Cómo olvidar aquel día, exactamente el 13 de abril del año 2012, cuando tuve el privilegio de visitar por primera ocasión en mi vida el Complejo Agroindustrial Los Reinaldos, comunidad portadora de tradiciones de tipo franco-hatianas y changüiceras, perteneciente al municipio Songo La Maya, en la provincia Santiago de Cuba.

Todo comienza con la conciencia de la necesidad de resurgir una práctica que en algún momento existió, pero que de alguna manera quedó en el olvido.

Mi agradecimiento infinito a la colega y amiga Isabel Rodríguez (Chavela), que me acompañó en un recorrido por toda la provincia con el objetivo de visitar los sitios donde se encontraban las agrupaciones tradicionales, y así poseer una realidad más actualizada como parte de la nueva concepción de trabajo a través de las Directrices Operativas de la Convención de Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Unesco. Además, fue propicio constatar el estado de la expresión para una posible entrega de la Beca de Cultura Popular Tradicional, motivo donde se aprovechan estos procesos de acompañamiento por parte del Consejo Nacional de Casas de Cultura para contribuir a la sustentabilidad económica como vía hacia la salvaguardia, sobre todo en vestuario, calzado e instrumentos musicales, cumplimentando así los necesarios procesos de acompañamiento y estimulación.

Pues en esta comunidad, Los Reinaldos, se encuentra una de las agrupaciones portadoras de tradiciones que más me ha impresionado por su sentido de pertenencia, resistencia cultural y reconocimiento social, comunitario y vecinal por parte de sus propios cultores y demás miembros de la comunidad, la cual se encuentra cumpliendo cuarenta años de existencia. En lo personal no importó lo intricado, lejano e irregular del camino porque lo más importante para nosotros era llegar a donde se encontraba esta joya que atesora el Patrimonio Cultural de la Nación.

Muchos de sus integrantes me contaban de los procesos investigativos que se llevaron a cabo por parte de gestores culturales santiagueros como parte del ejercicio de la confección del Atlas Etnográfico de Cuba: Cultura Popular Tradicional en la décadas del 80 y 90 del siglo pasado; obra trascendental realizada por equipos de trabajo en todos los niveles, caracterizada por su rigor científico y participativo, aún sin ser superada en cuanto a estudios antropológicos, etnodemográficos y hasta cartográficos, donde esta agrupación portadora brindó una extensa, certera y profunda información con un valor incalculable para la cultura cubana.

“La música —tanto religiosa como laica— ha ocupado un importante papel aglutinador en el conjunto de sus relaciones sociales”.

Lo cierto es que todo comienza con la conciencia de la necesidad de resurgir una práctica que en algún momento existió, pero que de alguna manera quedó en el olvido. De ahí la importancia en favor de la identidad cultural, la posibilidad de devolverle a la comunidad una práctica que le pertenece por herencia, donde ya se asentaban haitianos provenientes de aquella oleada de inmigrantes llegados desde el Caribe insular, quienes también transportaron los verdaderos elementos que tipifican su cultura. Por lo que el 5 de mayo de 1983 se cumple el deseado vaticinio, considerando así la fecha de surgimiento de la manifestación tradicional. Antonio Mateo es uno de esos haitianos asentados en la región, defensor a ultranza y gran conocedor de todas las tradiciones del Caribe francófono, el cual tuvo la virtud de trasmitir el arsenal de arraigos y costumbres como parte del patrimonio que también vino consigo desde Haití. En ese afán también lo acompañaron Ovidio Vargas, Rafael Luis, Gustavo Poll y Santiago Fis.

Recordemos que la mayoría de los antillanos que se asentaron en Cuba lo hicieron en condiciones estrictamente asociadas con su actividad económica fundamental. Si los jamaicanos se ubicaban principalmente en los bateyes de los centrales azucareros por su vinculación con el proceso industrial y los servicios de las compañías norteamericanas, los haitianos construían sus viviendas en las colonias cañeras, debido a que el corte de caña era su principal medio de vida.

En ambos lugares los inmigrantes reprodujeron sus tradiciones culturales. Los jamaicanos realizaban sus fiestas, especialmente la del 1 de agosto, con sus bailes de cintas, y jugaban al críquet. Los haitianos continuaron la práctica de sus creencias mágico-religiosas y durante la Semana Santa tenía lugar el “bande-rará” con todo el complejo proceso de preparación y ejecución de esta festividad, que atrae cada año a cientos de personas de los lugares vecinos.

“Los inmigrantes reprodujeron sus tradiciones culturales”.

Los invito a reflexionar sobre el significado de estos procesos migratorios, por lo que nos remitimos al capítulo “Componentes étnicos del Caribe insular” del libro Componentes etnodemográficos de la Nación Cubana, de Jesús Guanche, Editorial Adagio, 1997, página 80:

…sin embargo, los procesos inmigratorios desde el Caribe insular (excepto Bahamas) han sido constantes y crecientes desde el período colonial y han influido en el perfilamiento demográfico y cultural de determinadas regiones de Cuba, por la significación socioeconómica de la mayor de las Antillas y su decisivo lugar desde el punto de vista poblacional y territorial en toda el área.

En este sentido, tras la Revolución Haitiana, y como una de sus consecuencias, se generó una corriente emigratoria hacia Cuba desde el último decenio del siglo XVIII hasta los primeros años del siglo XIX. Junto con los franceses que emigraban, se asentaron unos 30 000 haitianos, desde propietarios hasta esclavos, que ejercieron su mayor influencia en la parte más oriental de la Isla…

…En el censo de 1899 ya el 57,98 % de esta inmigración se asentaba en las provincias de Camagüey y Oriente (entonces Puerto Príncipe y Santiago de Cuba, respectivamente), y la composición por sexo es mucho más equilibrada en relación con el censo referido anteriormente (51,24 % de hombres), aunque sólo constituían el 0,18 % de toda la población de la Isla…

De lo que sí estamos seguros es de que, debido a que el peso demográfico actual de los residentes del Caribe insular no debe rebasar el 0,2 % de la población total de Cuba, se efectúa un lógico proceso de asimilación étnica natural que se acelera paulatinamente a partir del cese de la inmigración y del nacimiento de la primera generación de descendientes mixturados de caribeños (franco y anglohablantes) con cubanas o con las propias antillanas. De igual modo, los aportes culturales realizados por estos inmigrantes durante varios decenios pasan a integrarse cada vez más con las manifestaciones locales de sus respectivas áreas de asentamiento hasta fundirse en nuevas expresiones cubanas. En ellas, la música —tanto religiosa como laica— ha ocupado un importante papel aglutinador en el conjunto de sus relaciones sociales.

Por otro lado, si bien en muchas de las comunidades haitianas ubicadas en el Oriente cubano se generó y conformó un rico universo músico danzario con un repertorio a base de bailes, cantos y toques laicos y mágico religiosos, en el caso de los Haitianos de la Palmita,aunque podías encontrar en sus prácticas bailes como: merengue, masón, congó, entre otros, apostó sobre todo desde sus inicios por el ritmo de resegné, el cual rápida y rotundamente se convirtió en el preferido de todos en la comunidad del central azucarero Almeida. Este baile es considerado dentro de los de salón, con alto grado de ingredientes cargados de sensualidad, así como habilidades y destrezas por sus ejecutantes; al punto de celebrar la reconocida fiesta del resegné, que incluye también tradiciones culinarias, vinos artesanales y sabrosos dulces elaborados, en todos los casos manteniendo la matriz de la tradición haitiana.

“De ahí la importancia en favor de la identidad cultural, la posibilidad de devolverle a la comunidad una práctica que le pertenece por herencia”.

Si me preguntarán en qué consiste el resegné, les diría que se trata de una danza laica de antecedente haitiano, practicada solamente por algunos residentes en las provincias de Holguín, Guantánamo y Santiago de Cuba. Baile de pareja, cuyas posiciones y movimientos están estrechamente relacionados con los pasos que se realizan. En su evolución, la pareja va en busca del contacto pélvico para simular la cópula sexual.

El resegné es una danza laica de antecedente haitiano.

Cuentan algunos de los fundadores y descendientes que todos los años esperan con ansias su festividad en honor al resegné, pues la fiesta del resegné de seguro representa la diversión y la alegría del haitiano, celebrada durante sus días de descanso, un poco para el esparcimiento necesario después de largas e intensas jornadas laborales en el fatigoso corte de caña. Estos jolgorios se realizaban por general los fines de semanas y también los días del cobro. Era común engalanar el lugar, el cual se convertía como en un ranchón peculiar, aglutinado por cuanto haitiano residía en la zona.

Normalmente el vestuario está conformado en los varones por pantalón y camisa con vuelos en las mangas, mientras las mujeres apostaban por blusas de colores o color entero, pero bien anchas y sayas también amplias con el fin de ejecutar un buen y pronunciado zayeo circular durante sus bailes.

En la culinaria se hacía común encontrar el jacques (ajiaco), el tonton (fufú de plátano), un guiso con calalú (quimbombó); mientras esporádicamente solían aparecer vendedores pregonando el turrón de maní endulzado con miel de abeja o simplemente tostado, también el turrón de caña de azúcar. En este ambiente inicia la festividad, donde en ocasiones no falta un reencuentro amoroso, o el diálogo entre amigos y vecinos, mientras en ese clímax de hermandad generado por unos minutos es que se escucha el comienzo músico danzario con el toque de la guataca y los tambores. Aparecen los cantos, muchos de los cuales son interpretados y ejecutados por mujeres. Posteriormente se van organizando en el centro las parejas de baile, percibiendo fácilmente desde los inicios un marcado erotismo, que alcanza su máximo esplendor en el movimiento de caderas por parte de las féminas presentes, sobre todo las más jóvenes, como si fuese un frenesí; mientras, el hombre responde tomando fuertemente las caderas de las mujeres. Es común ingerir la llamada bebida típica haitiana, bautizada con el nombre de “yerbita blanca”, elaborada a base de aguardiente de caña, anís, canela, mejorana, hierbabuena, artemisa, para muchos la causante de los extremos afrodisíacos durante la ejecución de los bailes del resegné.

Desde el punto de vista instrumental se utilizan tres tambores unimembranófonos de parche de cuero de buey, atados por medio de burdas cuerdas de henequén, los cuales son muy parecidos a las populares tumbadoras, manteniendo sobre todo la forma embarrilada, como en otras denominaciones de trilogías de tambores se mantiene la estructura de un tambor mayor, el cual marca el movimiento de los bailadores, el mediano y el menor son como repetidores, por lo general el más pequeño suele ejecutarse con dos palos percutores, mientras el ritmo de los auténticos toques y en función como si fuera un batá es marcado con la samba, hoja de guataca o azada utilizada en las labores agrícolas.

Los cantos son interpretados en creole.

Algo peculiar encontramos en los cantos, pues como era de esperar son interpretados en creole, vehículo de comunicación entre los haitianos que residían o se asentaron en Cuba, encabezados por ingeniosas improvisaciones, en algunos casos por parte de un solista, mientras en otras ocasiones también podían ser dos o más, peculiarmente estribillos a base de quejidos durante la canción, imprimiendo cierta atmósfera lúdica en los presentes, quienes establecían por momentos espacios de interrelación con el solista o cantantes encargados de narrar una historia.

De mi visita a la agrupación Haitianos de la Palmita puedo decir que a pesar de su lejanía o fatalismo geográfico, hay que valorar su incalculable riqueza, que la convierte en una joya del Patrimonio Cultural de la Nación.

Mantener por décadas todo un legado que les pertenece sólo a ellos por herencia, sostenido y cultivado por la voluntad de sus cultores, además por poseer elementos como la existencia de niños y adolescentes, los convierte en un nicho imperecedero por el sentido de continuidad, ya que esos infantes de hoy serán los pilares del mañana, capaces de continuar esta impronta en la cultura cubana.

Las mujeres protagonizando cantos y toques de percusión se instituyen como referente de la inclusión social y cultural, por lo que considero que esta expresión de nuestra cultura popular tradicional amerita mayor visibilidad y acompañamiento por parte de las instituciones culturales y se debe propiciar su visibilidad con la colaboración de los medios de comunicación.

Ostentan el Premio Nacional Memoria Viva (2012), auspiciado por el Instituto Cubano de Investigaciones de la Cultura Cubana Juan Marinello.

Nuestras felicitaciones a todos aquellos cultores y tesoros humanos vivos que han hecho del grupo portador Haitianos de la Palmita un escudo de la identidad cultural en su 40 aniversario.

¡Enhorabuena!

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