Harold Gramatges, cien años de sobrevida
3/10/2018
La vida cultural de la nación no puede prescindir de Harold Gramatges. No hablo de la memoria histórica ni de la música únicamente —instancias en las que, desde luego, su obra ocupa una merecidísima posición jerárquica— sino de la cultura en su radio más abarcador. Porque Harold es, esencialmente, el paradigma de una identidad, de un modo de ser y actuar.
Fue una criatura consecuente y coherente con el tiempo y el espacio en que transcurrió su existencia, y al serlo contribuyó a desbrozar las rutas por las que hoy transitamos.
Jesús Ortega, discípulo primero y luego cómplice de sus piezas para la guitarra, ha recordado cómo, en una de las lecciones que Harold impartía en el Conservatorio Municipal de La Habana, el maestro insistió en el carácter misterioso de la creación musical. “Uno cree —solía decir— dominar las reglas de la música, pero es al revés, ella se adueña de ti y determina sus propios caminos”.
Verdad respetable, pero verdad a medias. Solo a partir de la cultura acumulada, de la plena comprensión de la realidad y de una sensibilidad profundamente enraizada en cuerpo y espíritu puede explicarse —claro está, contando con sobrado talento y depurado oficio— la significación y el alcance de una obra ejemplar como la que él nos legó.
A cien años de su nacimiento, en Santiago de Cuba el 26 de septiembre de 1918, celebramos esa huella. Pero también es deber nuestro calibrar y promover el legado de Harold cotidianamente, sin atarnos a las conmemoraciones aniversarias.
En el homenaje que le consagró el Lyceum Mozartiano, su director, el pianista Ulises Hernández evocó la vocación pedagógica de Harold volcada hacia la creación: “Él dejó —subrayó— una secuela positiva en una serie de compositores como Roberto Valera, Juan Piñera, entre otros. Justo en la década del 40, Harold junto a otros 12 músicos sentaron lo que se conoce como la primera escuela cubana de Composición, donde se asumió la música clásica desde la óptica de los cubanos. Y él ha sido uno de los responsables de que eso suceda. Su legado es de libertad, contemporaneidad y cubanía”.
Habrá que volver la mirada y el oído hacia el catálogo que nos dejó en muy variadas zonas: el piano, la guitarra, la música de cámara, la música coral, la música orquestal, la canción de concierto. Escribió para la danza, el teatro y el cine, en fecundas alianzas con creadores de primerísimo nivel en esas manifestaciones. En la obra fundacional del cine cubano de la Revolución se hizo sentir Harold, con la banda sonora del documental La vivienda, rodado por Julio García Espinosa en 1959 por encargo del Ejército Rebelde, y de uno de los cuentos de Historias de la Revolución.
Los medios masivos de comunicación tienen a su alcance material suficiente para promover la obra de Harold. Discos como los que recogen sus canciones, a cargo de Conchita Franqui y Marita Rodríguez; su pianística, registrada por Roberto Urbay; 19 piezas corales, asumidas por el Exaudi, de María Felicia Pérez, difundidos por los espacios que anima Juanito Piñera en CMBF Radio; y el que el propio Ulises concibió para la serie de homenaje a las figuras del Grupo de Renovación Musical; o el documental La magia de la música, de René Arencibia, oportunamente programado por José Amer en el canal Clave, permiten mantener viva la imagen y el calado del compositor. También el libro testimonial escrito por Heriberto Feraudy.
En su caso es imposible separar la obra del hombre de la defensa de las más nobles causas. Harold expresó siempre un compromiso activo con el destino de la patria. Presidió la sociedad Nuestro Tiempo en los años 50, y en medio de la dictadura fue conducido al temible Buró de Represión de Actividades Comunistas. Sintió hondamente el asesinato de su coterráneo Frank País, a quien años después dedicó una página memorable. Se sumó al proceso de transformaciones revolucionarias desde el mismo 1959 y fungió como embajador de Cuba en Francia en los días tremendos de la invasión a Playa Girón y la Crisis de Octubre. Contribuyó a sentar las bases del sistema de la enseñanza artística y destacó por su labor docente. Dirigió el Departamento de Música de la Casa de las Américas y presidió la Asociación de Músicos de la Uneac. Fue activista del Movimiento Cubano por la Paz y la Soberanía de los Pueblos.
El día de sus honras fúnebres, todos los allí presentes aplaudimos su ejemplo. Una ovación selló su despedida. Hoy confirmamos que Harold nunca se ha ido. Recordémoslo con una ovación en estos cien años de vida.