Excelentísimo Señor Embajador de la República de Namibia. Autoridades del Gobierno y el Partido en Ciego de Ávila. Altos Oficiales, Oficiales y soldados de nuestras Fuerzas Armadas. Héroes de Cassinga. Compatriotas internacionalistas. Familiares de los compatriotas caídos heroicamente aquel 4 de mayo de 1978 en Cassinga.

Tengo el muy alto honor —inmerecido absolutamente— de presentar hoy en esta plaza un libro que no es precisamente un libro. Lo que se presenta hoy en esta plaza deviene sagrado e inolvidable brío de almas, respetuoso tributo a un sacro e inmortal escuadrón de bravos. Se aludirá en esta plaza a sangre derramada, sangre de héroes y de mártires, sangre de compatriotas y sangre de mujeres y niños namibios. Se rendirá respetuoso tributo en esta plaza al honor, al valor, al desinterés, al heroísmo y altruismo tremebundo de un grupo de compatriotas. Al sacro heroísmo de 16 compatriotas que no dudaron en ofrendar sus cubanísimas vidas para salvar las vidas de miles de mujeres y niños namibios. Ocho de esos inmortales compatriotas resultan ilustrísimos hijos de la tierra avileña.

Respiramos todos hoy en esta plaza, y desde nuestro respirar, respiran ellos. Respiramos hoy en esta plaza y más de 600 mujeres y niños namibios respiran con nosotros. Todos ellos están hoy aquí, corporizados en cada uno de nosotros.

“Lo que se presenta hoy en esta plaza deviene sagrado e inolvidable brío de almas, respetuoso tributo a un sacro e inmortal escuadrón de bravos”.

Hablaba antes del honor, inmerecido, de este humilde presentador. Este libro, me decía, debería ser presentado por uno de aquellos héroes, debería ser presentado por el hijo o la hija de uno de aquellos mártires. Quien presenta hoy acá este libro no ha probado su valor en combate. Quien presenta esta sagrada e inolvidable página de nuestra historia común —común por cubana y por namibia, por cubana y por africana— no hizo fuego desde una mítica 14,5 contra los Mirage sudafricanos; no avanzó lleno de coraje en una BTR-156; no disparó a despecho de las bombas a bordo de un tanque T-34; no sangró allí; no estuvo a la vera de los héroes; no luchó hombro a hombro junto a los mártires. Para presentar acá hoy este libro —que no es un libro porque lleva el peso y el paso y la sangre de más de un millar de héroes y de mártires— fue preciso pensar que cada uno de los presentes hoy en esta plaza, todos, habríamos avanzado resueltamente hacia Cassinga la mañana de aquel luctuoso 4 de mayo en el empeño de salvar vidas namibias. Todos habríamos sabido luchar y sangrar y morir en ese sagrado y noble empeño.

Excelentísimo Señor Embajador de la República de Namibia: Permítaseme expresar lo siguiente en el idioma oficial de la República de Namibia. All the participants in this place this afternoon, each one of us, are able right now to offers our life again as soldiers in order to preserve and save the life of Namibian woman and children. Todos en esta plaza llevamos ahora en nuestros pechos, hacemos latir en nuestros corazones y bullir en nuestra sangre los pechos, los corazones y la sangre de los compatriotas que allí lucharon, sangraron y murieron, los pechos, los corazones y la sangre de las más de 600 víctimas namibias, mujeres y niños vilmente masacrados.  

Toda historia tiene preámbulos. Todo teatro de operaciones tiene su prólogo. En el argot de Inteligencia se le suele llamar antecedentes. Y se alude a causas y condiciones. En esta historia se entreveran múltiples acontecimientos. El proceso descolonizador lleva a la independencia de Angola. En Sudáfrica se enseñorea el régimen del apartheid. Namibia se halla ocupada militarmente —y su pueblo sojuzgado— por Sudáfrica. Las fuerzas de la reacción internacional pretenden destruir al naciente estado angolano. Sudáfrica ataca desde el sur, desde la Namibia ocupada. Zaire ataca desde el Norte. Los secundan los traidores del FNLA y la UNITA. La Operación Carlota lleva a Angola a miles de compatriotas en aras de salvaguardar —ante solicitud angolana— la anhelada independencia. Los namibios, a su vez, luchan por la independencia de su patria de bravos —como sostiene el himno nacional namibio— nucleados en la SWAPO, surgida el 19 de abril de 1960, Organización del Pueblo de África del Sudoeste, en inglés, South West Africa People’s Organisation. Miles de refugiados namibios, civiles, en su mayoría mujeres y niños, se refugian en el sur angolano, huyen del terrible régimen de apartheid. Esos —fría y sucintamente— resultan los antecedentes.

“Todos habríamos sabido luchar y sangrar y morir en ese sagrado y noble empeño”.

Los antecedentes, Excelentísimo Señor Embajador de la República de Namibia, hermanos todos, suelen siempre ser fríos. Los hechos, cuando median las balas, suelen siempre ser en extremo hirvientes. Al extremo noroeste de la provincia de Cuando-Cubango, en la localidad de Cassinga, a 260 km de la frontera de Namibia, se ha instalado un gran campamento de refugiados namibios. Miles de mujeres y niños residen allí, protegidos por un pequeño grupo de guerrilleros de la SWAPO. El Gobierno de Sudáfrica decide borrar del mapa ese campamento. Asesinar mujeres y niños toma para el Alto Mando sudafricano el nombre en clave de Operación Reindeer, operación expresamente diseñada por el mismísimo jefe del Ejército de Sudáfrica. Se dispone para ello de las más importantes fuerzas y medios: una selección de lo mejor de las fuerzas especiales sudafricanas —los Recces, 1300 paracaidistas—, bajo la dirección de un muy experimentado jefe militar, aviones de transporte Hércules C-130 norteamericanos, helicópteros Super Frelon y Pumas franceses, bombarderos a reacción Camberra, cazas franceses Mirage III, armados de potentes cañones de 30 mm, aviones de ataque ingleses Buccanneer, capaces de portar bombas, cohetes y misiles guiados. Como armas antitanques las fuerzas especiales portaban los terribles RPG-7. A las 08:00 horas del 4 de mayo de 1978 bombarderos Camberra dejaron caer un pandemónium de bombas antipersonales sobre el campamento namibio. Más tarde es el turno de los bombarderos Buccaneer. Después… siembran la muerte los cañones 30 mm de los Mirage III. A las 10 a.m. desembarcan las fuerzas especiales. Y… prosigue la matanza.

Algo desconocían, sin embargo, los sudafricanos. A menos de una veintena de kilómetros, en Tchamutete, se halla destacada una fuerza militar cubana. El Grupo Táctico No. 2. El EM de la Misión Militar Cubana ordena al Teniente Coronel Julio Pérez Hernández movilizarse en auxilio de los namibios. El capitán Cintra pregunta a la tropa cubana quién no se encuentra en disposición de luchar. Todos aseguran plena disposición. Antes de salir se canta el Himno Nacional, el glorioso Himno de Bayamo. El combatiente avileño Ricardo Rey —hasta 1977 delegado del Poder Popular Municipal de Ciego de Ávila— había amanecido esa mañana enfermo. Se le conmina a permanecer en la base. Ricardo Rey se niega. Morirá heroicamente en combate horas después.

Excelentísimo Señor Embajador de la República de Namibia, hermanos todos, los compatriotas que aquella mañana cantaron en Tchamutete el Himno de Bayamo no eran avezados miembros de las Tropas Especiales cubanas. No eran, en su mayoría, siquiera soldados regulares. Eran reservistas. Jóvenes. Algunos no excedían los 20 años. Muchos de ellos recién llegados a Angola, como recién llegado era su mismo Jefe. Las armas y equipos que poseían resultaban muy inferiores a las empleadas en aquella operación por las fuerzas sudafricanas. Viejos BTR-152 —de la década del 50—, aún más vetustos blindados T-34 —empleados por el Ejército Rojo contra los nazis en la II GM—. El blindaje de tales equipos, urge decirlo, nada puede contra el fuego de un RPG-7. Como armas antiaéreas nuestras fuerzas se desplazan con simples ZPU-2, de 14,5 mm, reconocibles por sus típicas cuatro bocas de fuego. Urge también decirlo: una 14,5 poco o nada puede frente a un Mirage III o un Buccaneer. Nuestros compatriotas enfrentarían fuerzas especiales altamente experimentadas y entrenadas. Armas cualitativamente muy superiores. Nuestros compatriotas carecían de blindaje y poder de fuego. Les asistía, en cambio, el blindaje y el poder de fuego que confieren el valor, la entereza y el heroísmo. Y desde esa divina y muy santa trinidad, la superioridad, urge también decirlo, era total. Les asistía, además, la muy noble y justa causa de salvar vidas indefensas.   

“Nuestros compatriotas carecían de blindaje y poder de fuego. Les asistía, en cambio, el blindaje y el poder de fuego que confieren el valor, la entereza y el heroísmo”.   

A las 12 horas había llegado al Campamento de Cassinga —a celebrar la matanza de mujeres y niños— el mismísimo jefe del Ejército Sudafricano. Ante el indetenible avance de nuestros compatriotas el enemigo teme que el alto jefe militar pueda ser alcanzado por el fuego de las armas cubanas o capturado por nuestros valientes. Los Buccaneer y los Mirage IIIatacan con ferocidad a nuestras fuerzas. El objetivo: garantizar la retirada sudafricana. Los experimentados soldados de élite de las fuerzas especiales sudafricanas no resisten el empuje de aquel puñado de compatriotas. En mitad de gran caos, a la desbandada, se lanzan hacia los helicópteros. Nuestras fuerzas, ante el temor de herir a miles de civiles namibios, deciden ser en extremo cautelosos con el fuego. A las 15 horas el enemigo logra finalmente escapar. El ataque desde el aire, no obstante, continúa. Se combatió, denodada y heroicamente, por espacio de 12 horas. En la batalla perdimos varios tanques T-34, más de una decena de BTR 152, varias antiaéreas 14.5, y entregaron la vida, con toda gallardía y valor sin igual, 16 compatriotas. Un total de 80 compatriotas resultaron heridos.

Manolo Seguí, herido de muerte, pregunta a un compañero si está muy feo para regresar junto su novia Lourdes, muere horas después. El oficial José Ramón Rosabal, al intentar ser asistido por un médico, ordena a este que atienda a sus hombres primero, después clama esa estrofa inolvidable de nuestro Himno: “Morir por la patria es vivir”. Antonio Echeverría rechaza al médico que intenta asistirlo: “estoy reventao, Dr., pero voy palante con mis compañeros, para que esta gente vea que a los cubanos nos sobran los…” y alude Antonio a ese adminículo colgante y dual que solemos citar los cubanos cuando el valor bulle e inunda. Uno de nuestros compatriotas, ante el mortífero ataque de los aviones enemigos, hace una pausa en el combate para sacar del bolsillo la foto de su querida madre, la besa, “adiós, vieja”, le dice, después… sigue disparando. Miguel Cepeda, herido gravemente, conmina a su compañero de pieza antiaérea a retirarse: “tú, retírate, aquí basto yo para morirme”, la respuesta llegó rápida: “aquí nos morimos juntos”. Eusebio González, otro avileño, ha perdido la piel de ambas manos, sangra, destrozado, con gran alarma acude a socorrerlo un compañero, Eusebio lo tranquiliza: “oye, nada, guapo ahí”. En mitad del combate no falta quien conmina a otro a fumar: “nos quedan minutos de vida, dice, fuma, después… seguimos echando plomo hasta morir”. El Jefe de Pieza, Eduardo Pérez Rojas, no dejó de cantar durante todo el combate. Ángel González Medina sale a un claro a gritar a los aviones, pregunta a los pilotos enemigos si no iban a almorzar ni a merendar. Oscar Suárez, el comunicador de la Batería III, de 22 años, pasa el combate entero sin inmutarse, con un tabaco en la boca. Más allá, Fonseca, el Jefe de Pelotón, pese a su colgante brazo sangrante, no deja de dar órdenes. Varios compatriotas, al disparar endemoniadamente con las 14,5 a los Mirage sin lograr derribarlos, encolerizados, salen al descampado y a la vista de los asombrados pilotos sudafricanos se toman con las dos manos los órganos duales y colgantes que todos imaginamos en esta plaza. Y gritan. Gritan nuestros compatriotas, gritan una frase: “a los cubanos nos zumban los…” Y llega la mención a esos órganos, los duales y colgantes.

Excelentísimo Señor Embajador de la República de Namibia: una vez ya en fuga los paracaidistas sudafricanos y recuperado por nuestras fuerzas el campamento namibio, ante los ojos conmovidos de los soldados cubanos, yacen 624 cuerpos de refugiados namibios, la mayoría mujeres y niños. Se organizan los primeros auxilios, se dispone la evacuación inmediata de 611 heridos. 600 niños lograron salir ilesos. Los habíamos salvado. Posteriormente viajarían a Cuba. Estudiarían en tres escuelas de la Isla de la Juventud. Uno de esos niños, una niña, se graduaría en Cuba para regresar más tarde como Embajadora Extraordinaria y Plenipotenciaria de la República de Namibia en nuestro país. Los cuerpos de los namibios asesinados reciben respetuosa sepultura en dos fosas comunes. Es el momento en que los soldados cubanos, airados y enardecidos, manifiestan el deseo de avanzar hacia la frontera namibia, ir en busca de los sudafricanos, ajustarles cuentas. Los detiene la explicación razonada del GB Harold Ferrer Martínez, jefe del EM de la región.  

“Diez años después se escribiría la gloriosa epopeya de Cuito Cuanavale”. Imagen: Tomada de Internet

Esta humilde presentación no alcanza a resumir este libro. No puede porque en este libro bullen más de mil almas. Aludiremos solo a la flor, esa que una madre cubana enviaba por carta a Angola para que los compañeros del hijo caído en combate dejaran sobre la tierra que cubría al hijo. Aludiremos, inevitablemente, al encuentro, muchos años después, de un ex combatiente cubano, a la sazón trabajador del Turismo, y el otrora piloto de un Mirage sudafricano, quien visitaba Cuba como turista. Conversan, se descubren contrincantes de un día el cubano y el sudafricano. Y confiesan ambos sus motivos: el sudafricano alude al dinero como inspiración para ametrallar desde un Mirage III. El cubano alude a la solidaridad. El internacionalismo. El humanismo. Y menciona al dominicano Máximo Gomez, al norteamericano Henry Reeve.     

Excelentísimo Señor Embajador de la República de Namibia. Diez años después se escribiría la gloriosa epopeya de Cuito Cuanavale. El cielo fue entonces de los MIg 23 cubanos. La tierra de la frontera angolano-namibia fue entonces la tumba de un enemigo que impotente huyó derrotado. Piero Gleisejes cuenta cómo en las conversaciones de paz de 1988 se acerca a Jorge Risquet —representante de Cuba en esas conversaciones— el representante de Estados Unidos, Secretario de Estado para Asuntos Africanos, Chester Crocker, para hacer una pregunta: “caso no fructifiquen las conversaciones de paz… ustedes, los cubanos, ¿van a detenerse en la frontera de Namibia o van a seguir avanzando?” Cito, lo confieso, de memoria. La respuesta resultó un ejemplo de la más alta y fina diplomacia: “Si yo le dijera a Ud. que vamos a detenernos… le estaría dando a Ud. una aspirina, y, créame, yo no puedo darle una aspirina; si yo le dijera a Ud. que vamos a avanzar lo estaría amenazando, y, créame…, yo no puedo amenazarlo”. En diciembre de 1988 con el Acuerdo logrado, desde el empuje de nuestras armas, se firma definitivamente la derrota sudafricana. Los racistas sudafricanos fueron obligados en marzo de 1990, hace hoy 34 años, a conferir la independencia a Namibia, que celebra la llegada al poder del líder de la SWAPO Sam Nujoma. Sudáfrica, desmoralizada, libera a Nelson Mandela, desmantela el apartheid, y permite elecciones. Llega entonces a la Presidencia el inolvidable Nelson Mandela.

“Gloria eterna a los mártires de Cassinga”.

Excelentísimo Señor Embajador de la República de Namibia. En los 15 años de duración de la Operación Carlota, Cuba llevó a suelo angolano 300 000 combatientes y 50 000 colaboradores civiles. Murieron heroicamente en suelo angolano más de 2000 compatriotas. El combate de Cassinga resultó uno de los más terribles en cuanto a pérdidas de vidas cubanas. Hoy, en esta tierra avileña, rendimos respetuoso tributo a los 16 compatriotas caídos, entre ellos 8 hijos de Ciego de Ávila. Rendimos igualmente respetuoso tributo de recordación a las más de 600 víctimas civiles namibias. No es posible mencionar en esta plaza el nombre de 600 víctimas. Dejaremos vibrar en el aire, en nombre de la totalidad de los compatriotas caídos en tierras africanas, en nombre de todas las víctimas namibias y africanas, el nombre de los 16 heroicos compatriotas que en Cassinga ofrendaron la vida aquel fatídico 4 de mayo en el noble empeño de salvar la vida de otros. Inicialmente vibrará en esta plaza el nombre de los 8 hijos de Ciego de Ávila.

  1. Antolín García Morgado.
  2. Eusebio González Hernández. 
  3. Pedro Valdivia Paz.
  4. Ricardo Rey González Figueredo.
  5. Francisco Seguí Rodríguez.
  6. José Roger Méndez Román.
  7. Jorge Alberto Rodríguez Legón.
  8. Roberto Ambrosio Zamora Machado
  9. Alfredo Varea Franco
  10. Basilio Caraballo Domínguez
  11. Raúl Zalgado Espinosa.
  12. Félix A. Cordero Barbeira.
  13. Redento García Iglesias.
  14. Raúl Fernández Acosta.
  15. Jorge. L. Mendoza Tamayo.
  16. Modesto Fernández Pena.

Excelentísimo Señor Embajador de la República de Namibia. Hermanos. Propongo, que todos, de pie, honremos con un minuto de respetuoso silencio a los compatriotas caídos en combate y a los más de 600 civiles namibios vilmente asesinados aquel 4 de mayo de 1978 en la muy lejana Cassinga.

Gloria eterna a los mártires de Cassinga.