Herman Puig, otro grande que se nos va
26/1/2021
Mi interés ha sido siempre hacer hincapié en la belleza, jerarquizarla, no asumir el desnudo como vicio o corrupción. Para mí la sexualidad es algo bello y debe ser tratada como tal, nunca como un juego pseudoestético.
Herman Puig
El gran fotógrafo del cuerpo Herman Puig falleció ayer a los 92 años de edad, en Barcelona, España, ciudad donde residía desde hace varias décadas. La noticia es triste y resulta una sensible pérdida para el arte cubano. Su muerte se suma a la de otras destacadas figuras fallecidas recientemente, que contribuyeron de manera sobresaliente a dignificar y potenciar la fotografía insular. Las obras de Enrique de la Uz, Mario Díaz, Iván Cañas, Rogelio López Marín (Gory) y Jorge Valiente, junto a la de Puig, han nutrido el imaginario fotográfico cubano del siglo XX y lo que va del presente.
Fotos: Cortesía del autor
El artista, cuyo nombre original se escribía con g (German), fue uno de los fundadores, junto a Ricardo Vigón (desparecido físicamente muy joven), de la que puede considerarse la primera Cinemateca de Cuba, anterior a la que surgió luego de 1959, al calor de la creación del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos.
En 1957 Puig se estableció inicialmente en París y después pasó a España, donde comenzó a realizar sus primeros trabajos de fotografía del cuerpo con modelos de ambos sexos, aunque con los años prefirió a los modelos masculinos. Eran los años 60 cuando la aparición de las ideas posmodernas trastocó sustancialmente los conceptos del arte. Sobre estos días, la gran escritora mexicana Elena Garro, quien lo conoció apenas Puig pisó París, ofreció un testimonio muy gráfico: “Puig llegó a París sin cargo oficial, prebendas o recomendaciones, cuando ya se perfilaban las migraciones gigantescas de nuestros días. (…) Llegó sin equipaje, iba provisto de una cámara fotográfica y vestía una cazadora de cuadros rojos y negros. Apareció como una centella. (…) En aquellos días llegaban los jóvenes de América en busca de la Fama. German buscaba otra cosa, algo inasible o indecible: era un artista”. Para la culta Garro, la búsqueda de Puig era como un viaje de ida y vuelta al Renacimiento, y la cito de nuevo: “Sus fotografías están más cerca de la escultura que de la fotografía”, con lo que enfatizaba en el carácter realista de las pieles de sus modelos y en la representación clásica de los mismos.
En aquellos años parisinos Puig conoció y se codeó con una parte muy representativa de los intelectuales y escritores, también artistas, que trabajaban en la Ciudad Luz, como Man Ray, Octavio Paz, Torre Nilson, Rosellini, Cocteau, Gil de Biedma y Susan Sontag. Esta última, cuando aún no había alcanzado la celebridad como una de las más importantes ensayistas sobre fotografía del mundo, lo animó a continuar su trabajo de recrear el cuerpo con la cámara. Esta primera parte del periplo europeo de German Puig hizo que se enamorara de la cultura francesa, tan poblada de artistas y pensadores que le concedieron al cuerpo humano el valor de signo que le corresponde en el arte y la filosofía de la modernidad, de modo que se sumergió en sus raíces.
Después Puig pasó a España. Vicente Molina Foix lo recuerda de la siguiente manera: “Conocí a German Puig en un hermoso piso-estudio del Madrid de los Austrias, un día muy caluroso de 1965, y ya entonces este cubano apuesto y elegante de treinta y tantos años era un fotógrafo especializado en desnudos masculinos tan estilizados de luz y pose como rotundamente carnales”. En España comenzaron sus tropiezos con la férrea censura del franquismo y fue acosado y perseguido, con la temible acusación de pornógrafo. Fueron años difíciles para Puig y su obra, pero finalmente se impuso y mantuvo sus búsquedas de la imagen del cuerpo. En el siguiente testimonio se refiere a aquellos años: “En España fui perseguido. Se me puso en caza y captura por el franquismo por unos desnudos inocentes, masculinos y femeninos, que había hecho en mi casa de Madrid”.
La relación de elogios hechos a la obra de Puig es grande, y plasmarla en esta nota consumiría demasiado espacio. Solo reflejaré algunas muestras del reconocimiento general a su trabajo: Miguel Losada consideró que Puig con sus fotografías había instaurado la moda Camp, incluso antes de Susan Sontag; Enmanuel Vincenot alabó los esfuerzos del cubano por que se considerase la fotografía un arte independiente; Francisco Umbral se refirió en uno de sus artículos en El País, de 1980, al aliento hamiltoniano de las fotos de Puig; Juan Cruz reconoció el magistral tratamiento de la luz en las imágenes; Guillermo Cabrera Infante lo llamó “el Cocteau cubano”; Terence Moix consideró que era un artista de gusto sofisticado, y C G Cupic afirmó que ante sus desnudos era irrelevante el adjetivo de masculino.
Durante cuatro décadas la obra de Puig fue desconocida para los públicos y la crítica especializada cubana. Gracias a la observación de un amigo valenciano supe de la existencia del fotógrafo cubano. Andaba yo en mis investigaciones sobre fotografía del cuerpo, mientras armaba un libro sobre el tema, y de pronto tropiezo con las imágenes gestadas por Puig. De inmediato me propuse conocerlo.
Un hecho fortuito ayudó. Casualmente, Puig había leído en Internet un artículo que publiqué en 2004 en la Revista Sexología y Sociedad, lo que facilitó el intercambio epistolar. Primero cruzamos correos electrónicos, y luego conversábamos por teléfono cada vez que visitaba Madrid. Su voz era notablemente juvenil, no la de un octogenario, lo cual le hice saber y le agradó. Era un gran conversador, muy criollo y cotillero, lleno de gracia y ocurrencias. Después publiqué una entrevista que le hice por correo, publicada en la revista Revolución y Cultura[1] y un ensayo en La Gaceta de Cuba.[2] Casi al mismo tiempo, el crítico de cine Juan Antonio García lo había contactado para que le narrara las peripecias que condujeron a la creación de la Cinemateca que, entre Puig y Ricardo Vigón, habían organizado en los años 50 en La Habana. Como resultado de estas indagaciones simultáneas, Puig comenzó a ser divulgado en su país, tardíamente, cierto, pero finalmente en Cuba su obra y su entrega a la cultura y al arte se conocían.
Mantuvimos durante mucho tiempo una comunicación electrónica, y a veces telefónica, hasta que en la primavera de 2013 pude visitar Barcelona y conocerlo personalmente. Este encuentro se convirtió en el centro de ese viaje a la antigua Ciudad Condal. En su apartamento mantenía un cuarto como estudio, pues Puig hizo fotografías del cuerpo hasta el final de sus días. Allí conversamos toda una tarde y nos hicimos algunas fotos, luego me invitó a que participara como opinante de su obra en un documental que le iban a realizar y pude comprobar lo presumido que era aquel anciano a la hora de escoger la bufanda que se pondría para la filmación. En un bello parque de Barcelona se grabaron las imágenes del documental y, sentados en un banco, establecimos una desenfadada conversación que formó parte de la película.
Lo invité a volver a Cuba, de la que solo tenía noticias por los medios y por las escasas vistas que recibía de la isla. Quería organizarle una muestra en alguna galería, y pude armar toda la logística de ese viaje gracias a los buenos oficios y la voluntad de ayuda a la cultura de Eusebio Leal, pero a Puig no le entusiasmaba la idea de viajar en avión, a pesar de sus grandes deseos de pisar de nuevo el suelo natal, y la visita y la muestra no se materializaron. No obstante, en la exposición colectiva[3] que realicé en 2012 sobre fotografía del cuerpo en el Centro Hispanoamericano de Cultura incluí sus imágenes, y en el libro La seducción de la mirada. Fotografías del cuerpo en Cuba (1840-2013), de 2014, un vasto panorama sobre el tema en la historia de las imágenes del lente en el país, al único artista al que le dediqué un capítulo completo fue a él.
Realmente German Puig fue un embellecedor de la imagen del cuerpo humano, un enamorado de las significaciones estéticas del signo cuerpo. Conocido en Europa y en el mundo, fue en su país donde más tardíamente se le reconoció. Su vida fue entregada a ese sublime propósito, y creó un imaginario del cuerpo humano de altísimo nivel. Sirvan estas líneas para rendirle el merecido tributo ante su desaparición física. Corresponde ahora a la cultura cubana organizarle, en algún momento y lugar, el homenaje que se merece, una vez que la normalidad regrese a nuestras vidas.