En las tinieblas del corazón del hombre
16/8/2017
Foto: Rafael Villares
CANTADO POR LA QUE ESTUVO AQUÍ
Amor, oh mi amor, inmensa fue la noche, inmensa nuestra vigilia donde fue
consumado tanto ser.
Mujer soy para ti, y de gran sentido, en las tinieblas del corazón del hombre.
La noche de verano se ilumina en nuestras persianas cerradas; la uva negra
azulea en los campos; la alcaparra al borde del camino enseña el rosa de su carne;
y el olor del día se despierta en tus árboles de resina.
Mujer soy para ti, oh mi amor, en los silencios del corazón del hombre.
La tierra, al despertar, no es más que estremecimiento de insectos bajo las
hojas:
agujas y dardos bajo todas las hojas.
Y yo escucho, mi amor, todas las cosas correr hacia sus metas. La pequeña
lechuza de Palas se deja oír en el ciprés; Ceres, la de tiernas manos, nos abre los
frutos del granado y las nueces de Quercy; el lirón edifica su nido entre las ramas
caídas de un gran árbol; y las langostas peregrinas socavan el suelo hasta la
tumba de Abraham.
Mujer soy para ti, y de gran sueño, en todo el espacio del corazón del hombre:
morada abierta a lo eterno, tienda levantada ante tu umbral, y bienvenida en torno a
toda promesa de maravillas.
Los atelajes del cielo descienden las colinas; los cazadores de cabras monteses han roto
nuestros cercados; y sobre la arena de la avenida oigo gritar los ejes de oro del
dios que traspasa nuestra verja… Oh mi amor de un gran sueño, cuántos oficios
celebrados en el umbral de nuestras puertas; cuántos pies descalzos corriendo
sobre nuestros embaldosados y nuestras tejas…
Grandes reyes tendidos en tus estuches de madera bajo las losas de bronce, he aquí
nuestra ofrenda a tus manes rebeldes:
¡reflujo de vida en todas las fosas, hombres de pie sobre todas las losas, y la vida
retomando todas las cosas bajo su ala!
Tus pueblos diezmados se salvan de la nada; tus reinas apuñaladas se vuelven tórtolas
de la tempestad; en Suabia estuvieron los últimos reitres; y los hombres de
violencia calzan la espuela para las conquistas de la ciencia. A los panfletos de la
historia se junta la abeja del desierto, y las soledades del Este se pueblan de
leyendas… La Muerte con máscara de albayalde se lava las manos en nuestras fuentes.
Mujer soy para ti, oh mi amor, en todas las fiestas de la memoria. Escucha, escucha, mi
amor,
el ruido que hace un gran amor en el reflujo de la vida. Todas las cosas corren por la
vida como correos del imperio.
Las hijas de viudas en la ciudad se pintan los párpados; las bestias blancas del Cáucaso
se pagan en dinares; los viejos lacadores de China tienen las manos rojas sobre
sus juncos de madera negra; y las grandes barcas de Holanda embalsaman el
clavo. Llevad, llevad, oh camelleros, vuestras lanas de altos precios a los barrios
de los bataneros. Y es asimismo el tiempo de los grandes seísmos de Occidente,
cuando las iglesias de Lisboa, todos sus pórticos abiertos hacia las plazas, y todos
sus retablos encendidos sobre un fondo de coral rojo, queman sus ceras de
Oriente ante la cara del mundo… Hacia las Grandes Indias del Oeste se van los
hombres de aventura.
Oh mi amor del más grande sueño, mi corazón abierto a lo eterno, tu alma abriéndose al
imperio,
que todas las cosas fuera del sueño, que todas las cosas por el mundo nos sean propicias
en el camino.
La Muerte con máscara de albayalde se muestra en las fiestas de los Negros, la Muerte
vestida de griot, ¿cambiaría de dialecto?… Ah, todas las cosas de la memoria, ah,
todas las cosas que supimos y todas las cosas que fuimos, todo lo que reúne fuera
del sueño el tiempo de una noche de hombre, ¡que todo se haga antes del día de
pillaje y fiesta y fuego de brasa para la ceniza del atardecer! —pero la leche que
un jinete tártaro saca en la mañana del flanco de su bestia, está en tus labios, mi
amor, y yo la guardo en la memoria.