Ideas en el centro del debate

Elier Ramírez Cañedo
15/8/2017

Estos días han sido muy intensos en las redes sociales. Una entrevista al reconocido intelectual cubano Enrique Ubieta, aparecida en Granma, donde sostiene que el llamado “centrismo” no es más que un disfraz de los que hoy pretenden restaurar el capitalismo en Cuba por la puerta de la cocina [1], desató la ya conocida maquinaria de fango contra su persona. Junto a los improperios y la manipulación, han salido a la palestra pública, contaminando en muchos casos la posibilidad de un debate serio y respetuoso, los oportunistas, resentidos y hasta “conversos”; esos que antes fueron defensores a ultranza del dogma y ahora se presentan como abogados de la mayor pluralidad de ideas posibles.

Muchos de los que para arroparse atacaron con vehemencia el uso de cualquier etiqueta, respondieron con todo un rosario de ellas: “censores ideológicos”, “extremistas”, “oficialistas”, “estalinistas”, “dogmáticos”, entre muchas otras. Hasta se llegó a hablar de una campaña, de una cacería de brujas, del regreso del “Quinquenio Gris” y otras elucubraciones, todo lo cual elude lo esencial del debate y muchas veces hace gala del viejo recurso de la victimización.

No me cuestiono que compañeros honrados y revolucionarios estén siempre alertas para criticar y enfrentar cualquier manifestación que pretenda renovar algunas de aquellas prácticas lastimosas del pasado que por suerte extirpamos de nuestra política cultural; estamos juntos en esa batalla, pero pensar que porque se discrepe sobre determinados asertos, juicios e ideas sobre la base del argumento —no puede haber otro camino— estamos de nuevo en aquellos años grises me parece una exageración o un recurso que precisamente busca lo mismo que se condena: cercenar el pensamiento diverso. Soy un firme defensor del debate de ideas y las polémicas entre revolucionarios, pero no es menos cierto que el escenario y los participantes definen en gran medida el balance positivo o no, de esos debates y polémicas. Cuando ese ambiente se enrarece con ofensas y ataques personales, es preferible no continuar.

En un texto anterior que fue publicado en Granma, “La tercera vía o centrismo político en Cuba”, hice el siguiente comentario: “Cuando se pondera la moderación frente al radicalismo revolucionario cubano —que es ir a la raíz, para nada asociado al extremismo que es otra cosa—, me es inevitable no encontrar determinadas analogías entre ese “centrismo” que hoy se intenta articular en Cuba, con el autonomismo decimonónico” [2]. Al parecer, esta reflexión no fue bien comprendida por algunos o sencillamente ha caído en terreno de la manipulación. Es cierto que la historia no se repite miméticamente —aunque en ocasiones lo haga como tragedia y otra como farsa, para decirlo con Marx—, pero muchos de sus procesos y tendencias políticas han tenido una evolución hasta nuestros días. Ignorar eso es sencillamente una barbaridad. El anexionismo de hoy por supuesto que no es el mismo del siglo XIX, ¿pero acaso podemos decir que no lo hay en nuestra realidad nacional? Muchos de los autonomistas del siglo XIX terminaron reciclándose en el anexionismo al producirse la intervención estadounidense en 1898 y siendo funcionales a la dominación neocolonial instaurada a inicios del siglo XX. No fue casual que el primer gabinete de Estrada Palma fuera copado prácticamente por antiguos autonomistas. Nuestra cultura patriótica, independentista, nacional-revolucionaria y antiimperialista, tampoco es exactamente igual a la del siglo XIX o del XX; se trata de un fenómeno vivo en evolución, pero cuyas claves solo se entienden al profundizar en su evolución histórica.

Cuando señalo que veo analogías entre el autonomismo del siglo XIX cubano, con cierta derecha que hoy asume la máscara de centro —de proyecciones socialdemócratas—, es porque ambas corrientes se adhieren  a ese nacionalismo de derecha que tiene una larga  acumulación cultural en la historia de Cuba, como advirtiera Fernando Martínez Heredia en entrevista que le realizara la periodista Rosa Miriam Elizalde [3].

Asimismo, lo de “centrismo” o “tercera vía” no es una invención nuestra; llama la atención que personas ilustradas se lo pregunten, cuando está ampliamente documentado por la historia, que ha sido un instrumento eficaz hasta nuestros días utilizado en distintas variantes por los sectores dominantes del sistema capitalista, para mantener o recomponer su hegemonía sobre la base de mejores consensos, para evitar el triunfo de revoluciones, disminuir la influencia de las ideas comunistas, o para —como es el caso de Cuba en la actualidad— restituir el capitalismo.  No es un fenómeno insignificante como algunos pretenden hacer ver, utilizando como engañifa para esquivar el debate, que hay otros temas más urgentes o señalando que deberíamos concentrarnos en resolver los problemas de la vida cotidiana del pueblo cubano antes de estar buscando “fantasmas”. Interesante propuesta, cuando buena parte de los que asumen esa posición —al menos que yo conozca— solo se dedican precisamente a reproducir sus ideas de laboratorio, a reproducir ideología y no precisamente la que hemos defendido los cubanos en estos años de Revolución. ¿Qué se pretende, que abandonemos el campo de la lucha ideológica, tan imprescindible para nuestro proyecto, como el de la batalla económica? Estoy consciente que la mejor manera de hacer ideología es cuando esta se materializa en la práctica, pero jamás se puede menospreciar el terreno de las subjetividades. Si los revolucionarios cubanos hubiéramos esperado a tener todos los problemas de nuestra vida cotidiana resueltos para hacer ideología, ni siquiera este debate estuviera teniendo lugar, pues no existiría la Revolución. Nuestra visión tiene que ser siempre totalizadora, al tiempo que nos recuperamos económicamente —cuestión de vida o muerte para nosotros—, debemos ir generando una cultura —en su sentido antropológico— diferente y superior a la del capitalismo.


Fidel Castro junto a Silvio Rodríguez y Vicente Feliu. Foto: Cubadebate

De varios textos leídos en estos días surge una inevitable interrogante: ¿se puede ser anticolonialista y antiimperialista, bases sólidas de nuestro movimiento revolucionario sobre las cuales se ha tejido la unidad, y al propio tiempo simpatizar, promover o divulgar las ideas y símbolos del capitalismo, ya sea en su variante socialdemócrata o neoliberal? Imposible.

La hegemonía cultural socialista y liberadora que defendemos, es a contracorriente de la hegemonía dominante del capitalismo. Esa es la verdadera pelea de león a mono. Es cierto que nuestra limitada dominación debe estar siempre en función de la emancipación, ¿pero cómo entender que alguien se considere hereje frente a todas las dominaciones posibles, cuando consciente o ingenuamente le hace el juego a las plataformas que se están utilizando hoy en Cuba para introducirnos las ideas capitalistas por vías mucho más artificiosas?
Cada cual es libre de profesar y sentirse heredero de determinadas ideas, pero es muy difícil imaginarse un martiano, si asumimos el proyecto martiano en su totalidad, y aspirar al mismo tiempo a que Cuba abrace en pleno siglo XXI la socialdemocracia. No se puede olvidar que José Martí encarnó lo más radical y auténtico del nacionalismo revolucionario del siglo XIX, opuesto totalmente a las opciones autonomistas y anexionistas. Hablar de nacionalismo a secas solo contribuye a la ambigüedad. Resulta también un sinsentido, en el mejor de los casos, aspirar a una Cuba socialdemócrata al estilo de los países escandinavos y al propio tiempo defender la soberanía de Cuba. Esto es obviar olímpicamente la historia de Cuba y de América Latina en sus relaciones con los Estados Unidos, así como el orden vigente del sistema capitalista, donde los centros impiden a toda costa que los países subordinados rompan su condición periférica, si no miremos el caso de Brasil y Argentina. En el caso de Cuba, Estados Unidos jamás permitió la existencia de una burguesía nacional durante casi 60 años de república neocolonial burguesa. Pero no solo es una cuestión de permisibilidad, sino que el sistema capitalista para funcionar como tal se internacionaliza, establece sus reglas. Dentro de esas reglas, a Cuba no le correspondería otro destino que el de la subordinación a poderes foráneos, aunque ya no existiera bloqueo ni base naval estadounidense en Guantánamo. Cuba no sería otra Suecia, ni Dinamarca —como de forma idílica expresan algunos autores, desconociendo incluso los males que hoy también aquejan a esos países—; sus modelos de comparación estarían en El Salvador, Honduras o República Dominicana, si es que aspirara a algún lugar dentro del sistema mundo del capitalismo. Solo el socialismo, como se ha demostrado en estos ya casi 60 años de Revolución, constituye garantía de nuestra independencia y soberanía.

Un libro que saldrá próximamente por la Editorial Ocean Sur, del destacado periodista y diplomático Pedro Prada, quien vivió personalmente el derrumbe del socialismo en la URSS, aporta una reflexión muy importante para este debate:
Una de las lecturas más complejas, contrarrevolucionarias y subversivas de la historia que esas generaciones —se refiere a la generación de Gorbachov— hicieron fue que la socialdemocracia europea y latinoamericana eran portadoras de la simiente de “un socialismo con rostro humano” —en el entendido de que el propio no lo tenía—, capaz de deslumbrar por proveer, per se, mercados arrebatados de productos de alta calidad y competitividad que no podían adquirirse en el cerrado mercado soviético.
(…)
Así, cuando Gorbachov llega al poder, quiere cambiar las cosas, pero se compara con los modelos capitalistas de bienestar escandinavos, clama por más humanidad y sensibilidad pero se pierde en los combates de Afganistán, en la compra de costosos trajes Armani y perfumes franceses y en opulentas cenas con Margaret Thatcher y Ronald Reagan, mientras el país languidece. Quiere despertar al periodismo para que sea portavoz de los necesarios cambios y convierte la profesión en un grosero ejercicio de striptease. Saca al genio de su lámpara, destapa la caja de Pandora y no alcanza a reunir valor, talento ni intención de pararlo porque al final, lo va a confesar: “Había que cambiarlo todo”… ¿Todo?” (…)

Por eso hay quien se afila los dientes y hace planes para sembrar las semillas del mal entre nuestro pueblo, hacerlas germinar en las elecciones generales de 2018, y que empiecen a dar flores y frutos venenosos en la Asamblea Nacional y en los comicios de 2023 o más tarde, sin apuro, como cáncer.

(…) El reformismo es ahora la realpolitik. Lo revolucionario es contrarrevolucionario. Las derechas, incluidas las ultras, son ahora el centro, que es —¡nos dicen!— lo correcto, porque es sinónimo del equilibrio. Las izquierdas, nos explican, son extremistas.

También entiendo que colegas y amigos se preocupen por la división que estos debates puedan generar, pero ello no puede constituir nunca una barrera infranqueable para la discusión y polémica entre revolucionarios. Por supuesto, está claro que este tema es sensible, pues se trata de militancias y de alertas que algunos interpretan como paranoia, o pretexto para exclusiones. Pero siempre es necesario que nos preguntemos de qué unidad se está hablando, pues ahora está de moda también cierto relativismo extremo que utiliza como argumento la idea “Con todos y para el bien de todos”, del discurso de 1891 pronunciado por Martí en Tampa, en plena campaña revolucionaria, restándole su verdadero significado. Está claro que para Martí quedaban excluidos de ese “todos”, los autonomistas y anexionistas, los incorregiblemente contrarrevolucionarios, para usar la frase de Fidel en sus históricas Palabras a los intelectuales del 30 de junio de 1961. Pero siguiendo las enseñanzas de Martí y Fidel, debemos tratar de sumar a todos los que sea posible, a los que tengan dudas o anden confundidos. En palabras del Apóstol: “El templo está abierto, y la alfombra está al entrar, para que dejen en ella las sandalias los que anduvieron por el fango, o se equivocaron de camino” [4]. El tiempo se ocupará en definitiva de sacar a flote la verdad y colocar a cada quien en su verdadero lugar.

La unidad hay que construirla sobre bases antidogmáticas, pero sólidas en cuanto a los principios y esencias políticas que se defienden, sin desconocer las circunstancias históricas. El 14 de diciembre de 1957, al denunciar el Pacto de Miami, Fidel escribió: “Pero lo importante para la revolución, no es la unidad en sí, sino las bases de dicha unidad, la forma en que se viabilice y las intenciones patrióticas que la animen” [5].

Mucho más podría decirse al calor del debate que se ha generado, pero creo que por ahora es suficiente.

Notas:

1. “Es posible unir lo mejor del capitalismo y el socialismo”, Granma, 7 de julio de 2017.
2. Elier Ramírez Cañedo, “La tercera vía o centrismo político en Cuba. Una aproximación desde la historia”, Granma, 6 de junio de 2017
3. “Obama, no pierda la oportunidad de hacer algo histórico”, en: Cubadebate, 17 de marzo de 2016, http://www.cubadebate.cu/noticias/2016/03/17/obama-no-pierda-la-oportunidad-de-hacer-algo-historico-podcast-video-y-fotos/#.WW-JzbbB-sx
4. José Martí: “El lenguaje reciente de ciertos autonomistas”, en: Obras completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, t.3, p.266.
5. Fidel Castro, A los firmantes del Pacto de Miami, en: http://www.fidelcastro.cu/es/correspondencia/los-firmantes-del-pacto-de-miami

Tomado de: Un texto absolutamente vigente. A 55 años de Palabras a los Intelectuales. Ediciones Unión, 2016.