Huella y memoria de José Antonio Rodríguez
23/9/2016
Su muerte nos cogió desprevenidos, sobre todo por la triste circunstancia de que ya hacía bastante tiempo que sus condiciones de salud no le permitían seguir ejerciendo el oficio que lo había consagrado en todos los escenarios y no le veíamos con regularidad. Ese hecho nos hace repensar en la necesidad de poner en práctica mayores acciones individuales y sociales frente a la enfermedad y el deterioro de los otros, a la vez que en la urgencia de propiciar la sistematización del pensamiento y las reflexiones de muchos de nuestros maestros, pues cuánta experiencia de vida y de trabajo se llevó con él José Antonio sin dejar, lamentablemente, nada escrito hecho público, más allá de algunas entrevistas.
Fotos: Centro Cultural Vicente Revuelta
Transitó de la radio a los escenarios teatrales, del cine a la televisión, en un amplio espectro de géneros, con roles protagónicos, de reparto y actuaciones especiales en filmes cubanos, dirigido por una pléyade de realizadores en los que siempre dejó su marca.
Transitó de la radio a los escenarios teatrales, del cine a la televisión, en un amplio espectro de géneros, con roles protagónicos, de reparto y actuaciones especiales en filmes cubanos, dirigido por una pléyade de realizadores en los que siempre dejó su marca. La gran documentalística cubana puso la palabra en su voz, presente en innumerables materiales y llena de matices para trasmitir sentido como elemento fundamental de la comunicación.
A propósito de su manejo vocal, como ferviente grotowskiano de estudios rigurosos —y stanislavskiano y brechtiano—, manejó como pocos los resonadores, para darles un empleo orgánico y saber colocar la voz justo en la dimensión requerida ante cada reto. Hacía gala de esas dotes y sabía explicarlas con esmerada pedagogía.
Para muchos de sus contemporáneos —entre ellos numerosos actores cubanos— fue el más grande actor de su tiempo. La versatilidad y capacidad de adecuación a cualquier medio artístico, con la misma profesionalidad y rigor, es una razón que argumenta con contundencia lo anterior, tanto como el hecho de que compartiera escenarios y situaciones dramáticas con otros grandes de la escena nacional como Vicente Revuelta, Berta Martínez, Herminia Sánchez, Verónica Lynn, Mario Balmaseda y Omar Valdés. A su lado crecieron también Aramís Delgado, Mónica Guffanti y Micheline Calvert, y alguien como Broselianda Hernández ha reconocido el magisterio que ejerció sobre ella desde la dirección del Teatro Buscón.
Para muchos de sus contemporáneos —entre ellos numerosos actores cubanos— fue el más grande actor de su tiempo.
En la escena teatral transitó por todos los géneros y estilos: Fue Macbeth, Galileo y Peer Gynt, encarnó los personajes atormentados del realismo psicológico estadounidense en obras de Miller y Albee, la escena chejoviana y el teatro europeo contemporáneo, contribuyó al rescate de dramas y comedias del siglo XIX cubano y dio vida a seres comunes de la dramaturgia de su tiempo.
Fue tan intensa su entrega, que el Festival de Teatro de La Habana 1984, un evento que reunía lo mejor entre lo estrenado en dos años, lo tuvo como el artista más activo, cuando en diez días se trasmutó en cinco personajes, entre protagónicos y de reparto, de igual número de puestas en escena: Macbeth, dirigido por Berta Martínez; la función homenaje de Contigo pan y cebolla, bajo la dirección de su autor Héctor Quintero, ambas con Teatro Estudio; Los asombrosos Benedetti, con el Teatro Buscón; el espectáculo inaugural, y Humboldt y Bolívar, coproducción del Teatro Político Bertolt Brecht con Alemania, bajo la guía de Mario Balmaseda y Hanns Anselm Perten. Gracias a su participación en este último recibió uno de los premios de actuación de la cita, al interpretar el personaje de Napoleón.
Aunque seguí su trayectoria profesional como espectadora especializada y analicé más de una vez su desempeño, nunca estuve muy cerca de él, pero me bastó percibir hace mucho tiempo el imán que ejercía sobre numerosos colegas de diversas generaciones y el cariño que le profesaban, para darme cuenta de que, además, poseía un singular don para la gente y una nobleza intrínseca. Esa capacidad de aglutinar en torno de sí a los otros, pudo hacer realidad el empeño de fundar Teatro El Buscón en 1985, como uno de los pioneros en expresar la necesidad de una nueva política estructural para la escena, y creador de un discurso sintético donde el trabajo del actor era el centro. Allí dirigió y recreó a Shakespeare y a Benedetti con fino gusto.
Desde su etapa de Teatro Estudio incursionó en la dramaturgia con Los inventos de un escaparate, en la que afloró su vertiente humorística; y con Saco de fantasmas recorrió en un unipersonal distintas facetas de su trayectoria y convocó, además, a la poesía de Aquiles Nazoa, Charles Chaplin, Mario Benedetti, Nicolás Guillén y Bertolt Brecht, como soporte textual para su inigualable modo de decir.
Revelaba sin ambages esa insospechada —y modesta— cualidad de muchos artistas de las tablas que son incapaces de superar la timidez y el miedo cada noche de función.
Cuidadoso de la técnica y ejercitador consciente del instrumental adquirido, recuerdo una vieja entrevista en la que compartió una curiosa reflexión a partir de su propia experiencia, al defender que, para un actor, el momento de mayor relajación era cuando estaba muy cansado, luego de mucho trabajo, extenuado física y mentalmente, porque toda su energía la destinaba a ejecutar su papel, a salvar su personaje libre de inhibiciones, sin que le quedara ni un ápice para preocuparse por el temor a hacerlo mal o a intimidarse por el público, y entonces la tarea solía salir mejor. Revelaba sin ambages esa insospechada —y modesta— cualidad de muchos artistas de las tablas que son incapaces de superar la timidez y el miedo cada noche de función.
José Antonio se queda en la memoria de quienes lo conocimos, como él mismo, tanto como transfigurado y multiplicado en otros seres ficticios a los que les legó su energía. Y cuando se haga el recuento de la actuación en Cuba, habrá que buscar su saga entre casetes y rollos de película, entre viejas fotos y recortes, porque será leyenda.