Honrar es un modo de crecer

Guille Vilar
22/3/2019

Cuando fallece una personalidad de la cultura, los medios de información acuden de inmediato al curriculum vitae de dicha persona para complementar el cuerpo de la triste noticia. Pero quedarnos nada más con la elemental enumeración de los trabajos asumidos por esta personalidad, es como limitarnos a la superficie de todo el universo que ha distinguido al reconocido intelectual. Lamentablemente, este fue el caso del prestigioso investigador Lino Betancourt de quien, en el momento de anunciarse su deceso, se dijo que fue locutor, periodista, musicógrafo y escritor de radio sin ahondar en el legado de su obra.

Para poder vislumbrar la dimensión de Lino, sencillamente hay que tratar de verlo con los ojos del corazón.
Fotos: Pepe Cárdenas

 

Es que, para poder vislumbrar la dimensión de Lino, sencillamente hay que tratar de verlo con los ojos del corazón. Desde su forma de hablar hasta por el modo de andar, Lino encerraba en sí mismo toda una atractiva individualidad que lo convirtió en un personaje inolvidable para quienes tuvimos la dicha de conocerlo. Todo ese enorme caudal de datos archivados en su memoria como testigo presencial de hechos relacionados con la Trova, llamaba poderosamente la atención por el sugerente cariño con que nos lo hacía llegar. Había que oírlo en sus descargas acerca de los intérpretes de la Trova de siempre, con qué ternura se refería a los textos de sus canciones de amor, o con qué pasión exaltaba la personalidad de cada uno de estos músicos. Es cierto. Lino era considerado como el Archivo de la Trova, pero al mismo tiempo, la Trova era él.

 

Recreó un personal lenguaje que, al conseguir definirnos la dimensión espacial de cada hecho concreto de su narración, nos entregaba una posibilidad inigualable de visualizar la leyenda de esta Trova Mayor, enmarcada en tiempo y espacio.

No era casualidad que Lino se expresara del mismo modo que los compositores de aquellas canciones venidas de tiempos lejanos, porque él, definitivamente, contribuyó a que estas se quedaran por siempre en nuestro enriquecedor patrimonio.

Con cuanta elegancia y pundonor se refería Lino a la belleza de las mujeres cubanas, del mismo modo que nos contagiaba con su hidalguía al vibrar por la intensa expresividad que desprenden las canciones de corte patriótico. Semejante poder de seducción en el momento de proyectar la savia de sus saberes, conformó su vocación de hacer patria. Era tal la identificación con los músicos de su generación, que nos ha hecho sentir comprometidos con la ética y la estética de aquellos trovadores, hasta el punto de que, por el honor resguardado en dicha colectividad artística, estamos dispuestos hasta a ofrendar nuestras vidas por defender ese legado sagrado, que hombres como Lino supieron conservar con plena vigencia en nuestros corazones. Nombres como los de Sindo Garay, Manuel Corona y Alberto Villalón, entre tantos otros, amaban a Cuba por sobre todas las cosas. Ellos también son nuestros héroes, y como tales hay que rendirles culto de admiración y de respeto, como predicó Lino con el ejemplo de su vasta obra.

Semejante poder de seducción en el momento de proyectar la savia de sus saberes,
conformó su vocación de hacer patria.

 

Gracias al impacto del quehacer de Lino en los jóvenes trovadores es que tenemos entre nosotros a queridos músicos como Pepe Ordaz y Eduardo Sosa, quienes han tenido el privilegio de haber bebido directamente de la misma fuente del amor por la Trova que obsesionaba a Lino.

Incluso, la amplitud conceptual de este inolvidable criollo excepcional, nos ha hecho comprender, con claridad meridiana, las razones que llevaron a alguien tan auténticamente irreverente y experimental como Santiago Feliú a grabar el disco Senderos con sus respetuosas versiones de clásicos de la Trova.

Y quiero concluir nuestra oratoria en homenaje al entrañable Lino comentando que, como ustedes saben, para los creyentes cada vez que alguien fallece, se le debe dedicar una misa para que su alma se eleve. Por supuesto que aquí no estamos en una misa ni mucho menos, pero presiento que, por tantas buenas vibraciones procedentes de nuestros hermosos pensamientos hacia él, lo imagino muy elevado espiritualmente en lo alto del cielo, orgulloso del cariño que hemos puesto de manifiesto tanto por él como por la Trova que tanto amó. Sin embargo, al mismo tiempo lo sentimos muy cerca, porque se ha quedado en las honduras del alma de cada uno de nosotros para siempre. Creo que hemos demostrado que nos quedaríamos sumamente cortos si nada más hubiéramos afirmado que Lino Betancourt era un locutor y un musicógrafo. Significa mucho más.