Es probable que usted no sepa quién es José Ramón Chávez. Lo cual no tiene mayor importancia porque en definitiva el talento y la realización personal discurren por senderos diferentes a la fama. No todo lo conocido es tan bueno y no todo lo bueno es muy conocido (habida cuenta de que bueno y conocido son nociones relativas). La paradoja de este diseñador gráfico matancero, nacido en 1938 y fallecido a inicios de este año, sería haber creado por largo tiempo y con mucho acierto, pero no aparecer “listado” (hasta hoy) en la Escuela Cubana del Cartel. Me confieso culpable de haber omitido a Chávez en la relación de 70 nombres – 70 carteles que publiqué en Instagram entre septiembre y noviembre de 2022, a pesar de mi interés expreso en identificar más autores, en particular mujeres y no-habaneros. Ninguna lista es definitiva ni debe tomarse como rasero estricto de nada. Este caso lo confirma. Si fuera un libro impreso llevaría esta Fe de erratas: Donde dice 70 debe decir 71, y J.R. Chávez debe intercalarse después de José Papiol.

¿Qué podría explicar esta ausencia? Me atrevo a dos razones. La fertilidad del género cartel en la producción visual cubana, y el fatalismo geográfico. En una escena muy poblada, los actores alejados de proscenio tienen más dificultad para ser vistos. El alcance de dicho obstáculo no es directamente proporcional a la cifra en kilómetros hasta la capital, sino a la distancia en la percepción. Matanzas era la cabecera provincial más próxima a La Habana, pero la producción gráfica de Santiago de Cuba gozó siempre de una mejor visibilidad. El excelente cartelista oriental Suitberto Goire, por ejemplo, expuso abundantemente en vida, incluso fuera de la isla, mientras Chávez está debutando ahora con una retrospectiva en la capital.[1]

“La obra de José Ramón se despliega ante nosotros en esta exposición como un conjunto de imágenes sólidas, a saber 40 carteles serigráficos de una alta expresividad”.

Nada de lo dicho hasta aquí tendría sentido si se tratara de un creador indistinto, pero no es el caso. La obra de José Ramón se despliega ante nosotros en esta exposición como un conjunto de imágenes sólidas, a saber 40 carteles serigráficos de una alta expresividad. Los temas son mayormente políticos o sociales, pues trabajó casi cuarenta años ─a partir de 1967─ en el Departamento de Diseño y Textos de la Empresa de Medios y Propaganda de su provincia, estructura perteneciente al PCC. Integró una generación formada en la década fundacional de los 60, en su caso con estudios parciales de artes plásticas y mucho de aprender haciendo. Siempre cerca del taller y llegando hasta el montaje in situ de las piezas o el pintado a mano de murales y vallas, el suyo fue un crecimiento desde la manualidad más sencilla hasta la exploración de la forma visual como un artista acucioso.

“La palabra Moncada se multiplica sobre el rostro de José Martí y no, como sería ¿lógico?, el rostro de Martí sobre el Moncada”.

Si bien el encargo y la circulación eran locales, la codificación visual sigue siendo absolutamente universal. Sus imágenes son directas, fruto de una comprensión casi esquemática de la función del diseño gráfico. Hay en él una doble militancia: la ideológica por un lado, y la utilitaria por el otro. Se percibe un estricto apego al credo de que el sentido último del diseño es “llegar a las masas para orientarlas”. En sus propias palabras:

… Cada cartel (…) que es aprobado (y luego) difundido por toda la provincia, y que logra el objetivo de movilización y propaganda para el que está concebido, es una satisfacción y un placer.[2]

Lo interesante del caso es que tal rigidez en la actitud ante el encargo de diseño no erosionó en Chávez, como tampoco en varios de sus numerosos colegas, la inquietud por explorar la forma gráfica en busca de algo nuevo. Otro cartel de homenaje a Martí, otro Che, de nuevo la zafra, sí, pero ¿cómo innovar? ¿Cómo no repetir la misma fórmula? Ese deseo de intentar algo no hecho hasta entonces es lo que diferencia al mediocre del artista. En la repetición anida el burócrata, mientras que a la búsqueda y sus riesgos le aguarda siempre una posibilidad, un hálito de ilusión. Encontrar placer en esa travesía, incluso cuando parecer demasiado “artístico” podía resultar adverso, habla a las claras de una secreta pero muy auténtica pasión por la expresión personal.

En el propio trabajo he ido descubriendo un mundo infinito de posibilidades. Mis pupilas han mejorado en la valoración de los elementos gráficos.[3]

No creo que Chávez considerara tener un estilo de hacer carteles; incluso puede que denostara a los que presumían de tenerlo. Así eran aquellos tiempos y circunstancias. Su obra terminaría por probar lo contrario. Hay piezas en las que podríamos reconocer esta o aquella influencia, pero el núcleo central no se parece a nadie en su isla y en su tiempo.

“Otro cartel de homenaje a Martí, otro Che, de nuevo la zafra, sí, pero ¿cómo innovar? ¿Cómo no repetir la misma fórmula?”

Entre las más de cien piezas que el propio artista se ocupó de preservar ─de las que podemos admirar ahora una parte, gracias a su familia─ llama la atención la casi total ausencia de metáforas visuales. Esa figura retórica tan cara al cartelismo cubano pareciera no ser relevante en su caso. No hay remplazos, asimilaciones y demás procedimientos mediante los cuales se genera una imagen nueva desde una(s) precedente(s). Chávez es en ese sentido poco “poético”, más directo: el avión agrícola fumiga, el cederista crece con la tarea, el héroe irradia, la puntualidad es un reloj… ¡¡¿Tu mujer trabaja?!! Todo bastante obvio, y sin embargo sugerente. ¿Cómo lo consigue? Primero, siendo muy decidido. Los elementos gráficos, fotográficos y tipográficos ocupan el espacio con determinación. No hay titubeos ni vacíos, y casi nunca el fondo es blanco. Mientras otros cartelistas se lucen contrastando una figura contra el espacio desocupado, en Chávez prácticamente no hay tensiones espaciales. Todo está en un primer plano armonizado: en “XVII aniversario de la Victoria de Girón”, milicianos, águila y bandera cubana dispuestos uno encima del otro; igual en “Jornada Estudiantil 13 de marzo”, al tiempo que en “Fundador del Partido Revolucionario Cubano…” tiempos y espacios distintos se funden en un solo plano discursivo. Otra solución espacial carente de fondo es el close-up, recurso que emplea, por ejemplo, en “El que sabe más, enseña al que sabe menos”. El magisterio se representa a través de una idea visual bastante básica, pero con una sorprendente elocuencia. Así lo apreció también el jurado de Salón Nacional de Carteles de 1972, que le otorgó Premio Especial al conjunto de cinco piezas de José Ramón, una de las cuales era esta que comentamos.[4]

“Los elementos gráficos, fotográficos y tipográficos ocupan el espacio con determinación”.

Luego está el color, que usa profundamente. Chávez colorea en grande. “El trabajo voluntario no descuidarlo jamás”, con cierta influencia de René Mederos, y el alucinado “Carnaval 73” son buenos ejemplos. “Hoy somos un pueblo entero conquistando el futuro” es una apoteosis de color, mientras que en la serie de la locomotora cañera o en “Jornada Ideológica Camilo y Che” usa el cromatismo como recurso diferenciador de diferentes variantes del mismo diseño.[5]

Esto último se ve también en las dos versiones de “120 Aniversario del Natalicio del Apóstol”. Todo aquí es sorpresa. La palabra Moncada se multiplica sobre el rostro de José Martí y no, como sería ¿lógico?, el rostro de Martí sobre el Moncada. Su cabeza es amarilla en ambos casos, y las segundas tintas no proponen armonías convencionales. La actitud de diseño es sumamente interesante, sobre todo para una fecha como 1973. Además de preguntarnos cómo habrá conseguido producir esa imagen, maravilla constatar que el icónico cartel de Stefan Sagmeister para el rockero Lou Reed es de 1996. Vaya luz la del matancero.

Pero lo que podría nombrar como sello del cartelismo de José Ramón Chávez es el uso de tramas lineales o de puntos en busca de una texturización enriquecedora, más densa, de la forma visual. Distingue a este autor una evidente vocación de experimentación y, en los resultados, lo que podríamos llamar un estilo dentro de la rica paleta de formas de hacer carteles en la Isla.

“Si fuera verdad que hay tal cosa como la que insisto en llamar Escuela Cubana del Cartel, propongo que reconozcamos a José Ramón Chávez como una cátedra no habanera. Y a mucha honra”.

Las tramas pueden ser de líneas que alternan positivo y negativo (“Segunda Vuelta Ciclística…”), de líneas en fuga (“Rubén, el 26 de julio…”), de tramas vegetales (“Jornada Ideológica Camilo y Che”), de tramas de granulación offset (“Crezcan los niños y no los accidentes”), de puntillismo manual (“¿Y tu mujer trabaja?”), por efectos ópticos de origen fotográfico (“Carnaval 73”) o por estarcido (“1871. Fusilamiento de los estudiantes de medicina”). No bastando uno solo, a veces se combinan dos o más, con alta creatividad. En “1871…” hay el mencionado estarcido, trama offset y negativizado de la imagen. “Crezcan los niños” superpone tramas en dos colores diferentes. En la detallada esfera de reloj se multiplica la textura de puntos de un rostro masculino en “Convertir el ausentismo en asistencia…”. Otro muy interesante es “Hacia el 1ro de enero”, que consigue poderoso impacto con la interacción de formas y colores de tres tramados offset atrevidamente gruesos. El anterior, junto a “Hoy somos un pueblo entero conquistando el futuro” y “Revolución” conforman un trío de carteles con o sobre Fidel que sorprenden por su atrevimiento. A diferencia de la imagen del Che, la de Fidel fue tratada siempre con evidente cautela. Abundan las representaciones convencionales, que no rebasan el uso discreto y correcto de la fotografía, tramada o no, o contrastada. Estas tres piezas de Chávez abren, inesperadamente, un tópico para reflexionar y debatir.

La suma de sus grandes méritos locales y pequeños reconocimientos fuera de casa, hacen de este autor un caso singular. Un profeta en su tierra, un diamante nacional tardíamente descubierto. Si fuera verdad que hay tal cosa como la que insisto en llamar Escuela Cubana del Cartel, propongo que reconozcamos a José Ramón Chávez como una cátedra no habanera. Y a mucha honra.


Notas:

[1] Exposición José Ramón Chávez. Una vida para el cartel. Galería El Papelista, septiembre – octubre de 2025.

[2] Girón, 1978.

[3] Girón, 23 de julio de 1972.

[4] Al año siguiente obtendría Premio con “Martí, Autor intelectual”. En salones provinciales su cosecha fue de 36 premios.

[5] José Ramón Chávez fue, a la par que diseñador gráfico, un activo y entusiasta pintor, con éxito sostenido en su provincia.

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