Hace un buen rato que le vengo dando vueltas a las primeras líneas de este análisis; y ya por fin, casi de madrugada, es que encuentro el párrafo apropiado: “De la tiranía de España supo salvarse la América española, y ahora, después de ver con ojos judiciales los antecedentes, causas y factores del convite, urge decir, porque es la verdad, que ha llegado para la América española la hora de declarar su segunda independencia”.

Lo anterior fue expresado por José Martí en noviembre de 1889. Tenía lugar entonces la Primera Conferencia Panamericana (Washington, Estados Unidos), también llamada Conferencia Internacional Americana. Pero aquel mensaje previsor del insigne cubano, ante la realidad que él estaba observando, algo así como una señal de alerta máxima, mantuvo su vigencia durante todo el siglo XX.        

Ahora bien, ¿de quién o quiénes debemos salvarnos en el 2025 para finalmente lograr esa anhelada segunda independencia? Hay que pensar con calma la respuesta, pues todos sabemos que en este siglo XXI existen varios factores-lobos que nos acechan desde que amanece.  

“…ha llegado para la América española la hora de declarar su segunda independencia”. Obra: Servando Cabrera Moreno

He aquí el concepto de cultura: “conjunto de rasgos distintivos, espirituales, materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o grupo social en un período determinado”. El término como tal engloba modos de vida, invenciones, tecnología, sistemas de valores, derechos fundamentales del ser humano, tradiciones y creencias. A través de la cultura, el hombre se expresa, toma conciencia de sí mismo, cuestiona sus realizaciones, busca nuevos significados y crea obras que le trascienden.       

A partir de lo anterior, veamos ahora el concepto de sociedad: “conjunto de individuos que comparten una cultura y que se relacionan interactuando entre sí, cooperativamente, para formar un grupo o comunidad”. Se explica un poco más cuando mencionamos entidades poblacionales o relación entre los sujetos (habitantes) y el entorno. La sociedad es una cadena de conocimientos entre varios ámbitos: cultural, económico, histórico, político, ideológico, deportivo, de entretenimiento… Todo ello como parte de una interacción donde también se hace necesario mencionar comportamiento, territorio, idioma, creencias o culturas creadas por el hombre.

Lo anterior, de forma práctica, se visualiza en lo siguiente: costumbres, tradiciones, mitos, leyendas, ceremonias, historia, alimentación, vestimenta, rasgos físicos, posición social de la mujer, estructura de la civilización, organización social: política o de gobierno, económica y religiosa, además de medios de transporte, diversidad de pueblos, lenguas autóctonas, juegos, medicinas, arquitectura, sistema de enseñanza, idioma oficial, literatura, música, teatro, danza, pintura, escultura y cerámica.

“Ahora bien, ¿de quién o quiénes debemos salvarnos en el 2025 para finalmente lograr esa anhelada segunda independencia?”

Como puede apreciarse, ambos conceptos se entrelazan de tal manera que a veces resulta difícil establecer una división exacta. Tal parece que estamos hablando de lo mismo. La cultura es parte integral de la sociedad y la sociedad se manifiesta a través de su cultura. Entonces aparece un tercer concepto que, de igual manera, se muestra intrínseco: la identidad, vista por los filósofos como una definición lógica que designa el carácter de todo aquello que permanece único e idéntico a sí mismo, pese a que tenga diferentes apariencias o pueda ser percibido de distinta forma.  

Según esos filósofos, la identidad se contrapone a la variedad y admite rasgos de permanencia e invariabilidad. ¿Falso o verdadero? El tema tiene mucha tela por donde cortar. Sin embargo, debemos encontrarle una explicación inmediata que nos permita romper los esquemas tradicionales de la teoría y acercarnos de mejor manera a nuestro entorno. ¿Qué pienso yo? Pues que la identidad, sea cual sea, siempre estará sujeta a cambios, movimientos, variaciones y elecciones. Nunca podrá verse desde posiciones rígidas o absolutas que busquen desesperadamente la presencia de lo singular. No, eso sería un error, dado que nada en este mundo tiene un carácter idéntico.  

La identidad, desde mi punto de vista, es sinónimo de pluralidad y tiene, como punto de partida, una interpretación individual. Es decir, ¿qué pluralidades conforman mi individualidad o aquello que me singulariza?   

América Latina es un sólido ejemplo de lo que estoy diciendo: la unidad de lo plural en lo latinoamericano, síntesis de culturas autóctonas, europeas y africanas. Veamos este otro apotegma de Martí (abril de 1877): “Toda obra nuestra, de Nuestra América robusta, tendrá, pues, inevitablemente, el sello de la civilización conquistadora; pero la mejorará, adelantará y asombrará con la energía y creador empuje de un pueblo distinto, superior en nobles ambiciones, y si herido, no muerto. ¡Ya revive!”.

Nada más claro: el carácter singular y auténtico a partir precisamente de las pluralidades, donde tampoco se puede pasar por alto el tema de la emigración. ¿Pare o ceda el paso con luz roja? ¡Pare! Siempre se habla de las emigraciones de América Latina hacia los Estados Unidos y Europa.

Pero, ¿por qué no se habla también de las emigraciones de los Estados Unidos y Europa hacia América Latina? Son incontables los ejemplos que podrían citarse; dado que, en la práctica, a nuestra zona geográfica están llegando emigrantes desde el mismo 1492: españoles, portugueses, alemanes, ingleses, italianos, franceses, belgas, holandeses, griegos, irlandeses y así hasta mencionar a las otras dos grandes oleadas: africanos y chinos. ¿Es o no es verdad? Entonces lo plural, alrededor de lo singular, se hizo cada vez mayor con el paso de los años.  

¿En qué medida los conquistadores y colonizadores valoraron la riqueza cultural de América Latina?

Los inmigrantes que llegaron a Nuestra América entre los años 1850 y 1940 se cuentan por millones. Véanse las cifras oficiales que, por ejemplo, tienen Argentina y Brasil; sin dejar de mencionar que muchas veces esos éxodos, en determinados sitios del continente, superaban a la población nativa existente. Se producía entonces una mixtura que tenía como resultado final un impresionante mestizaje multicultural y multiétnico, cuya expresión llega con luces hasta nuestros días.

Lo anterior puede palparse en cualquier esfera de la vida. Si esos millones de inmigrantes asimilaban-adoptaban (como suyos) rasgos culturales de la cultura oriunda, de igual manera esa cultura oriunda, como parte de una evolución histórica, asimilaba-adoptaba (como suyos) rasgos culturales de la cultura foránea. Todo ello desarrollándose en torno a los conceptos cultura, sociedad e identidad. ¿Qué intento decir? Más o menos lo que ya dije hace un momento: la identidad es un concepto que se mueve, que se enriquece, que nace y luego crece desde lo plural, siempre desde lo plural.  

Hablé de Argentina y me pasó por la mente Ástor Piazzola (1921-1992), un ejemplo mayor de síntesis cultural diversa. En su momento, digamos que en la década del 50 del siglo XX, algunos músicos y musicólogos lo consideraron “un enemigo del tango”. ¿Enemigo? Dejemos que sea el propio Ástor Piazzola quien aclare el citado criterio:

Sí, es cierto, soy enemigo del tango; pero del tango como ellos lo entienden. Ellos siguen creyendo en el compadrito, yo no. Creen en el farolito, yo no. Si todo ha cambiado, también debe cambiar la música de Buenos Aires. Somos muchos los que queremos cambiar el tango, pero estos señores que me atacan no lo entienden ni lo van a entender jamás. Yo voy a seguir adelante, a pesar de ellos.  

Ástor Piazzola se refiere al cambio, al mismo cambio que lo hacía componer una música híbrida, según los más entendidos, una música con exabruptos de armonía disonante. Ástor Piazzola, hasta en el apellido, es un modelo de síntesis cultural diversa; alguien que, sosteniendo entre sus manos un bandoneón de origen alemán, logró transformar el tango argentino.  

“…la identidad es un concepto que se mueve, que se enriquece, que nace y luego crece desde lo plural, siempre desde lo plural”.   

Con la intención de desarrollar un poco la idea que vengo desarrollando, hice un giro temporal hacia el siglo XX. Vuelvo a ubicarme en el epicentro de este análisis con una pregunta: ¿había o no había cultura, sociedad e identidad antes de 1492? Por supuesto que sí. Claro, es de sobra conocido que fueron ignoradas, pisoteadas y enterradas después por dos palabras que otros importantes estudiosos del tema han considerado esenciales: civilización y barbarie.  

Se trató de un verdadero exterminio, algo que se extendió a toda la cultura autóctona. ¿Creador del mundo a partir del maíz?, ¿madre del firmamento?, ¿serpiente de plumas preciosas? Esas deidades eran veneradas en las civilizaciones Maya, Inca y Azteca. ¿Qué ocurrió con ellas? Las hicieron desaparecer, esa es la verdad; una acción que es igualmente comprobable si nos detenemos en las representaciones teatrales precolombinas. Para evitar malos entendidos, las llamo representaciones teatrales y no teatro.

El tema como tal es algo casi olvidado y, por ende, desconocido en toda la extensión de la palabra. De ahí la importancia de abordarlo con rigor y, como parte del análisis, hacerse todo tipo de cuestionamiento histórico; comenzando, claro está, por la siguiente interrogante: ¿en qué medida los conquistadores y colonizadores valoraron la riqueza cultural de América Latina? Según mi punto de vista, no la valoraron en ninguna medida, todo lo contrario, primero la obviaron y luego la aniquilaron a punta de lanza. Al mismo tiempo que colonizaban nuestros pueblos, colonizaban también nuestra cultura.

“… ¿había o no había cultura, sociedad e identidad antes de 1492? Por supuesto que sí”.

¿Alguien puede pensar que con ese afán de aniquilación podían detenerse a estudiar y conservar expresiones culturales autóctonas?, ¿podían detenerse a estudiar y conservar nuestras representaciones teatrales? Ni pensarlo. En América Latina se hizo realidad el concepto de exterminio que aportó el uruguayo Eduardo Galeano (1940-2015):

… Arrancar de raíz hasta la última plantita todavía viva, regar la tierra con sal… matar la memoria de la hierba. Para colonizar las conciencias, suprimirlas; para suprimirlas, vaciarlas de pasado. Aniquilar todo testimonio de que en la comarca hubo algo más que silencio…

Si estamos hablando de cultura, sociedad e identidad, si estamos hablando de civilizaciones, ¿cómo no pensar entonces que el arte dramático fue en nuestra América un importante instrumento de socialización y comunicación entre los hombres? Pero la realidad se presenta sin afeites: no hay registros, no hay referencias, no hay crónicas, no hay una memoria histórico-cultural que nos permita acudir a ejemplos específicos. ¿Por qué? Porque los conquistadores y colonizadores se encargaron de arrancar de raíz hasta la última plantita todavía viva, se encargaron de, para colonizar las conciencias, suprimirlas; y para suprimirlas, vaciarlas de pasado.  

El objetivo esencial de los conquistadores y colonizadores era imponer su cultura, solo imponer su cultura, desprecio o largo silencio que igual se hace presente en la danza, la música, las artes plásticas y la literatura. Pero este largo silencio, que es una variante refinada del exterminio anteriormente mencionado, caló muy hondo en la conciencia de las generaciones que vinieron más tarde. Por eso hoy, aún hoy, resulta difícil encontrar textos que le otorguen, sin titubeos, la clasificación de representaciones teatrales a las ceremonias rituales precolombinas.  

Aquellas ceremonias estaban marcadas por lo siguiente: personajes, historia, trama, música, danza, vestuario, maquillaje, máscara y público. Ante esa verdad incuestionable, ¿por qué no decimos nunca, o casi nunca, que se trataba de representaciones teatrales?, ¿por qué siempre hacemos referencia a lo ritual, religioso o ceremonial? Por algo muy simple: de forma inconsciente nos hacemos eco de los puntos de vista que nos han dicho siempre. Sin darnos cuenta, llevamos a la práctica o actuamos de la misma manera que actuaron en su tiempo los conquistadores y colonizadores. Es decir, nosotros mismos, en pleno siglo XXI, subvaloramos nuestras raíces autóctonas. Y ahora hago otra pregunta: ¿acaso el teatro latinoamericano no tiene los mismos orígenes que el teatro griego? Ah, pero a los orígenes del teatro griego sí le damos la categoría de representación teatral, de contemplación y de espectáculo.

Hace un momento mencioné a la civilización Maya. En esta civilización, como también ocurría en la Azteca, existía una predilección por las fiestas, los ritos y las ceremonias. Motivos épicos, burlescos, religiosos e históricos eran los principales temas de aquellas representaciones, que a su vez se relacionaban con la agricultura y las cosechas. Aquí va un ejemplo: “Festival de Elotes”. No era otra cosa que un canto Maya a la madre tierra, a los beneficios que la madre tierra podría traerle a las cosechas.  

Otro ejemplo: “El baile de los gigantes”. Esta representación tenía como base el Popol Vuh o Libro del Consejo, obra a la que se le ha dado el nombre de Biblia Americana, por la numerosa cantidad de mitos que encierra y el carácter sagrado que le daba esa civilización.

El Popol Vuh reúne en sus páginas una valiosa síntesis del pensamiento quiché y de la mitología Maya, atrapada en este libro gracias a la maravilla de la memoria o tradición oral.  

La traducción aproximada sería Libro del Consejo o Libro de la Comunidad, un texto que fuera escrito en lengua quiché alrededor del siglo XVI. Según advierte la propia historia, iluminando el pasado desde la luz del presente, la persona que escribió este libro, miembro de la etnia quiché, perteneciente a la familia Maya, ya había recibido instrucción académica por parte de los españoles, ya que en la obra se observan caracteres del alfabeto latino. ¿Cuál es su importancia? Yo diría que medular y única, pues el Popol Vuh reúne en sus páginas una valiosa síntesis del pensamiento quiché (en lo particular) e igual una valiosa síntesis de la mitología Maya (en lo general), atrapada en este libro gracias a la maravilla de la memoria o tradición oral.

El texto fue “descubierto” a principios del siglo XVIII por el dominico español Francisco Jiménez de Quesada (1666-1722), quien residía en Guatemala, específicamente en Santo Tomás Chichicastenango. Como es de suponer, el “descubrimiento” tuvo lugar en un convento, esta vez en un convento franciscano colindante con la Iglesia de Santo Tomás. Francisco Jiménez de Quesada lo transcribió y lo tradujo al castellano, dándole el título de Libro de lo Común.

Lo que pasó después, es decir, en los años posteriores, se relaciona directamente con el silencio profundo. ¿Por qué digo esto? Bueno, porque el libro no adquiere la importancia que realmente merecía hasta que aparecen las ediciones de Italia (1857) y de Francia (1861), esta última realizada por el etnógrafo y sacerdote católico francés Charles Étienne Brasseur de Bourburg (1814-1874), un personaje sobre el que volveré más adelante. A modo de resumen puedo decir que para nosotros, los hispanoparlantes, la mejor edición de esta principalísima obra data de 1946, y estuvo a cargo del investigador guatemalteco Adrián Recinos (1886-1962). Por cierto, ¿dónde se conserva hoy el manuscrito original del Popol Vuh? Lo más lógico sería pensar que está en Guatemala, o en México, o incluso en España. Pues no, se conserva en los Estados Unidos, más exactamente en la Biblioteca Newberry de Chicago. ¿Acaso no resulta extraño?             

Vuelvo a los griegos con otra pregunta: ¿por qué se nos olvida que en los orígenes del teatro griego también encontramos ceremonias y ritos, como podría ser el caso de “La fiesta al semidiós Dionisio”, que de la misma manera era un ruego a la tierra en función de la abundancia y la buena cosecha?  

Mi objetivo esencial con todo este análisis es poner el dedo sobre una estela que debe ser vista con un criterio de interpretación histórica. Solo con el prisma de la defensa argumentada, uno logra explicarse algunos acontecimientos culturales y sociales ocurridos en América Latina. Empleando el argot de un antiguo fotógrafo sería  más o menos así: sistema de enfoque, poder resolutivo e impresión por contacto.

                                                                                           (Continuará)  

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