Flores teatrales en Matanzas

Aylenis Díaz Izquierdo
6/11/2017

El rostro del soldado aparece en la pantalla ubicada como telón de fondo del escenario. El uniforme de oficial no esconde el temor ante la posibilidad de ser descubierto. Huir es el objetivo, los nervios no perdonan. El  cautiverio queda atrás cuando hay un solo camino para la libertad. La película, reflejada en la oscuridad de la atmósfera teatral, solo muestra el final. Los créditos avanzan mientras un hombre aparece y en su piel el reflejo de los nombres y agradecimientos del filme.

En retrospectiva comienza a ser narrada, en las tablas, la historia de un posible prófugo de la justicia. Confidencias del actor, el guionista, el director de la película y los personajes secundarios aparecen para cambiar el sentido de la película.

La cinta Expreso de Medianoche del director Allan Parker, con guion de Oliver Stone y actuada por Brad Davis en 1978, inspira este diálogo osado. La repercusión del filme aviva cada escena en un cuestionamiento sobre la veracidad de los hechos. Un supuesto discurso de arrepentimiento del guionista, dirigido al pueblo turco, reta a la realidad en el unipersonal, ante la violencia utilizada en la propuesta cinematográfica, para describir la justicia y la sociedad de Turquía. Las palabras ocultas son iluminadas como hilo conductor del monólogo No hay flores en Estambul, del uruguayo Iván Solarich. Un entramado de interrogantes y sentimientos laten en el argumento de una obra que encara la verdad, el perdón y la búsqueda de la  felicidad.

 
Foto: cortesía del autor
 

Estrenada en la última edición del Festival de teatro de La Habana, celebrado entre el 20 y 29 de octubre, la puesta en escena contó con la dirección general de Mariano Solarich (hijo del actor) y la actuación del propio Iván Solarich. Los organizadores del festival, en coordinación con el teatro de las estaciones, tuvieron la gentileza de traer esta propuesta hasta la sala Pepe Camejo, de Matanzas, donde tuvo lugar la cuarta y última función de la obra en Cuba.

Iván Solarich se desprende de su cuerpo para convertirse en océano de vivencias y encarna al chico americano, protagonista del relato cinematográfico, apresado por tráfico de drogas en el aeropuerto turco, en su relación con los principales personajes de una película de enorme intensidad, cuyas escenas de acción y dinamismo logran ser captadas desde la dramaturgia del teatro.

El título de la puesta en escena alude a la descripción tergiversada del paisaje de Estambul como zona estéril de flores, pero la visión de la obra rescata esa mirada errada. La simple alusión a esta diversidad de flores que adornan el paisaje de Turquía, constituye a su vez metáfora y auténtico reflejo de una verdad contada a medias por el guionista: el conflicto político existente entre Turquía y los Estados Unidos en el momento en que se filma la película.

Solarich llega a Cuba en un regreso a casa o como lo cataloga Iván,“la segunda patria”, pues desde muy pequeño su familia encontró en la Isla otra residencia y una cultura que hoy corre por sus venas.

En esta latitud su carrera en el arte de las tablas tiene un antecedente con la obra El Vuelo, estrenada en el Festival de Teatro de La Habana (2013), bajo la dirección de María Dodera.

La decimoséptima edición del festival lo convidó a otro encuentro con el estreno de No hay flores en Estambul. Romance profesado por este actor hacia el  público cubano al que considera “muy crítico y respetuoso pero muy agudo con mucho teatro visto, entonces es un espectador que pone la vara alta. Estrenar acá El Vuelo, en el 2013, me ayudó a entender mi propia obra y ahora regresar con este monólogo me hace repensarla. Es una alegría total”.


 

Aun la voz se le escapa. La función concluyó, sin embargo, no duda en agregar cuan agradecido se encuentra del público matancero: La idea de venir a la sala Pepe Camejo, nace de la generosidad de la actriz María Laura Germán y de Rubén Darío Salazar, actor y director del Teatro de Las Estaciones, con un resultado maravilloso y como posibilidad futura de que el festival no quede solo en La Habana. Acá encontré  otro público que piensa las cosas esenciales de la vida con mayor detenimiento.  Así lo demostró el foro de intercambio realizado; un encuentro de retroalimentación con lecturas de la puesta en escena muy interesantes”.

Sin preverlo, la ciudad de Matanzas acogió esta presentación fuera de la capital de la XVII edición del Festival de Teatro de La Habana; una suerte de regalo  para el público matancero, ávido de poder disfrutar de eventos de esta magnitud.

Sin dudas, resulta un abrazo artístico que merece la pena repetir, durante las futuras jornadas del festival, como parte de ese diálogo milenario entre actor y espectador que nos propicia el arte teatral.