El músico norteamericano Jonathan Hoard convidó a todos a sentirse libres, a cantar, a bailar, a soñar, a vivir, a fluir como el río, tal y como expresa “River song” (con autoría compartida con Javier Santiago), uno de los títulos que cantó en sus dos conciertos en La Habana, ciudad que visitó para celebrar el Mes del Orgullo en franca empatía y solidaridad “con todas las personas queer y trans del mundo, que no siempre pueden ser felices con libertad”.

En el primero de ellos, en el Teatro Martí, vistió de blanco con botines negros. Cada canción interpretada (“Not so fast”, “Sex friend”, “That’s the way it i”, “Clean Break”, “Come, sunday” y el popurrí “Dreaming of you”/“Amor prohibido”/“Quimbara”) provocó un color distinto en las luces del escenario, y así podía leerse en el programa del concierto, gentilmente compartido conmigo por su mánager Katie Jones, quien sorprendería extraordinariamente después. Los colores de la diversidad.

Sus músicos acompañantes eran jóvenes y talentosos: Liany Mateo en el bajo; Dominique Gervais en el drums y la pianista Alexis Hombre, cuya gracia y disfrute del espectáculo eran contagiosos. Fue presentada luego por Jonathan como su hija, y regaló “Lágrimas negras” y “Boundaries”, de su autoría.

“Sus músicos acompañantes eran jóvenes y talentosos”.

El Teatro Martí podría haber estado a tope, sin embargo, quedaron algunos asientos por ocuparse. No así en el Teatro del Museo Nacional de Bellas Artes, donde apenas había espacio para bailar, de pie, como Jonathan exhortó. En esa primera noche, además, lo acompañaron en varios momentos estudiantes del Conservatorio Amadeo Roldán, con quienes anteriormente había compartido. Les ofreció confianza, seguridad y un lugar en la escena, como lo hacen las grandes figuras del mundo de la música.

Alternó sus presentaciones con su mánager y amiga Katie Jones, a quien vimos con su sombrero, sus espejuelos y sus dos trenzas, ahí, quieta frente al micrófono, sacando una potente voz de su interior e incitando a las palmas, los aplausos, las ovaciones, al cantar “Let’s give them something to talk about” y “You oughtta know”. Jonathan le agradece a la vida haberla conocido, haber estudiado juntos en la universidad y sobre todo, haber podido disfrutar de las magníficas oportunidades que en su carrera Katie le ha proporcionado.

“Su energía erizaba la piel, su piel brillosa por el sudor daba cuentas de su inquietud, su sonrisa plena, sus largos brazos dispuestos a rodearnos con tanto cariño”.

Después el cantante y compositor llamó a escena a su “prima”, también amiga, con quien ha compartido “tanta felicidad y tantas lágrimas”. Ponderó su talento como ingeniera de sonido, lo que la llevó a obtener un Grammy Latino el año pasado por el álbum We are, de Jon Batise. Pero ante todo, Jaclyn Jackie Boom Sánchez es músico.

“Estoy feliz de estar en Cuba, de rendirle homenaje a mis raíces cubanas, pues mi papá y su familia son de Camagüey. Mi madre es ecuatoriana y murió hace dos años, y anhelo tener mucha fuerza para cantar, porque este día 30 es el aniversario de su muerte. Pero aquí estoy con mi ‘spanglish’, y vamos a cantar”, expresó.

Jaclyn cantó “Vivir sin miedo”, conocido tema de la española Concha Buika; “Nuestro juramento”, de Julio Jaramillo, y “War”, de su autoría, “dedicado al pueblo cubano y a todas las vidas que se han perdido y se pierden en las guerras”.

Jonathan entró en escena tantas veces como quiso. Su energía erizaba la piel, su piel brillosa por el sudor daba cuentas de su inquietud, su sonrisa plena, sus largos brazos dispuestos a rodearnos con tanto cariño. Invitó al público a seguirlo varias veces, “dialogó” a ratos con una beba que exclamaba desde las butacas y derrochó satisfacción.

“Jonathan entró en escena tantas veces como quiso”.

En el Teatro del Museo Nacional de Bellas Artes todo lo vivido en el Martí se triplicó. Jonathan vistió de negro, dos atuendos distintos, y en uno de ellos una chaqueta con toques azules lo adornó, y sus aretes y labios rojos. Aumentó su desenfado, lloró de emoción y fue más enfático, quizás por el deseo de compartir con todos su razón de ser.

Incluso Katie fue más osada, con más movimiento en sus caderas, y Jaclyn se tomó el derecho de recorrer los caminos entre los asientos de la sala. No estuvieron los estudiantes de música, pero la sorpresa en medio del show fue ver a Jonathan extender su mano y llevar hasta el escenario a La Reina, para juntos compartir “¿Cómo fue?”. Luego, cuando todo parecía haber concluido después de bailar —como en el Martí— con “Quimbara”, salieron a cantar Charly mucha rima, Los Negrones y Ron con Cola, invitados al concierto tras la visita de Jonathan a la Agencia Cubana de Rap.

“La música, la cultura y el arte constituyen el mejor puente entre las naciones”.

Si algo quedó claro en ambos conciertos es que la música, la cultura y el arte constituyen el mejor puente entre las naciones. Que la decisión de ser feliz es algo completamente personal, sea cual sea la orientación sexual que elijamos o la ropa que vistamos. Que las diferencias pueden unirnos, más que separarnos. Que tan solo una mirada puede herir o salvar. Que las manos deben ser para construir, abrazar, crear y no para lastimar. Que Jonathan Hoard es un show en sí mismo, porque, ante todo, es coherente con su sentir. Que todos los que asistimos a sus conciertos pensamos, al menos por un segundo, que la vida, “tan loca como es”, debe dejarse fluir. Gracias, Hoard.