Galanes de Don Quijote

Thais Gárciga
11/8/2016
Fotos: Cortesía Ballet Nacional de Cuba

El Ballet Nacional de Cuba (BNC) recién finalizó su temporada en el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso con la reposición de Don Quijote, durante dos fines de semana en este mes de julio.

La pieza fue montada para el BNC por Marta García y María Elena Llorente, bajo la dirección artístico-coreográfica de Alicia Alonso. Está basada en la original de Marius Petipa, y en la versión de Alexander Gorski de 1900. En esta última se le restó un acto, dejándole solo tres y el prólogo; así se conservó para casi todas las que le sucedieron, incluida la cubana.

El Don Quijote del BNC utiliza igualmente la partitura de Ludwig Minkus. El austriaco compuso la música para este ballet en 1869, el mismo año en el que llegó a Rusia y se estrenó la pieza en Teatro Imperial de Bolshói de Moscú. Aún no había nacido La Bayadera (1877), pero ya Minkus había incursionado en los predios de la danza al dar vida en la Ópera de París a las melodías de uno de los montajes de Paquita (1847). Fue así como dicha colaboración no solo inauguró la estancia del vienés en tierras del zar Nicolás II, sino que a la par marcó el inicio del tándem Minkus-Petipá.


 

A diferencia de los clásicos a los que nos ha habituado el Ballet Nacional, la adaptación para Don Quijote no toma como protagonistas a la aristocracia de las cortes europeas ni asiáticas. Incluso el hidalgo de la Mancha aparece aquí como un personaje secundario, aunque su papel sea determinante en la trama de la historia. La misma se inspira en fragmentos del capítulo XIX del segundo volumen de El ingenioso hidalgo. Don Quijote de la Mancha, de Miguel de
Cervantes, donde aluden a las bodas de Camacho, y refieren el romance entre dos habitantes del pueblo: Kitri, la hija del mesonero, y el barbero Basilio.

En la función del sábado 23 las primeras figuras de la compañía, Anette Delgado y Dani Hernández, interpretaron respectivamente esos caracteres. Al margen de la buena forma que muestra la experimentada bailarina, esa noche la hicieron suya los hombres.

Dani Hernández, el único primer bailarín a quien hemos visto en las presentaciones anteriores del BNC, defendió la carga histriónica de Basilio con el mismo garbo con que encarna a Albrecht y Sigfried, se mostró natural y espontáneo cual barbero de pueblo, pobre y sencillo.

Sorprendente fue ver en esta función a Rafael Quenedit como uno de los toreros —rol propio para solistas—, quien el domingo anterior había interpretado a Basilio. Ciertamente, Quenedit es en la actualidad primer solista del conjunto danzario, pero tal ambivalencia de roles trae consigo una confusión que no beneficia ni al bailarín ni a la compañía, y deja al público desconcertado. Ante tal hecho saltan a la vista dos preguntas obvias: ¿por qué un primer solista interpreta papeles de primer bailarín?, ¿para qué existen entonces las categorías?

No se trata de que el joven no esté lo suficientemente preparado, de hecho, ahora mismo es la punta de lanza de las últimas hornadas de graduados de la Escuela Nacional de Ballet Fernando Alonso. Los galardones recibidos en Encuentros Internacionales de Ballet en La Habana, los concursos en Sudáfrica y otros certámenes internacionales validan su técnica y talento. De igual modo sucedió con los solistas Raúl Abreu y Patricio Revé: hicieron de majos en una función y en otras de parteneires de las primeras bailarinas Sadaise Arencibia y Viengsay Valdés, respectivamente.


Viengsay Valdés como Kitri

Otro danzante en esta misma categoría que comienza a descollar es Francois Llorente. En la función de marras asumió dignamente al torero Espada, quien transmitió la empatía entre él y su amante Mercedes, corporizada en Jessie Domínguez, la única que destacó —a excepción de Kitri— entre el resto de sus colegas mujeres. Sería gratificante ver más seguido a esta pareja formada por Llorente y Domínguez, el dúo congenió armónicamente sin tropiezos ni desfases.

En cuanto al cuerpo de baile, esta vez estuvo mucho más parejo y concentrado que en anteriores ocasiones. La función denotó que hubo dedicación y arduas horas de ensayos para un resultado interpretativo airoso.

Don Quijote puso en evidencia certezas más que llovidas sobre mojado, y no por obvias resultan inherentes. El trabajo del cuerpo de baile requiere de una labor grupal, entendiéndola en el sentido cabal de colectivo como ente unido, monolito; de otro modo parecería que existen varios conjuntos en una misma compañía. De manera similar sucede con los solistas y principales, aunque tengan roles en solitario no por ello deben descuidar la relación con el resto de la escena, de la atmósfera, la historia. Estas noveles generaciones se están bautizando aún sobre las tablas, algunos se estrenan como protagónicos, otros en papeles más o menos difíciles, o por encima de su nivel. El tiempo y la escena, si no el público, serán sus jueces más certeros.