otra forma el hecho de que la Unesco, después de examinar, valorar, dictaminar y aprobar el expediente que le fuera enviado por el Consejo Nacional de Patrimonio Cultural, nos haya concedido la Declaratoria de la Práctica Cultural del Son como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.

La Declaratoria Unesco de la Práctica Cultural del Son como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad es el reconocimiento tácito de la universalidad de esos genes soneros que trae consigo cada cubano.

Da mucho que meditar, que un país tan pequeño como el nuestro haya conseguido semejante condición al nivel de la canción francesa o del mismísimo jazz estadounidense: se trata del reconocimiento tácito de la universalidad de esos genes soneros que trae consigo cada uno de nosotros. No importa a qué momento específico de nuestra historia hagamos referencia, puesto que siempre hemos estado acompañados por algún que otro popular ritmo foráneo de moda, pero el caso es que cuando escuchamos un buen son, este es recibido como el código cifrado que va dirigido, concretamente, al inquieto corazón cubano. Nos referimos al sabor de infinitos sones, esos mismos sones que también conmueven en el mundo entero a quienes no pueden permanecer indiferentes ante la arrolladora musicalidad criolla que los caracteriza.

Por lo tanto, estamos absolutamente seguros de que, para reverenciar el amor patente en el pueblo cubano por sus raíces soneras, no serían suficientes las páginas de esta publicación si quisiéramos hacer alusión a aquellos intérpretes y títulos de sones que a lo largo de la historia han ocupado un lugar preferencial de honor en nuestras vidas. Nada más que de mencionar al vuelo algunos de estos memorables sones como “Son de la loma” (Trío Matamoros), “Guajira Guantanamera” (Joseíto Fernández), “Échale salsita” (Septeto Nacional), “Chan Chan” (Compay Segundo), “Qué bueno baila usted” (Benny Moré), “Por encima del nivel” (Juan Formell y Los Van Van), “Y qué tú quieres que te den” (Adalberto Álvarez y su Son) o “Me dicen Cuba” por Alexander Abreu con Havana D‛Primera, coincidimos en que se trata de temas antológicos de la música bailable cubana con una profunda huella afectiva.

“…al sabor de infinitos sones, esos mismos sones que también conmueven en el mundo entero a quienes no pueden permanecer indiferentes ante la arrolladora musicalidad criolla que los caracteriza”.

Sin embargo, esta ennoblecedora carga de emotividad, la que nos convoca a sentir el mayor orgullo por ser cubano a través de la evolución del son, tiene un antecedente de imprescindible referencia en el magisterio ejercido por profesionales de alto rango musicológico en nuestro país. Se trata de Argeliers León y María Teresa Linares, quienes al frente del CIDMUC en sus momentos fundacionales, contribuyeron decisivamente a la formación de diferentes generaciones de musicólogos y especialistas en las más diversas ramas del saber asociadas a esta manifestación de nuestra cultura musical. Precisamente, el alto nivel científico requerido por la Unesco para haber decidido validar la Declaratoria de la Práctica del Son como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, representa una contundente confirmación del prestigioso trabajo colectivo del CIDMUC en torno a dicha expresión musical, sencillamente imprescindible en la vida del cubano de todos los tiempos.

Tan es así que todos estaremos de acuerdo en que esta declaratoria debiera nombrarse “el son es lo más sublime para el alma divertir”, expresión que, sin la menor duda, Ignacio Piñeiro profetizó desde hace muchas décadas atrás.

2