En los treinta de cuando Pelo Malo se convirtió en Capiro

Norberto Codina
5/10/2020

Hace poco más de treinta años Ricardo Riverón Rojas pensó en el provocador título de Ediciones Pelo Malo para un proyecto emergente que se gestaba en el centro de la Isla, iniciativa que —un paso más allá del “proyecto”— en poco tiempo devendría aventura editorial, pero con el nombre menos peregrino, tomado de la topografía lugareña, de Capiro. Aunque mucho disfruté de la propuesta original —una película con igual calificativo de la venezolana Mariana Rondón se convertiría en un hito de nuestro cine—, ya no me puedo imaginar esa editorial con otro sello de identidad que ese, con el que se ha ganado un sitio a respetar en la cultura villaclareña y nacional.

Como en sus orígenes, cuando naciera a “contra-pelo-malo” del llamado “período especial”, sus actuales editores se las arreglaron ahora, en estos tiempos de desamparo editorial, para presentar 5350 días en la vida de un(a) editor(ial), de la autoría del propio Riverón, como justo homenaje al aniversario redondo de Capiro y a quien fue y sigue siendo su principal animador, el River Om. La solicitada editora que es Silvana Garriga en su oportuno prólogo comparte ideas que hacemos nuestras, como que el libro podría subtitularse “Historia de una editorial contada por sus libros”, o reconocer esas fechas como el principio verdadero —con sus antecedentes en los setenta de otros empeños como la habanera Ediciones Extramuros—, del “sistema de ediciones territoriales”, a lo que se sumarían varios ejemplos, como la matancera Vigía y la oriental Ediciones Holguín.

Este libro es un justo homenaje al aniversario 30 de Capiro y a quien fue y sigue siendo su principal animador.
Foto: Cortesía del autor

 

Silvana recapitula el hilo conductor de su lectura: “Este testimonio, estructurado cronológicamente desde 1990 hasta 2004 —período en que Riverón se mantuvo al frente de Capiro— se vale de un ingenioso recurso: nombrar cada capítulo con el título de un libro y el año de su edición, hasta completar los 30. La cifra alude al aniversario y cada libro mantiene relación directa o indirecta con el contexto evocado”.

En fecha temprana, cuando estaba en plena vorágine de sobrevivencia, uno de sus principales promotores, el escritor Félix Luis Viera, publicó el siguiente balance premonitorio: “Ediciones Capiro, con dos años de existencia, ha publicado veintitrés títulos que han recibido el visto bueno tanto de los opinadores del país como los de allende la mar océana”. Y más adelante concluye con sus familiares códigos peloteriles, “si no pierden la zona de ‘estrai’, de seguro esta editorial pasará a la memoria cultural del país; aludida, citada, encomiada será por las generaciones por venir”[1], más allá de ser en su surgimiento “una buena solución para tiempos difíciles”.

En ese “período especial”, a Capiro le asignaron una cuota de cincuenta plaquettes; era la etapa en que —parodiando al historietista Hernán H.— “la furia de los plaquettes se desataba sobre la faz de la tierra”. Marrulleramente supieron convertir cantidad en calidad, con la complicidad de muchos, empezando por los imprenteros. Fue el momento en que el arribo de Blas Rodríguez Alemán como director del Centro Provincial del Libro y la Literatura, llegó como una bendición de la que disfrutaron durante tres lustros, y que el River agradeciera en su crónica “En la fiesta de Blas”, testimonio del que doy fe. En el nuevo milenio otro desafío sería la llegada del sistema “riso”, cuyas virtudes y problemáticas Riverón descifró equilibradamente en las páginas de La Gaceta de Cuba con su artículo “Nosotros, los de la Riso”, debate al que se sumaría en la misma revista y con pareja lucidez el camagüeyano Jesús David Curbelo, por entonces otro promotor destacado de “provincia”.

El año 1996 representa la mayoría de edad de Capiro, cuando obtiene por primera vez, y por partida doble, el Premio Nacional de la Crítica, con títulos de indiscutible valía como fueron los poemarios Aquí, de Roberto Fernández Retamar, y Últimos pasajeros en la nave de Dios, de Carlos Galindo Lena, autor a veces injustamente olvidado y que figura sin dudas junto a Samuel Feijóo, Fayad Jamís y Francisco de Oraá entre “los poetas mayores del siglo XX en estos territorios del centro de Cuba”, en cifrado villareño.

De los treinta libros comentados en 5350 días…, quisiera detenerme en tres “y uno quema´o” —pues aunque comentado no es de los reseñados—, por cierto ninguno de ellos de ficción, y que a mi “inmodesto” entender marcan el diapasón que caracteriza a esa casa editora, en cuanto a diversidad e inclusión. Algunos son curiosidades como Fidelio Ponce en San Juan de los Yeras, del autor José Seoane Gallo, y que da testimonio de la estancia del pintor en San Juan de los Yeras, entre 1924 y 1925, “donde además de dejar la leyenda de una bohemia delirante, realizó un mural publicitario en el Café Parisién”. Con esa “bohemia delirante” recalaría —nómada de sí mismo— en otros pueblos del archipiélago, como me relataron en su momento añosos vecinos de Madruga, intercambiando sus obras por alguna pitanza y mucho alcohol.  

Memorias recobradas (2000), compilado y prologado por Ambrosio Fornet, donde se recogen cinco dosieres publicados en La Gaceta de Cuba en el trienio 93-95, se agotó rápidamente. En él se reproducen “…los argumentos y textos representativos del proyecto que el autor puso en marcha en 1993, con la publicación de un conjunto de ensayistas y críticos cubanos residentes en los Estados Unidos. Además de servir de introducción al nutrido corpus que esquemáticamente suele llamarse ‘literatura cubana de la diáspora’, el libro resulta interesante y aportador aun para los sectores informados (…) Muchos de los nombres (…) enumerados constituyen hoy referencia natural en los panoramas y estudios sobre nuestra literatura. Pero en el momento en que (se) concibieron los dosier la mayor parte estaba más que congelada y vista con ojeriza”.

Foto: Internet
 

Memorias recobradas “no fue el único proyecto de La Gaceta de Cuba que Capiro llevó al libro, pues en 2004, en coedición con Ediciones Unión, publicamos Siglo pasado, cuyo origen en La Gaceta… se concretó entre 2000 y 2001, con una convocatoria a determinados autores para que escribieran sobre un año del recién concluido siglo XX”. Volumen que —igual que el de Pocho—, aunque no constituye un libro de autor sino una compilación, ha deparado a este servidor gratificaciones, como cuando en otra ocasión el River “rayó” una reseña titulada “Siglo XX, problemático y feliz”, donde de paso rinde homenaje a la filosofía lunfarda de Discépolo en el genial tango “Cambalache”, “siglo veinte, cambalache, problemático y febril…”.

La crónica incluida de Riverón en el mencionado volumen se llamó “1997”, y trata de la llegada de los restos del Che a su destino final, y a manera de enlace viene a colación el tercer libro (¿o cuarto?) que seleccioné. En el 2001 se daría a conocer Una edición memorable: el diario del Che en Bolivia (2001), de Rolando Rodríguez, feliz iniciativa donde el historiador, en 1968 director del entonces Instituto Cubano de Libro, revela todas las peripecias y planificaciones para “la publicación inmediata del libro, en la más absoluta discreción y en una tirada masiva de un millón de ejemplares. Como se sabe, todo ello se concretó”. Guardo con celo el ejemplar que me obsequiaron en la ya desaparecida, que hoy recuerdo con nostalgia, librería Lalo Carrasco, después de horas en una impaciente y anchurosa fila que daba la vuelta al hotel Habana Libre.

Foto: Internet
 

A manera de resumen Capiro, a mi modo de ver, introdujo una nueva dinámica en la vida literaria de la región, pues no se limitó a producir libros y a visibilizar autores, sino que también intervino, como protagónica, en el enriquecimiento sociocultural de un entorno que, hasta el momento de su fundación, se desempeñaba con códigos de fuerte matiz provinciano. Su vocación ecuménica propició la confluencia de textos de valor provenientes de distintas zonas del país. Más allá de una editorial, ha sido un proyecto cultural que ha sobrepasado con creces su carácter territorial. Eventos como ferias o lecturas, actividades colaterales en las presentaciones de libros, auspicio de concursos literarios como el Premio de la Ciudad, y sobre todo motivar un sentido de pertenencia que ha sumado en la condición de autores, editores, técnicos, promotores, a colaboradores de todas partes, incluyendo su extensión “jodedora” en el Club del Poste, “club” que por cierto ya cuenta con su videoclip.

Sus títulos hasta hoy con toda seguridad rebasan los quinientos, rematando con el que ahora comentamos. En él su autor, a manera de epílogo, destila cierta nostalgia cuando nos confiesa que, “entre el 9 de abril de 1990 y el 30 de noviembre de 2004 amanecí y dormí como director de Ediciones Capiro”.

River, sinceramente, creo que tú sigues compartiendo noche a noche, y día a día, con sus alegrías y padecimientos, esa aventura editorial que una vez quisiste llamar con desenfado Pelo Malo y hoy es una realidad llamada Capiro.

 

Nota:
[1] Félix Luís Viera: “En tiempos difíciles: Ediciones Capiro” (La Gaceta de Cuba, julio-agosto, 1993), p. 11