Ivette Letusé canta la poesía del Che

Marta Valdés
4/11/2016

Hace mucho tiempo, Ivette Letusé descubrió la música que se desbordaba desde un manojo de poesías del Che. Fue en el año 2007 cuando pude apreciar, por primera vez,  la belleza que les imprimió con su sello único y diverso, tocado por una especial sonoridad que hace resplandecer tan singular cancionero, desde la intensidad del lado humano siempre presente en todo lo que naciera de un alma guerrillera llena de interrogantes y cargada por sus luces propias.
 
Me invitan a decir unas palabras a propósito de esta posibilidad que el Centro Pablo nos ofrece a todos de recibir —por fin— tan generosa labor de esta autora e intérprete. Una vez más, la yagruma del patio barre con el silencio inmerecido, arma para las ilusiones del creador ese paisaje natural donde su criatura tendrá asegurada la buena estrella que lleva su nombre, una de esas que la brigada de Víctor, María y su legión de angelitos criollos escogieron y lustraron a propósito de cada encuentro.  
 
Lo demás, amigas y amigos, será disponernos a “dar y recibir” una vez más: esa añeja, escurridiza fórmula que, en el transcurso de estos 20 años centropablianos, se ha vuelto, para nuestra suerte y para la buena ventura de empeños como el de la joven Ivette, una marca de agua. Una vez más, esta tarde, los ecos del silencio resonarán con verdadero estruendo cuando la palabra noble y llana y el sonido amoroso, nos lleguen a guitarra limpia y a voz en cuello.  
 
Afino el entendimiento y termino ya para no aburrir, no sin antes echar una mirada a la redonda y asegurarles que quienes estén recibiendo por primera vez este legado, lo van a guardar consigo con esmero, siempre listo para que vuelva a aflorar.  
  

Invitación al camino
(Fragmentos musicalizados por Ivette Letusé)

Hermana, falta mucho para llegar al triunfo.
El camino es largo y el presente incierto;
¡el mañana es nuestro!
No te quedes a la vera del camino.
Sacia tus pies en este polvo eterno.
No te invito a regiones de ilusión,
no habrá dioses, paraísos, ni demonios
—tal vez la muerte oscura sin que una cruz la marque—.
Ayúdanos, hermana, que no te frene el miedo,
¡vamos a poner en el infierno el cielo!
 
No mires a las nubes, los pájaros o el viento;
nuestros castillos tienen raíces en el suelo.
Mira el polvo, la tierra tiene
la injusticia hambrienta de la esencia humana.
Aquí este mismo infierno es la esperanza.

(1954)
Ernesto Guevara de la Serna