En unas notas biográficas a mano se lee que Carlos Embale poseía una voz aguda y de amplio registro. Es cierto. Mas las palabras no recogen las sensaciones percibidas a través de su voz, ideal para cantar el son, capaz de penetrar por el oído y alojarse en la memoria. Hoy, aún sin escucharlo, los que gustábamos de oírlo, continuamos escuchándolo en un solo de interminables sones que él cantó como pocos intérpretes cubanos.

Quien escribe estos apuntes guarda una imagen personal del cantante. Una imagen triste, de sus últimos años, ya retirado de las cámaras, en sus setenta años, tal vez más, cuando solía tomar la lancha (el transporte marítimo que enlaza al municipio de Regla con La Habana), y muy solito y respetado, parecía hablar consigo mismo, o mejor, tarareaba infinitamente las canciones que lo hicieron célebre, reconocido y apreciado por el pueblo.

Un día se conoció la noticia de su muerte, el 12 de marzo de 1997, a los 73 años, en La Habana, y entonces alguien pudo especular que era el fin del Septeto Nacional fundado por Ignacio Piñeiro, una agrupación emblemática y conservadora de las raíces más tradicionales de la música. Mas por suerte no ha sido así, el legado ha sobrevivido y late con fuerza.

“El rostro sonriente de este sui generis embajador llamado Carlos Embale se convirtió en uno de los símbolos de la interpretación de la música tradicional cubana”.

En cierto momento, Carlos Embale fue algo así como el “muchachón” más joven del Septeto, rodeado de otros ilustres cantantes, algunos fundadores, con unos cuantos años más que él, dentro de una agrupación ya legendaria y gloriosa cuyos integrantes, sumadas las edades, bien podían rondar los quinientos años o tal vez más.

Nacido hace justamente un siglo atrás, en el habanero barrio de Jesús María el 3 de agosto de 1923, debutó a finales de la década siguiente en el programa radial de aficionados La Corte Suprema del Arte, que a tantos talentos ofreció oportunidades de revelar sus condiciones. En adelante, pasada la prueba de la aceptación, figuró en diversas orquestas.

Así, se le vio cantar en el Sexteto Boloña, la Orquesta de Neno González, la Melodías del 40, entre 1944 y 1946 con Los Dandy; también, para el Conjunto Baconao, de Miguel Matamoros, con el cual se presentaban en la emisora Mil Diez; configuró el conjunto de guaguancó que llevó su nombre, se presentó junto al percusionista Silvano Shueg (El Chori) en los cabarets de la Playa de Marianao. Y a partir del decenio del 50 —en 1953— se incorporó al Septeto Nacional de Ignacio Piñeiro, donde su voz devino líder y su popularidad se acrecentó, siendo conocido en Cuba y el extranjero.

“Su voz, en opinión de los entendidos, establecía una perfecta simbiosis con los instrumentos de percusión, confiriéndole una autenticidad que se agradece”.

Si se analiza la calidad e historial de las agrupaciones por las cuales transitó hay que admitir que Carlos Embale se forjó en una excelente escuela de músicos populares, tanto instrumentistas como vocalistas. Además, colaboró con Benny Moré, Compay Segundo y el olvidado pero muy popular tiempo atrás Pío Leyva.

En 1979 viajó a Nueva York con la agrupación de Pello el Afrokán, creador del ritmo Mozambique, y se presentaron en Carnegie Hall; dos años después fue a Panamá, esta vez con el Septeto Nacional.

“Su voz, en opinión de los entendidos, establecía una perfecta simbiosis con los instrumentos de percusión, confiriéndole una autenticidad que se agradece”.

El son, la rumba, la guaracha, el bolero los entonó magistralmente. A menudo vestido con una alegre guarachera, de mediana estatura, o más bien baja, tez mulata, cabello oscuro corto y un bigotito bien atendido, el rostro sonriente de este sui generis embajador llamado Carlos Embale se convirtió en uno de los símbolos de la interpretación de la música tradicional cubana. También mucho grabó, y entre esos números memorables aparecen sus interpretaciones de “Suavecito”,Esas no son cubanas”, “La mujer de Antonio”, “Llora como lloré…”, suficientes para estampar una huella en el pentagrama cubano que le asegura un merecido sitial entre los grandes intérpretes populares.

Su voz, en opinión de los entendidos, establecía una perfecta simbiosis con los instrumentos de percusión, confiriéndole una autenticidad que se agradece. Hoy, cuando lo vemos en viejos kinescopios o lo escuchamos en grabaciones que recogen su voz invariablemente joven, recordemos siempre su condición de clásico, pues eso es Carlos Embale, uno de los cantantes clásicos del son cubano.

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